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Tres grandes desafíos para los candidatos a la Presidencia


En los últimos meses se ha producido una modificación sustantiva del escenario electoral chileno. A la aglutinación de la Concertación en torno a una sola candidata sin necesidad de recurrir a primarias abiertas, se suma la irrupción de Sebastián Piñera como segundo candidato al interior de la derecha. Pese a estas novedades, los últimos sondeos de opinión siguen indicado la gran ventaja electoral de Michelle Bachelet. Ante esta situación, cabe preguntarse si la candidata de la Concertación logrará el triunfo en las próximas elecciones presidenciales.



En el presente artículo se analiza este tema a partir de tres ángulos: 1) relación con las elites, 2) distanciamiento frente al neopopulismo y, por último, 3) postura frente a la historia reciente de Chile.



La tesis de fondo que interesa plantear es que el éxito de los candidatos en batalla depende del desarrollo de una estrategia político-comunicacional y de gobierno que sea capaz de destacar que el liderazgo que se ofrece está íntimamente relacionado con las nuevas demandas de la sociedad chilena. Dicho de forma simple, la Presidencia de la República la obtendrá quien logre encarnar lo que una gran mayoría de chilenas y chilenos desean en el día de hoy: relaciones de mando marcadas por una mayor horizontalidad, reconocimiento al esfuerzo individual y potenciación del poder colectivo, así como también un (re)encuentro con la memoria reciente del país.



Relación con las elites



En nuestro país existe una sensación de malestar hacia las elites que están establecidas en el poder. La gran mayoría de la ciudadanía percibe que quienes están en la cúspide de la sociedad suelen relacionarse de forma arrogante y vertical hacia el común de la población. Este malestar resulta particularmente cierto hacia la clase política, lo cual se refleja paradigmáticamente en los escasos índices de confianza que detentan instituciones como el parlamento y los partidos (1).



No obstante, sujetos individuales -como el Presidente Lagos o, en su momento, Joaquín Lavín- logran mantener altas cuotas de adhesión ciudadana, pese a que notoriamente son miembros de la elite chilena. De tal manera, puede pensarse que ciertas formas de liderazgo logran superar la mala percepción que existe sobre la clase pol ítica y, por lo mismo, logran capital izar la aprobación ciudadana.



Partiendo, entonces, del supuesto que la sociedad chilena tiene un malestar frente a las elites y que liderazgos individuales logran superar esta dificultad, ¿es conveniente generar un discurso crítico hacia las elites?



Esta pregunta no tiene mucho sentido para los candidatos de derecha -ellos son perfectos representantes de la elite del país-, pero tampoco es muy pertinente para Michelle Bachelet, pues la candidata de la Concertación también forma parte de la elite chilena, lo cual no sólo se manifiesta en que ella es miembro de un partido que integra la coalición política que ha gobernado el país en los últimos quince años, sino que también en que ella es una ex ministra de Estado. A su vez, dentro de la coalición política de Bachelet está la Democracia Cristiana, un partido donde resaltan ciertos rasgos de una elite aristocratizante, como por ejemplo, la existencia de dinastías familiares (los Aylwin, los Frei , los Zaldívar, etc.).



Una elite contra-elite



Ahora bien, es importante destacar que la población chilena no tiene en principio problema con la existencia de elites que deseen dirigir al país, sino que su malestar radica en las formas de conducción social que actualmente se ejercen. Tal como revela el último Informe de Desarrollo Humano chileno del PNUD, el 67% de la población opina que «Chile necesita dirigentes que tengan una visión de hacia dónde debe ir el país en el futuro y que sean capaces de conducirlo hacia allá», mientras que sólo un 31% de la ciudadanía estima que «más que dirigentes, lo que Chile necesita es que cada uno de nosotros se haga cargo de sacar adelante su propio proyecto de vida» (2).



En consecuencia, el punto clave es que Bachelet es un miembro de la elite, pero no de cualquier elite. En Chile, al igual como en todos los países del mundo, existen elites en plural, las cuales se diferencian -entre otros rasgos- según sus posturas valóricas, sus opiniones frente al mercado, sus orientaciones frente a la globalización y sus concepciones de la democracia.



