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Segunda vuelta: Coherencia y credibilidad


Si se miran las cifras frías que entregó la primera vuelta electoral, quedan en evidencia tres verdades mayores: la Concertación obtiene un contundente triunfo presidencial con más de 20% de ventaja sobre la derecha, a menos de cinco puntos de la mayoría absoluta; la primaria de la derecha la ganó el challenger Sebastián Piñera por leve mayoría; y la DC experimenta, como partido, la mayor derrota al perder tres senadores emblemáticos, Carmen Frei, Sergio Páez y Andrés Zaldívar, además de varios distritos, a manos de sus aliados.



En los resultados asoman también dos tendencias que influirán en la campaña de los próximos días. La primera es que el voto concertacionista de centro se ha hecho más blando, y se ha ensanchado la franja de ciudadanos que oscilan entre derecha y Concertación. En segundo lugar, si bien queda resuelto el tema presidencial, en la Alianza por Chile habrá una pugna de liderazgo entre la UDI y RN.



El que sabe sumar también sabe restar, decía un personaje de una novela de Héctor Aguilar Camin. Ninguna verdad tan importante en política, sobre todo cuando la política está en proceso, que es lo que ocurre en estos momentos, con la elección presidencial. Porque la elección sólo terminará a mediados de enero y los comandos respectivos deberán enfrentar una condensación y reajuste de sus estrategias. Aunque declaren lo contrario.



La cuenta fundamental que se debe hacer es la conservación de los votos propios y, en segundo lugar, el cómo sumar aquellos que permiten ganar. La simplicidad indica que es más fácil sumar un cinco por ciento que un veinte, a menos que se haya tocado techo o se esté en caída libre. Nada de esto ocurre en ninguno de ambos sectores. De ahí que sin mucho estrés la Concertación puede fácilmente ganar el 15 de enero. Pero debe hacer campaña.



La coalición oficialista tiene en propiedad los votos que necesita, pues la coalición sumó más de cincuenta por ciento en las parlamentarias, es decir cinco puntos más que los obtenidos por la candidata. La explicación más obvia de esta brecha es que es el resultado de una campaña presidencial estática, sobre todo en los sectores de mandos medios territoriales, sustanciales para organizar el movimiento electoral en la calle, donde la Concertación adquiere impulso y fuerza.



Es obvio que en esta etapa de campaña Michelle Bachelet deberá mostrar los rostros de las mayorías parlamentarias de la Concertación, y que en terreno la campaña debería estar encabezada por personas como Alvear, Escalona, Montes, Walker, Navarro, Gómez, Pizarro, Girardi.



La inevitable disputa interna de la DC debería quedar aplazada. De otra manera afectaría una estrategia que debe ser concentrada y austera en objetivos comunicacionales propios, de gran coherencia política, con todos los rostros parlamentarios de la Concertación en la calle y una visión de futuro clara.



En el caso de Piñera, su principal problema es sumar los votos de su coalición. Entre sus ventajas posicionales está la de venir con viento de cola y una expectante votación obtenida del centro político. Pero la suma no es fácil. No solo por una disputa de liderazgo con el grupo duro del gremialismo UDI, que ahora encabezará Pablo Longueira, en torno a la coherencia política del sector. Sino también porque su estrategia para minar los votos de la Concertación no tiene el mismo valor electoral en esta etapa. Para tomar el liderazgo de la derecha, Piñera debe asumir también sus valores y estrategias, hasta ahora mayoritariamente moldeados por la UDI y Libertad y Desarrollo, lo que le hará entrar en contradicción o con sus socios o con aquellos que pretende atraer, particularmente desde la Concertación.



Es evidente que su estrategia será zafarse de este cuadro político y tratar de ponerse como un candidato de futuro. Como un puente de normalidad entre lo mejor de la Concertación y un gobierno que se asienta sobre la base de poder barajar el naipe político actual.



Sin embargo, una tendencia clave de las opciones electorales que hoy muestra Chile, es la alta valoración de la estabilidad, entendida no como una función ideológica del sistema, sino como credibilidad de los candidatos y de la representación que invisten. Y ello puede no ser un problema personal de Piñera pero sí lo es de la derecha.



Si es efectivo que Chile es un país de baja credibilidad interpersonal, pero de alta concurrencia a las urnas, queda la convicción de que la gente cree que la democracia le soluciona sus problemas, y vota por aquellos que piensa son auténticos y coherentes. Esa es la clave de la segunda vuelta, antes que la ingeniería fácil de que el que sabe sumar, también sabe restar.



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Santiago Escobar Sepúlveda. Abogado y cientista político.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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