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El suéter de Machuca


Hace poco vi finalmente la película chilena «Machuca» (2004, dirigida por Andrés Wood). Leí una buena columna de John Muller aquí en El Mostrador («Machuca, emociones sin sonido», 9 de agosto de 2004). El decía que a ésta le faltó un ambiente musical. Principalmente el de los años 70. Recuerdo que cuando yo vivía en Chile en ese tiempo había música por todos lados. Música del neo-folclor, el apogeo de «Quilapayún» y el «Inti-Illimani», entre otros, así como la música popular norteamericana o el canadiense Paul Anka, o la música popular italiana. Y cómo no recordar la importancia que tuvo, en parte, en esa generación el cantante catalán Joan-Manuel Serrat (incluido el joven Julio Iglesias). Sin duda quien de aquella época escuche «Mediterráneo» de Serrat es inevitable no regresar, emocionalmente, a los 70 en Chile y aparezcan en segundos o minutos pedazos del pasado de entonces. No es errado decir que la presencia de la nostalgia está conectada a los reflejos condicionados culturales que adquirimos e internalizamos durante nuestro desarrollo juvenil.
Así que es cierto que esa abundante parte musical del contexto en que se enmarca la película no aparece en «Machuca». Y es una lástima (como escribió John Muller) que no se recreara una época, principalmente en el cine, a través de ese efecto acústico que tan fuertemente nos influencia. Y como reflejo condicionado que es la música, ésta queda para siempre en las mentes de muchachos y muchachas de cualquier parte del mundo. Pero hay una cosa que es cierta. A todos nos tocó por igual en los 60-70 la influencia sonora y escrita de tal o cual cantante o grupo musical y no importaba la clase social a la que hubiéramos pertenecido. Si bien la radio y la televisión estaban en manos privadas ( y en el proyecto de izquierda de entonces se pensaba nacionalizar algunos medios para que pasaran a manos del pueblo), la música o los programas los veíamos todos por igual: pobres o ricos y todos los estratos sociales entremedio de esos dos polos.



Ahora en cuanto a lo que representan los personajes principales, «Machuca» es una película maniquea. Es que si la ve una persona no de izquierda le caerá mal más pronto que tarde mientras avanza la historia en la pantalla. Entonces la cuestión es ¿cómo hacer que una obra de arte guste a nivel universal (tanto a los «de derechas» como a los «de izquierdas» y también a los que no pertenecen a ninguno de los lados previos) aunque toque dictaduras de tal o cual naturaleza? ¿Por qué por ejemplo «Los 400 golpes» (1959 de Francois Truffaut) no es maniquea?



El film de Truffaut presenta impecablemente a través de la historia de un niño, Antoine Doinel, pero sin contraponerlo maniqueamente a ningún otro niño de otra posible clase inferior o superior, «la pequeña burguesía francesa expuesta en su más radical mediocridad; familia, colegio, instituciones, policía, relaciones, moral».



«Machuca», en cambio, es maniquea también no porque estén bien definidos «los buenos» y «los malos» sino porque entre ellos no hay términos medios. No hay entre «los buenos» (las capas bajas del Chile de entonces) agentes que no sean únicamente seres pasivos u observantes y se hayan aprovechado (¿y por qué no?) del «mercado negro» como el personaje que vende cigarros en concentraciones de la UP o de la derecha. O fatalistas como el padre de Machuca que le pinta sólo un porvenir oscuro a su hijo cuando le dice más o menos en estas palabras: «Cuando seas grande, tu amigo (se refiere al niño rico) será gerente de tal o cual empresa y tú seguirás limpiando baños».



Por eso al espectador se le da fácil elegir entre aquel maniqueísmo. El espectador sale de ver la película con la idea clara que «los malos» (las clases acomodadas) siempre aplastaron a «los buenos». Esto ultimo se puede demostrar con varios ejemplos: la reunión de padres y apoderados de la escuela, o aquella frase del padre de Machuca citada arriba, o el espacio en la población marginal y el espacio apacible, cómodo del barrio del niño rico, etc. No es que niegue la opresión contra los desposeídos, pero esa situación es más compleja y no es fácil de plasmar en un film de 115 minutos.