Es evidente que Michelle Bachelet no es el reflejo de la elite tradicional u oligárquica chilena. Ella es más bien el arquetipo de una contra-elite que se forma en los setenta y que en los años ochenta asume una postura crítica frente al régimen militar. De hecho, la actual candidata trabajó durante la dictadura como médica ligada a los derechos humanos, los cuales se transformaron en la bandera de lucha para toda una generación política tanto del primer como del tercer mundo. En otras palabras, la universalización de los derechos humanos ha permitido la conformación de nuevas elites cosmopolitas que pueden exigir un singular capital político y simbólico: la (re)valorización de las reglas democráticas como elemento básico de la convivencia y conducción social (3).



Los Bemoles de la Condena a «los Poderosos»



Planteado así, el desafío electoral de Michelle Bachelet frente al tema de la elite es doble. Por un lado, ella debe aprovechar la singularidad de su capital político-simbólico en tanto miembro de una elite tanto democrática como a su vez renovada -aunque sólo en parte- ideológicamente y generacionalmente. Por otro lado, ella debe evitar caer en una diatriba hacia «los poderosos», en tanto ella no sólo forma parte de una elite que detenta un grado de influencia no menor, sino que a su vez, más temprano que tarde, requerirá del apoyo de quienes usualmente son catalogados como «la verdadera elite del país» (empresarios y derecha política).



El tema de fondo no es criticar a la elite, sino que objetar la forma en que ésta ejerce la conducción de la sociedad. Si hay algo que chilenas y chilenos están hastiados, es que los traten como menores de edad y según una lógica de sumisión antes que de horizontalidad reflexiva. Luego de más de quince años de recuperación de la democracia y de profundas transformaciones culturales, los ciudadanos se asumen cada vez más como poseedores de derechos y, por tanto, esperan que los líderes establezcan una relación que esté marcada por el diálogo y no por la supuesta superioridad que pueda detentar el hombre sobre la mujer, el gobernante sobre el elector o el tecnócrata sobre el lego.



No en vano, el auge de Bachelet se explica en parte porque ella viene a simbolizar un nuevo liderazgo, el cual se caracteriza por ser femenino y por estar en mayor sintonía con la ciudadanía. Ahora bien, lo que hasta el momento se ha dado de una forma más bien espontánea tiene que comenzar a tomar contenido en la agenda programática. Pues si ella efectivamente quiere ejercer un liderazgo marcado por la horizontalidad, es necesario que esto se refleje en propuestas políticas concretas, las cuales defiendan la igualdad del trato en la sociedad chilena.



Defender al Consumidor



En este sentido, una bandera de lucha importante puede ser, por ejemplo, la defensa de los derechos del consumidor, ya que la sensación de abuso de los ciudadanos por parte de las empresas es algo que vivencian prácticamente todos los grupos etáreos y estratos socioeconómicos. A su vez, la defensa de los derechos del consumidor permite alejar el fantasma del estatismo, en tanto posiciona a Bachelet como una figura que en principio no tiene problema con la economía de libre mercado. En el decir de Néstor García Canclini, la tarea consistiría en potenciar la dimensión ciudadana de los consumidores, es decir, promover la noción de derechos del consumidor y potenciar las instituciones que los respaldan (4).



En resumen, lo que marca la diferencia entre Bachelet y Lavín o Piñera no es la no pertenencia a la elite (5), sino que el tipo de relación que se establece hacia la ciudadanía. El potencial de la candidata mujer radica justamente en que ella personifica ciertos ideales en boga -hospitalidad, mérito y cierto liberalismo moral-, de modo que su visión de mundo es concordante con la demanda de la sociedad chilena por un trato más horizontal y sustentado en el diálogo antes que en la tradición, las buenas costumbres o la fuerza de la autoridad.



Cabe indicar de paso, que si ella saliera electa y no cumpliera -aunque sea sólo en parte- estas nuevas demandas ciudadanas, no sólo se mostraría una vez más la validez del teorema de Michels (los revolucionarios de ayer son los reaccionarios del presente (6), sino que, a su vez, se sepultaría la credibilidad de la Concertación.



