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La rebelión de los excluidos


Arde París. El fuego se extiende a Estrasburgo, Rennes, Toulouse, Lille y a algunas ciudades belgas. Miles de vehículos destruidos con bombas incendiarias, violentos enfrentamientos de los rebeldes contra la policía y los bomberos. Esta vez los insurgentes no son los comuneros de 1789 ni los universitarios del mayo de 1968. Se trata de jóvenes marginales, entre 15 y 24 años, nacidos en Francia, pero de origen magrebí o de las ex colonias francesas del África negra, unidos en la rabia contra el Estado francés y todos sus símbolos de autoridad. ¿Por qué se protesta -y con tanta violencia- en un país desarrollado, que tiene un alto ingreso per.-cápita? Es la cólera acumulada por varias décadas, el resentimiento de los excluidos. Es la reacción anárquica de jóvenes franceses de origen africano descontentos por el racismo, el desempleo y las desigualdades.



La ola de violencia comenzó el jueves de la semana pasada en la comuna de Clichy-sous-Bois, después que dos adolescentes murieran electrocutados tras refugiarse en una subestación eléctrica, porque creían que estaban siendo perseguidos por la policía. Nicolás Sarkozy, una especie de Lavín de habla francesa, ha aplicado la «mano dura» contra «la chusma», como el mismo califica a los rebeldes. Incapaz de autocriticarse por el fracaso de las políticas de integración ha desplegado un lenguaje provocador, llamando a una represión abierta contra la delincuencia y la protesta social.



Igual que en Chile, Sarkozy y el Estado francés han mostrado su ceguera frente a las desigualdades. En los últimos 25 años han crecido los guetos en los suburbios, que reúnen a franceses descendientes de inmigrantes. Éstos, marginados del mercado laboral y excluidos social y culturalmente, han convertido en enemigo a todo lo que sea exterior a sus comunas. Pero, en vez de reconocer esta dramática realidad, Sarkozy está construyendo su carrera presidencial para el 2007 sobre la base una estrategia que busca seducir al electorado que en las últimas elecciones votó por el xenófobo Jean-Marie Le Pen.



Es la vieja historia. Sarkozy en Francia y Lavín en Chile, en vez de impulsar una política que se base en la razón apelan al miedo, al «fascismo corriente», para obtener réditos electorales. La nomenclatura oligárquica no quiere reconocer que las desigualdades son el caldo de cultivo de la violencia. La pobreza no engendra la violencia sino que ésta es estimulada por las exclusiones que crecen en medio de la abundancia.



Hoy son ciudades francesas y belgas las que se estremecen con la protesta juvenil. Mañana, es probable, se masifique la violencia de «las maras», esas pandillas de jóvenes delincuentes sin futuro, que se han multiplicado en Guatemala, El Salvador y Honduras. Pasado mañana, los chilenos no debiéramos sorprendernos si en Santiago, Valparaíso o Concepción «los choros de la esquina» de la José María Caro, Pudahuel y Cerro Navia saliesen de sus guetos y convirtiesen sus actos delincuenciales en protesta social masiva.



Porque el crecimiento económico y la modernización no son garantía de estabilidad social. Por el contrario, la economía puede crecer sin cesar, pero si no genera empleo la protesta se convierte en inevitable. Porque cuando la modernidad de los malls, los supermercados y las carreteras se despliega en un marco de desigualdades de ingreso, salud, educación y exclusión cultural el resentimiento se hace insostenible.



La respuesta a la delincuencia juvenil hoy día y a la protesta social no se resolverá con la violencia del Estado ni con un mayor número de cárceles. Sólo una estrategia racional e inteligente, con políticas concretas de inclusión y reducción de las desigualdades permitirá reducir la delincuencia y evitar la violencia social. Esa estrategia es el único camino para que jóvenes y viejos, mujeres y niños, trabajadores y empresarios se reconozcan en la sociedad chilena y la acepten como suya.



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Roberto Pizarro. Ex ministro de Planificación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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