Además eso de Machuca con el mismo suéter roto por toda la película era ¿para mostrar al espectador extranjero que ÉL era el pobre y el bueno? Se dijo en una reseña escrita en Chile que fue absurdo que en la historia del film la escuela privada aquella no tuviera dinero para comprarles uniforme a los niños pobres que admitía el colegio en su proyecto de la diversidad. Estoy seguro que cualquier familia de alguna población marginal en Chile, o en el resto del mundo, al ver a Pedro todo el tiempo con suéter con un hoyo, sentirá vergüenza ajena. Conocí muy de cerca cómo era la vida en una población marginal en Concepción, San Pedro, para comprobar que aún dentro de la pobreza existía una dignidad que nada tiene con ser o ser rico o con ser pobre.



Eso me recuerda en cierta manera a mi propia experiencia. Yo era pobre realmente en la escuela primaria y secundaria en los 60. Y resulta que en mi penúltimo año de escuela secundaria de un liceo fiscal de un pueblo del sur mi familia habló con una escuela de religiosos de Concepción para ver si me aceptaban sin tener que pagar la suma mensual que pagaba la mayoría de los estudiantes, generalmente de clases medias pudientes y clases más altas. El padre superior no pudo negarse al ruego de una tía que me llevo a hablar con esa autoridad eclesiástica. El sacerdote luego de escuchar a mi familiar, verme a mi tan compungido, acudió a la humildad cristiana que debía practicar y fui admitido como «medio pupilo», o sea comida gratis y libre de pagar la mensualidad. Era tan pobre yo que aún así tuve, como sé cómo, mi uniforme de chaquetea azul sin cuello, pantalón gris, camisa blanca y corbata azul. Perfecto.



Si yo hubiera ido con un mismo suéter (y con agujeros visibles) durante todo el año seguro me habría sentido pero tan humillado que no habría entrado ni con bueyes a la sala de clases. Además cada día había que hacer fila en la escuela privada para esto y lo otro, sin contar los desfiles oficiales con otros colegios, y especialmente con colegios de mujeres bonitas. Con mi uniforme de escuela secundaria, justamente por mi uniforme impecable (pero sin un peso en ningún bolsillo) conocí a varias muchachas del Liceo Experimental de Niñas de aquella ciudad. Con mi suéter roto nadie, ni siquiera una muchacha de la Unidad Popular me habría dejado que le hablara. Una cosa sí era cierta y lo seguirá siendo: uno puede ser muy pobre pero tiene su dignidad. Es que la dignidad humana no sale de ninguna clase social específica.



Es cierto que la película ha recibido buenas reseñas en Chile principalmente de los que simpatizaron con aquel proyecto de Salvador Allende lo cual dice mucho por lo obvio. Nos gusta cualquier film que retrate nuestra adolescencia y militancia en la UP, u en otros partidos de izquierda, durante los 70, previa al golpe militar, y al ver el film este funcione como un espejo del pasado que nos complace mirar (únicamente) lo que entonces fuimos y lo que creíamos con ardiente fervor «revolucionario». «Machuca» tiene muchos logros, por cierto, de cámara, fotografía y reconstrucción de un pasado en el mismo país donde ocurrieron aquellos sucesos antes y después del golpe militar de 1973.



También la película de Andrés Wood tiene una influencia notoria con el documental de Patricio Guzmán, «La batalla de Chile», especialmente cuando Guzmán retrata en una entrevista en vivo a una familia de clase media anti-Allende, lejos de los barrios marginales, en un apartamento muy parecido al niño rico de «Machuca». Aquella escena en el documental de Guzmán sigue siendo impresionante.



Finalmente, una cosa sí es muy cierta. Se puede ser pobre pero no por ellos se puede asumir que esos sectores marginados no posean una dignidad aún dentro de la miseria y la violencia tan diversa que genera la pobreza. Y pienso que aquello en «Machuca» se les fue por la vía rápida y no lo vieron ni el director ni los guionistas. Es decir, fue un error no haberle cambiado el suéter roto a Pedro Machuca durante toda la película.



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* Javier Campos. Escrito chileno. Profesor de Literatura y Estudios Latinoamericanos en EE.UU.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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