Distanciamiento Frente al Neopopulismo



La crisis de la deuda externa y la posterior puesta en marcha del «Consenso de Washington» -desrregulación, liberalización y privatización de la economía- han generado un achicamiento del tamaño del aparato público latinoamericano. Y esto ha traído consigo un fuerte impacto socio-simbólico: el declive de una identidad nacional fundada en el Estado. En consecuencia, se puede plantear la tesis de que las transformaciones socioeconómicas que ha experimentado América Latina desde los años ochenta en adelante han dado pie a la configuración de un terreno fértil para la gestación de nuevos liderazgos, destacando el de tipo neopopulista.



Los análisis de la Cepal revelan que hoy en día tanto en Chile como en otros países de la región las relaciones contractuales de trabajo tienden a modificarse profundamente: aumentan los trabajadores por cuenta propia y el mundo de los informales (7). Una de las consecuencias de esta transformación, es que se eleva la sensación de desamparo en la ciudadanía y, por lo tanto, se abre la posibilidad de que cierto tipo de discursos sean particularmente efectistas. Tal es el caso del neopopulismo latinoamericano, una estrategia política que -a grandes rasgos- se caracteriza fundamentalmente por cuatro atributos (8):



a) Se adjudican los problemas sociales a la mala gestión de las elites establecidas en el poder y para ello se reivindican figuras dicotómicas del tipo amigo/enemigo (como por ejemplo, pueblo versus elite, pobre versus rico y/o indio versus blanco).



b) Se valoriza el emprendimiento personal por sobre las formas de organización colectiva, lo cual, a su vez, facilita una relación sin mediación entre el líder y las masas; por ello es que los neopopulistas latinoamericanos pueden prescindir cada vez más del apoyo partidario.



c) Se acrecienta la relación mediática propia del populismo clásico, pero ahora se recurre a nuevas técnicas de marketing y de teatralización, de modo que el liderazgo personal
carismático y los mensajes televisivos adquieren una mayor preponderancia.



d) Se debilita la opción de considerar al Estado como un instrumento privilegiado para la realización de determinadas líneas de acción y por ello es que muchas veces se dan
neopopulismos de corte neoliberal (Menem y Fujimori son ejemplos paradigmáticos al respecto).



También en Chile



Al revisar esta esquemática definición del neopopulismo latinoamericano, sería un error pensar que éste es un fenómeno ausente en la política chilena. De hecho, en las elecciones presidenciales pasadas quedó en evidencia no sólo que el discurso «apolítico» de Lavín era muy cercano a las estrategias neopopulistas latinoamericanas, sino que éste a su vez logró una alta cuota de adhesión en la ciudadanía.



Por otra parte, a contar de las elecciones presidenciales pasadas, la forma de hacer política en Chile ha sufrido cambios de relevancia en dirección hacia un mayor acercamiento con las «necesidades de la gente».



En efecto, el avance del liderazgo de Bachelet tiene dos elementos cercanos al neopopulismo latinoamericano: un notable distanciamiento de la máquina partidaria y la preponderancia que han jugado tanto las encuestas como los medios de comunicación de masas.



Ante esta situación, la pregunta de fondo que cabe hacerse es la siguiente: ¿si ciertos rasgos del neopopulismo latinoamericano parecen ser efectivos en términos electorales, es conveniente tomar elementos prestados de dicha estrategia? Formulado de otro modo: ¿ante una creciente sensación de desamparo y de inseguridad por parte de la sociedad, vale la pena levantar un liderazgo con rasgos neopopulistas?



Desde un comienzo, es preciso indicar que la anterior estrategia neopopulista de Lavín no es sustentable en el día hoy. Esto no tanto por una suerte de agotamiento de dicho discurso, sino que más bien porque las condiciones del país han cambiado: el gobierno actual se retira con una muy buena evaluación ciudadana y además deja una economía en progreso. Bajo este escenario, la crítica neopopulista a las elites establecidas no tiene mucho asidero. No en vano, Bachelet es en cierta medida «una hija de Lagos» y esto juega en muchos sectores de la sociedad como uno de sus capitales.



