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Terrorismo y barbarie


Terminaba de escribir para El Mostrador.cl el artículo sobre el significado del conflicto de Las Malvinas, cuando las noticias e imágenes del atentado terrorista en Londres comenzaban a dar la vuelta al mundo. El terrorismo, concebido como fenómeno político contemporáneo, que se inscribe en este producto inhumano de nuestra Civilización que es la Barbarie, no es «un rayo en un cielo sereno». Tiene causas profundas cuyas raíces calan hondo en un terreno complejo sedimentado por pasados colonialistas, alianzas espurias de la Guerra Fría, cambios vertiginosos de mentalidades debido a los progresos de la alfabetización, mutaciones culturales en el mundo árabe, frustraciones sociales manipuladas, fanatismos religiosos y políticas imperiales.



Para algunos, el terrorismo político-religioso de corte salafista (o binladenismo) se inscribe en el campo de los conflictos asimétricos (un pequeño grupo de individuos provistos de medios letales high tech puede infligir daños considerables a Estados o ejércitos). Para otros, el terrorismo es el arma de los débiles y explotados.



Los primeros buscan definir así una «hidra de mil cabezas» que les permite construir un modelo de «guerra al terrorismo» al que se combate por todos los medios, incluso torturando, asesinando y violando las libertades individuales. Los otros quieren ver en el asesinato de inocentes civiles un arma para vencer al enemigo imperial e invasor que usa la fuerza para imponer su voluntad e intereses. Los últimos no creen que los oprimidos pueden combatir eficazmente con métodos humanos, políticos y democráticos a los poderosos del planeta para que otro mundo sea posible. Los primeros han perdido toda credibilidad democrática pues han mentido y manipulado a sus ciudadanos para armar guerras ilegítimas.



El atentado terrorista es un arma cobarde porque ataca civiles, como inocentes civiles fueron los cientos de miles de víctimas afganas e iraquíes de la coalición anglosajona que invadieron esas dos naciones del mundo árabe-musulmán. Recordemos que en los ’80 los combatientes del Jihad islamista fueron los aliados de los EE.UU. en contra de la URSS. En el Tercer milenio, su bestia negra es la alianza imperial anglosajona liderada por G.W. Bush.



Esperemos que esta vez los ciudadanos británicos sepan resistir al escenario chovinista que algunos medios londinenses construyeron en 1982 durante el conflicto de Las Malvinas cuando empujaron al enfrentamiento armado hasta un punto sin retorno. En aquel momento, Margaret Thatcher se valió de la locura de los militares argentinos para buscar una victoria guerrera fácil que le permitiera repuntar en las encuestas y ganar las elecciones. Y así fue.



Hoy el ejemplo a seguir es el del coraje español. José Luis Rodríguez Zapatero, una vez elegido Primer Ministro, cumplió su promesa retirando las tropas españolas de Irak después del horrible atentado de Atocha. Sabia decisión que Anthony Blair, de un vez por todas, debería imitar. Algunos actores de poder actúan desde hace algunas décadas en diversos conflictos repitiendo errores y acumulando resentimiento. Las miradas retrospectivas enriquecen nuestro sentido crítico. Constatamos que la Barbarie tiene varios rostros. Algunos de ellos son el terrorismo fundamentalista, el terrorismo de Estado y el militarismo. Los tres son imprevisibles, caóticos, y adhieren a la misma creencia: el uso de la fuerza para imponer soluciones a conflictos sociales, políticos y culturales.



El legado que rescatamos es lo mejor de las civilizaciones humanas. Se resume en: la política es la democracia. Quiere decir que los conflictos sociales y entre las colectividades deben resolverse mediante la negociación, la movilización ciudadana, el debate político argumentado y bien informado y la lucha por la extensión de la democracia a todos los ámbitos de la vida: única manera de pacificar la existencia, para poder ser más felices, hic et nunc (aquí y ahora).



*Leopoldo Lavín Mujica es Profesor de Filosofía, Máster en Comunicación Pública, Universidad Laval, Québec, Canadá.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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