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Editorial: La sombra de Lagos es alargada


Ricardo Lagos quiere imprimir un tono épico al final de su mandato. Es su estilo. Desde luego, los incondicionales de su entorno también le ayudan en el intento. Durante estos últimos meses están promoviendo una consagración, o mejor, una apoteosis del personaje.



No se trata sólo de instalarlo en la historia como el gran presidente de la recuperación democrática, sino también de posicionarlo sólidamente de cara a la elección del 2009. Lagos considera el Bicentenario como una fecha y una oportunidad a la medida de su categoría de estadista. Piensa que nadie mejor que él para dirigir y protagonizar adecuadamente el gran acontecimiento. Lleva muchos años con esa obsesión en la cabeza. Y ahora las condiciones políticas harían viable su sueño. Va a luchar por cumplirlo, de seguro.



El mandatario ha administrado su sexenio siguiendo la norma posmoderna que postula que la acción política ha de vivirse como una campaña continua. En consecuencia, se ha sumergido en el ambiguo burbujeo de la política-espectáculo y de la videopolítica. Contra todo pronóstico, ha alcanzado su objetivo: su rostro profesoral, castigador y poco empático, logró cautivar a las cámaras y a la gente. Los medios han aprovechado este enganche y han hecho del mandatario un actor ubicuo y todo terreno. A Lagos se le ha dado espacio para marcar siempre presencia mediática y ha operado como un padre omnisciente, que opina versátilmente sobre cualquier tema, conflicto o duda que aparece en la contingencia noticiosa. Es curioso que sus casi diarias apariciones hayan sido asimiladas como algo natural y positivo por la mayoría de los chilenos.



Hay que subrayarlo: Lagos ha sudado la camiseta jornada a jornada. Ha sido presidente full time durante los 365 días de cada año de su mandato. Nada le ha obligado a bajar el perfil, incluso en las peores crisis que le ha tocado soportar. Nada hace pensar, pues, que una vez terminado su período, se vaya a quedar meditando búdicamente en el banquillo o escribiendo pacíficamente sus memorias. La alta adhesión ciudadana que las encuestas le otorgan le animan a no abandonar el escenario público. Lleva ya paseando por él más de quince años y eso le ha creado adicción.



Pero tal circunstancia no es muy positiva para un eventual cuatrienio de Michelle Bachelet. Sin duda, Lagos procurará durante los primeros meses retirarse a un segundo plano. Pero el animal político que habita en él le va a impulsar más pronto que tarde a salir a la superficie. Las fórmulas para una adecuada emergencia sin duda las estarán trabajando desde hace tiempo sus más ilustrados sherpas. Pero el famoso líder natural del progresismo tiene su temperamento y resulta muy difícil establecer un programa o un calendario para su desbordante protagonismo.



El peligro es que el cuatrienio de Michelle Bachelet aparezca como un sandwich en medio de dos Lagos. El actual mandatario comprende de lealtades y sentido común. Pero su sombra es demasiado larga y el tiempo de Bachelet demasiado corto. Incluso se puede sospechar que ese acortamiento constitucional del mandato (de seis a cuatro años) y esa norma de un solo período (no puede haber una elección sucesiva a la primera magistratura) estuvieron hechos como traje a medida para el actual presidente. Sería la llave maestra para abrirle a la presidencia del 2010.



Pero Bachelet no es un paréntesis ni un entretanto. Tiene por delante unos años decisivos. Es el momento de airear y rejuvenecer a una Concertación convertida en nomenklatura cada vez más cerrada y autorreferente. Es la oportunidad incitante de oxigenar un establishment político parapetado en sus éxitos y que no sabe analizar sus enormes deficiencias.



Bachelet es y expresa a la Concertación. Pero hay una expectativa de una Concertación mucho más horizontal y ciudadana a contracorriente de tantos barones y derechos adquiridos, de tanta autosatisfacción que está degenerando en inútil narcisismo. Detrás de las curvas rampantes en economía y en distintos servicios, existe una sensación cada vez más viva de estar construyendo una sociedad de intrínsecas desigualdades que hace imposible el paso hacia el desarrollo.



El carisma y el estilo de la candidata de la Concertación pueden cambiar esta tendencia. Su cuatrienio puede ser menos brillante ante los más poderosos, pero más estimulador, más dialogante, más inclusivo para los muchos, muchísimos, que no participan de las delicias del crecimiento macroeconómico. Y tal actitud, a estas alturas, no significaría ningún populismo, sino puro sentido común político.
















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