Ä„Cuidado, Bachelet!



Ahora bien, Michelle Bachelet debe tener mucho cuidado con otros rasgos propios del neopopulismo latinoamericano. Al ser ella no sólo «una hija de Lagos», sino que también en cierta medida una hija de las encuestas y de los medios de comunicación de masas, se abre un tipo de mediación con la población donde cada vez se prescinde más de los partidos políticos. No obstante, estos últimos siguen siendo una base de apoyo fundamental para gobernar, ya que ellos no sólo ofrecen un sostén en el parlamento, sino que a su vez operan como importantes instituciones de reclutamiento de personal. La estabilidad y gobernabilidad que ha logrado Chile en comparación a otras naciones latinoamericanas descansa en gran medida en una estructura de partidos serios y, por lo tanto, hay que tener este logro en mente.



Pero también es cierto que los partidos chilenos han sido muy poco diestros en el logro de una mediación efectiva entre estado y sociedad, de modo que la campaña de Bachelet debe mantener su carácter abierto y poco apegado a las camarillas políticas. Acá es donde una vez más es preciso que su liderazgo pase de una fase espontánea a una de contenidos, ya que ésta es la única forma de que ella logre mantener su carisma a lo largo del tiempo. Para lograr esta tarea, el tema no es tanto quiénes ocuparán los cargos de gobierno. La preocupación central debería ser más bien otra: el diseño de una línea de acción en torno al poder de la ciudadanía.



La democracia chilena requiere que se (re)establezcan nuevos puentes entre la sociedad y los líderes políticos, lo cual lleva a que los partidos redefinan su rol hacia una mayor especialización en torno a formación de nuevos cuadros y sobre todo de ideas (9). Desde este ángulo, la estrategia de Michelle Bachelet debe perfilar nuevas formas de autodeterminación colectiva, tales como diálogos ciudadanos, introducción de elementos de la democracia deliberativa, directa y participativa (iniciativa popular de ley, plebiscitos, presupuestos participativos, etc.), así como también un acercamiento hacia el universo de jóvenes no inscritos. Hasta el momento la coalición de gobierno en el poder ha hablado mucho de estos tópicos, pero prácticamente no ha realizado nada para llevarlos a la práctica. He aquí entonces una prueba de fuego para Bachelet respecto a su real interés en vincular ciudadanía y política.



Dos necesidades



A modo de conclusión, cabe indicar que la única fórmula para enfrentar los rasgos neopopulistas inherentes a la política latinoamericana actual es a través de propuestas serias y de largo plazo. En este sentido, hay – por lo menos – dos áreas claves de acción para quien sea la/el próxima/o gobernante de Chile: por una parte, dignificar la condición material y simbólica de los excluidos y, por otra, diseñar una política sobre el espacio de la opinión pública. A continuación se etallan brevemente ambos puntos:



a) Dignificar la condición material y simbólica de los excluidos (10). La existencia de un gran número de personas que se sienten subjetivamente excluidas del orden social hace que para ellos resulten los discursos neopopulistas particularmente llamativos. Al haber en el Chile de hoy crecimiento económico y una decreciente tasa de desempleo, disminuye la efectividad de dicho discurso. Atacar este problema de raíz requiere que se aumente el reconocimiento al esfuerzo individual y que se den vida a nuevas formas de poder colectivo, puesto que así se aumenta la posibilidad de que los excluidos dejen de sentirse como espectadores y se perciban más como actores de la realidad social. Pues al existir una mayor vinculación entre los sujetos excluidos y el conjunto de la sociedad, disminuye la capacidad performativa del discurso neopopulista.



b) Diseñar una política sobre el espacio de la opinión pública. Es de vital importancia que en Chile se genere un debate y se tomen medidas para la potenciación de un genuino espacio de opinión pública. A partir de la vuelta a la democracia se ha definido el accionar de los medios de comunicación como un simple mercado de transacción de audiencias, de modo que se ha prescindido de cualquier política que delimite cierto tipo de comunicaciones como un bien público. Una de las consecuencias no esperadas de este proceso ha sido el constante perfeccionamiento de las técnicas para obtener la atención de los espectadores, ya que de ello depende la subsistencia económica de los medios de comunicación de masas. Producto de ello, se ha venido dando un anestesiamiento de la función crítica de la opinión pública, así como también se avanza hacia el imperio de una suerte de dictadura de las audiencias. Revertir este proceso requiere una redefinición del actuar del Estado en torno a los medios de comunicación, lo cual pasa por repensar la función una serie de instituciones, tales como Televisión Nacional de Chile (TVN), el Consejo Nacional de Televisión (CNTV) y el hace poco fundado Ministerio de Cultura.



