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Hacia una nueva alianza política democrática


Los desafíos que se presentan al país en la actualidad son de una enorme envergadura. Debemos asumir decisiones que van a marcar el curso del desarrollo nacional durante varias décadas. Son materias demasiado importantes como para dejarlas a la mano invisible de «los mercados,» o a la menos invisible aún de los economistas u otra gente de visiones parciales y mentes estrechas. A continuación, se mencionan sólo algunas, en el ámbito que es más familiar a este autor.



Debemos resolver como nos vamos a apear frente al hecho cierto que al otro lado de la cordillera y al norte de la Argentina está naciendo la que en algunas décadas será una de las seis grandes potencias del siglo XXI (según proyecciones de los bancos yanquis). ¿Continuaremos dándole la espalda, como hasta ahora? ¿Parece sensato aquello? ¿Parece una buena idea marginar a nuestras empresas de los enormes programas desarrollistas que necesariamente se van a implementar allí -como carreteras y trenes de alta velocidad, redes energéticas y de telecomunicaciones, transcontinentales, industria aeroespacial y de armamentos, ciencia y tecnología, etc.? ¿Parece razonable, desde el punto de vista de la seguridad nacional, el continuar como punta de lanza en la región de la potencia rival de la que está creciendo a nuestro lado? O, más bien ¿estamos dispuestos a incorporarnos lealmente al proceso de asumir, junto a nuestros vecinos e iguales, este enorme desafío de la construcción de un espacio mayor que aspire a tener soberanía y presencia significativa en el mundo del siglo XXI?



Es indispensable reformar nuestra política de recursos naturales e imponer cobros adecuados por su explotación. Hay que restablecer los equilibrios de mercado distorsionados por el extremismo neoliberal, que ha olvidado la teoría de la renta y está regalando nuestros valiosísimos recursos naturales, con resultado de grave sobreexplotación de los mismos y negativas consecuencias económicas de todo orden. Lo logrado hasta el momento en relación a la minería no es sino un débil inicio, quedando lo más por hacer, en esa industria y en otras que dependen de estos recursos.



Es urgente reformar a fondo la seguridad social, asumiendo que contamos con un sistema mixto donde el pilar principal es el público. Actualmente contamos con un sistema de previsión público, que atiende a tres de cada cuatro adultos mayores y al 90% de los mayores de 70 años, con pensiones que en promedio son de 147 mil pesos al mes. Las AFP aportan pensiones por sí solas y por montos inferiores, apenas a un 4.3% adicional. ¿Vamos a permitir que dicha cobertura respetable, lograda tras un siglo de construir un sistema de previsión público, se reduzca ahora considerablemente, al quedar los viejos exclusivamente a merced de las AFP? Se sabe ya a ciencia cierta que las AFP no van a otorgar por sí solas ni siquiera pensiones mínimas, a la mayoría de sus afiliados. Por lo tanto, mantener e incrementar la cobertura previsional va a depender del sistema público, en el futuro al igual que ahora, para la mayoría de los jubilados y para la mayor parte de sus pensiones.



Al igual que en el caso de las pensiones, es indispensable recuperar los sistemas públicos de educación y salud, construidos asimismo a lo largo de un siglo y que atienden todavía a la mayoría, especialmente a los de menores recursos. Para enfrentar los grandes desafíos que se nos presentan en estos ámbitos, es necesario utilizar ambos brazos y especialmente aquel más fuerte, representado por el sistema público, donde hay que centrar los esfuerzos y los recursos. Por su parte, los sistema privados desarrollados durante estos años, debidamente regulados, pueden servir de complemento y para atender a los de mayores recursos.



En el curso de los próximos quince años, tenemos el desafío de duplicar, aproximadamente, el tamaño del Estado, pasar del 20% del PIB en la actualidad, a un 35%-40%. El gasto social, deberá subir en un par de décadas desde el 16% actual, a un 30% del PIB, por lo menos. Así lo han hecho todos los países cuando han alcanzado nuestro nivel de desarrollo – durante el siglo pasado Europa y los EE.UU., y más recientemente, países como Corea y Taiwán, entre otros. No se trata ahora, como durante el siglo XX, de un Estado empresario -entonces no había empresarios privados modernos y ahora sí los hay- sino de un Estado regulador y que asegure la cohesión social.



