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El drama adolescente


Un niño de siete años escucha a su padre decir: lo peor que me puede pasar es tener un hijo maricón.



Un niño de once años de modos afeminados es humillado a diario por sus compañeros de curso. Una tarde a la salida del colegio lo golpean hasta dejarlo inconsciente.



Dos jóvenes de catorce años son expulsados del colegio al ser sorprendidos besándose en una cabina de baño.



Dos mujeres adolescentes se lanzan al vacío tomadas de la mano.



Un joven de veinte años, acosado por los sentimientos de culpa por ser homosexual, se quita la vida con la escopeta de su padre.



Un empleado público de veintiocho años se ve forzado a ocultar su orientación sexual para ascender en su trabajo.



Luego de un ataque homofóbico, una transgénero muere al no recibir atención en el Hospital parroquial de San Bernardo.



Un profesional destacado de treinta y cuatro años no puede encontrar trabajo. Cuando le preguntan indebidamente por qué es soltero, él responde que es gay. No lo vuelven a llamar.



Una jueza de garantía no puede continuar con la crianza de sus hijas por ser su nueva pareja una mujer.



El presidente de la Democracia Cristiana declara que no permitirá que personas homosexuales postulen a cargos públicos con el patrocinio de su partido. Afirma que la homosexualidad va contra la naturaleza.



Un hombre de cincuenta y cuatro años no puede asistir a su pareja moribunda en un hospital por orden expresa de la familia del enfermo.



Un hombre de sesenta y seis años queda literalmente en la calle al ser impedido de permanecer en el departamento que compartía con su pareja recientemente fallecida.



Esta es una recopilación del todo incompleta de hechos acaecidos en Chile en el último tiempo y que en algunos casos se repiten en gran número. En un intento de clasificación, constituyen atentados contra el amor, la seguridad, el derecho a la vida privada y el derecho a la educación o el trabajo, dependiendo de si hablamos de un adolescente o un adulto. Estarán ustedes de acuerdo en que las cuatro son necesidades esenciales para el desarrollo de una existencia plena. En el caso de una persona gay estas necesidades se encuentran amenazadas a partir de algún punto durante la infancia hasta el momento de la muerte.



Comencemos por el amor. El más terrible de los atentados de este tipo es el rechazo de un individuo por parte de sus núcleos de pertenencia, especialmente de la familia. Al percibir la falta de tolerancia de su medio, muchos adolescentes gay esconden su orientación y se involucran en conductas de riesgo social, como abuso de alcohol y drogas, sexo promiscuo y desprotegido, vagancia, y una proporción importante de ellos considera el suicidio como una salida. Algo similar ocurre cuando la familia se entera de la homosexualidad de uno de sus miembros. Algunos adolescentes son expulsados de sus casas y otros, ante la falta de comprensión y apoyo, incurren en las conductas de riesgo social ya mencionadas y en los intentos de quitarse la vida. La solución extensiva a este grave problema que podríamos llamar el «drama gay adolescente», quizá la peor cara de la discriminación, sólo provendrá de un cambio cultural a gran escala.



Para avanzar creo importante robustecer la prometedora labor del programa Tolerancia y No Discriminación de la Dirección de Organizaciones Sociales del Ministerio Secretaría General de la República, además de la inclusión de este punto en los programas educacionales, la difusión del problema a través de los medios de comunicación y el trabajo proselitista de las organizaciones de minorías. Cambiar el paradigma social que ha imperado por siglos tomará decenas de años, tal como ocurrió con la discriminación racial y de género. Pero al igual que en esas luchas, los esfuerzos para conjurar las amenazas que se ciernen sobre la seguridad, el derecho a la vida privada y la educación y el trabajo, tendrán externalidades positivas sobre la conciencia social. Estos serán el tema de mi próxima columna.





Pablo Simonetti es escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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