Postura frente a la historia reciente de Chile



Si bien no hay investigaciones importantes sobre la amnesia colectiva que ha sufrido Chile, es posible pensar que lentamente se está abriendo un nuevo espacio para reconstruir la memoria del país. Sin duda alguna que esto se relaciona con el cambio que se ha producido con posterioridad de la detención de Pinochet en Londres. Pues, a contar de entonces, la sociedad chilena ha comenzado a experimentar un enfrentamiento con sus tabúes y por ello es que se hable de una suerte de destape cultural (11).



Hitos como la avalancha de información mediática producto de los treinta años del golpe militar, así como el éxito de la película Machuca, pueden ser vistos como indicadores de la apertura de un espacio para la discusión del pasado reciente de Chile. De ser esto una realidad, cabe preguntarse cuál es el rol que la candidata de la Concertación debe asumir al respecto. Se trata de un asunto bastante delicado, ya que ella debe encontrar el equilibrio entre una creciente demanda por esclarecimiento de la verdad y, a su vez, por superación del pasado, o mejor dicho, por reconstrucción de la identidad nacional.



La biografía Michelle Bachelet difícilmente pasa inadvertida: hija de un militar asesinado por la dictadura, experiencia del exilio en carne propia, trabajo relacionado a los derechos humanos en la época de la dictadura militar y hasta hace poco primera Ministra de Defensa de la historia de Chile. La biografía de Michelle Bachelet es el reflejo de un país que dolorosamente ha transitado de la confrontación a la concertación. Pero este tránsito ha sido vivido en silencio y de forma personal. Lo que Chile requiere es asumir este tránsito en voz alta y de forma colectiva.



Para asumir este desafío, Bachelet debe utilizar su capital biográfico de forma soterrada y no violenta. Su perfil de liderazgo horizontal no autoritario se puede ver reforzado por esta opción. No a la provocación, pero sí a la verdad, es decir, hablar con inteligencia antes que con rabia. Esto implica que el pasado antidemocrático de la derecha chilena efectivamente seguirá pesando en esta elección (es decir, el clivaje
democrático/autoritario), aun cuando menos que en las anteriores, ya que ahora se ha vuelto a perfilar un sector liberal de la derecha, el cual tiene menos problemas al momento de presentar credenciales democráticas.



Una nueva agenda de derechos Humanos



Por otra parte, es aquí cuando la actual candidata de la Concertación puede exhibir algo que los anteriores presidentes de la república de la coalición no han tenido: el pertenecer a una generación más joven y con nuevas ideas. Si Michelle Bachelet representa un nuevo liderazgo, el cual, además, tiene el rasgo de simbolizar una superación del pasado, ella tiene la oportunidad de plantear una nueva agenda de los derechos humanos: esto pasa no sólo por enfrentar el pasado a través de nuevos esfuerzos, sino que, sobre todo, por la readecuación de este tema al contexto actual. Un ejemplo puede ser la generación de políticas contra la desigualdad de género, de reparación a los pueblos indígenas y de enfrentamiento a la discriminación según origen socioeconómico.



Asumir una postura conciliadora frente a la división del país producto de su pasado reciente no debe concentrarse en el tema de los detenidos desaparecidos, sino que debe transcenderlo. La defensa de los derechos humanos en el día de hoy implica una agenda de extensión de la ciudadanía, puesto que defender los derechos de la mujer, de los jóvenes, de los indígenas y de otros grupos usualmente discriminados es lo que permite aumentar la democratización social del país. En otras palabras, asumir el pasado reciente del país es una oportunidad para reinterpretar lo que hemos sido como nación -nuestros aciertos y errores para entonces redefinir lo que queremos ser el día de mañana.