Adicionalmente, es necesario dejarnos de «reinvenciones del Estado», de intentar transformar a los ciudadanos en consumidores y al Estado en una empresa de servicios y de tantas otras payasadas que nos han vendido los gurús de turno. Éstas, en definitiva, no han logrado sino continuar durante la transición el desmantelamiento del Estado que, en su parte civil, con tal revanchismo emprendiera la dictadura. Se requiere, en cambio, reconstruir un servicio civil profesional, de alto nivel, con una ética de servicio público, carrera de por vida, etc. Los países modernos comprenden que ningún Estado democrático puede funcionar adecuadamente sin una burocracia profesional de tales características.



Todo lo anterior, junto a muchas otras medidas, deberá redundar en mejorar significativamente la distribución del ingreso, erradicar la pobreza y tantas otras lacras que se arrastran por décadas y otras desde más antiguo.



Abordar tareas como éstas requiere, en primer lugar, el restablecimiento pleno de la democracia, puesto que el país no puede seguir de rehén de una burguesía que todavía no está preparada para gobernar por consenso y con sentido nacional. Se requiere exactamente lo contrario, es decir, abrir paso a una mayor influencia en el poder del Estado a una fuerza política asentada principalmente y que represente genuinamente, al hermano siamés de la moderna burguesía chilena, criatura, nacida al mismo tiempo que ella, del parto de un siglo. Se trata de la moderna clase asalariada chilena, la clase hoy día mayoritaria, cada vez más instruida, numerosa y capacitada para proyectar su influencia en forma independiente al gobierno.



Como ha ocurrido en la mayoría, sino en todos los países modernos, los asalariados han servido de base para fuerzas políticas de corte laborista, auténticamente social-demócratas – como todo el mundo sabe, la social democracia auténtica ha sido siempre un asunto de obreros, que no es el caso de algunos de los social demócratas de la plaza, intelectuales que bien poco han tenido que ver nunca con el movimiento obrero.



Algo así está ocurriendo, por ejemplo, en el caso del Brasil, donde al PT se lo puede acusar de muchas cosas, excepto de no ser un auténtico partido de profunda y auténtica raigambre asalariada. No cooptable, por lo mismo, ni rehén de nadie, puesto que nadie le ha regalado nada, sino capaz de desarrollar desde el Estado una política nacional independiente. Algo parecido ha ocurrido antes, en los otros países mencionados más arriba, a medida que han accedido a la modernidad.



Es bien difícil saber como se conformará a futuro en Chile una fuerza política de este tipo, amplia y fuerte, firmemente asentada en los asalariados. Con la personalidad necesaria para construir en torno a ella y a su proyecto -no al proyecto impuesto por otros- alianzas mucho más amplias que ella misma. Capaz de dar conducción firme al Estado para realizar aquellas tareas que el país requiere con urgencia.



En el caso chileno, dicha fuerza política de corte laborista, ha estado representada, históricamente, por la unidad de comunistas y socialistas. De hecho, era casi un axioma de la política chilena durante el siglo XX, que cuando comunistas y socialistas estuvieron unidos, buenas cosas ocurrieron para el desarrollo y progreso del país, como el Frente Popular o la Unidad Popular. Parece difícil que dicha fuerza se pueda reconformar a futuro, si no se logra nuevamente la convergencia y acción conjunta entre comunistas y socialistas -aunque ahora, obviamente, debe ir mucho más allá eso. Sin embargo, éste es un asunto que no está a la orden del día, por lo cual claramente queda trabajo para rato, hasta lograr este objetivo



Por ahora, parece importante en este sentido, el desarrollo de una campaña muy amplia de la izquierda, la cual, junto los problemas que afectan más directamente a este sector, como la exclusión política, pero todavía más que aquellos, ponga en el centro del debate los grandes temas nacionales pendientes y que interesan a todos. Una campaña de esta naturaleza, puede ayudar a generar consensos muy amplios en torno a los temas principales y aislar al neoliberalismo, que viene en retirada. Sin duda ayudará hacia el futuro, para construir la nueva alianza nacional y popular que Chile en definitiva pareciera requerir, para conducir su camino hasta convertirse en un país plenamente moderno y desarrollado.



Manuel Riesco. Economista del Cenda (mriesco@cep.cl).








  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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