A modo de resumen, es posible plantear que la Presidencia de la República la obtendrá aquel candidato/candidata que sea de capaz de convencer a la mayoría de chilenas y chilenos que el/ella está capacitado/a para realizar los preparativos para celebrar el Bicentenario de Chile que todos queremos.



Detrás de esta frase de marketing se esconde algo no tan ficticio: las electoras y los electores escogerán a un líder que sea capaz de volver a generar un relato compartido y de proyectar una imagen de lo que queremos ser como sociedad. Mujer, marcada por el mérito, un trato horizontal y sobre todo por una reconciliación con el pasado reciente, parece ser un arquetipo que se seduce a más de un chileno y una chilena; por lo menos para los que viven en el territorio nacional, porque quienes nos encontramos en el extranjero no estamos facultados para ejercer nuestro derecho ciudadano de participar en las elecciones.



___________



Cristóbal Rovira Kaltwasser, fue investigador del PNUD-Chile y actualmente es estudiante de doctorado en la Humboldt-Universität Berlin



1 Veáse por ejemplo la encuesta recientemente realizada por el proyecto «Congreso Transparente» en www.participa.cl, donde resalta el hecho de que un 79% de la población chilena sea de la opinión de que «las leyes que promulgan los legisladores van en beneficio de algunos pocos».



2 PNUD 2004. El poder: ¿para qué y para quién? Santiago de Chile 2004, 173.



3 Al respecto es sumamente valiosa la obra de Yves Dezalay y Bryant G. Garth (The internationalization of palace wars. Lawyers, economists and the contest to transform Latin American States. Chicago University Press 2002), ya que allí se analiza cómo es que la esfera internacional -en particular los Estados Unidos- influyeron en que las elites y contra-elites latinoamericanas se apropien del pensamiento tanto neoliberal como de la noción de los Derechos Humanos.
4 Néstor García Canclini: Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. Grijalbo, México 1995.



5 De hecho, estos tres candidatos presidenciales son representantes de distintas elites del país: Bachelet lo es del sector más bien meritocrático y republicano, Piñera del ala liberal y anti-estatista, mientras que Lavín del grupo moral conservador y comunitario.



6 Robert Michels: Zur Soziologie des Parteiwesens in der modernen Demokratie. Untersuchungen über die oligarchischen Tendenzen des Gruppenlebens. Leipzig, 1911.



7 Emilio Klein y Víctor Tokman: La estratificación social bajo tensión en la era de la globalización. Revista de la CEPAL 72, diciembre 2000. Carlos Filgueira: La actualidad de viejas temáticas: sobre los estudios de clase, estratificación y movilidad social en América Latina. CEPAL, Santiago de Chile 2001.



8 Una discusión sobre el neopopulismo latinoamericano puede encontrarse en Nikolaus Werz: Populismus. Populisten in íœbersee und Europa. Opladen, Leske + Budrich 2003, Kurt Weyland Neopopulism and Neoliberalism in Latin America: Unexpected Affinities. Studies in Comparative International Development, 1996 y en Jolle Demers (Ed.): Miraculous Metamorphoses: The neoliberalization of Latin American Populism. New York, ZED 2001.



9 Uno de los mejores ejemplos donde esto no se ha realizado es en el campo de la seguridad ciudadana. Hasta el momento se ha trabajado el problema de la delincuencia como un puro tema de aumento violencia y se ha dejado de lado la discusión en torno a la relación existente entre la delincuencia y la falta de oportunidades y la crisis del sistema penitenciario chileno. Es así como los partidos de derecha han podido mantener una supremacía en la materia, pese a tener un discurso burdo y propuestas de dudosa efectividad.



10 Al respecto véase Richard Senett: El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad. Editorial Anagrama, Barcelona 2003.



11 Véase por ejemplo Eugenio Tironi: Comunidad, familia y nación en el Bicentenario. El sueño chileno. Santiago de Chile, Taurus 2005 (especialmente el capítulo 9 del libro, titulado «Nuevas rupturas»).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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