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Humanismo cristiano y política


Sebastián Piñera ha comenzado a invocar el humanismo cristiano como parte del fundamento de su propuesta al país. Procura con ello instalar en la opinión pública la idea de que una opción de derecha como la suya, coligada con la UDI, es igualmente representativa de estos valores que la Democracia Cristiana, pero que él los podría defender mejor, ya que este partido estaría ahora en una «peligrosa» coalición con el socialismo. Intenta con ello, atraer al electorado de centro. Interesante desafío para la DC, que debe enfrentarlo con gran firmeza doctrinaria y política, ya que la innegable condición de cristiano de Piñera y sus socios sirve precisamente a su propósito de confundir y dar la impresión de que es lo mismo ser demócrata y cristiano, que ser «demócratacristiano».



Para apreciar la diferencia, valga señalar que la vida de los cristianos en la sociedad se desarrolla por lo menos en dos dimensiones: una personal, íntima, que tiene que ver con el comportamiento personal frente a situaciones características de la convivencia social, y que se expresa en la caridad, la responsabilidad cívica y el respeto al bien común. La otra es comunitaria, proactiva y militante, sale de la esfera de lo personal para asumir el compromiso con la construcción en el orden temporal de la promesa evangélica de la justicia y la paz, a partir de las «implicaciones políticas y sociales del Evangelio que a toda costa han de desarrollarse en la historia», según las palabras con que Maritain convocaba a los cristianos a la acción política .



Es decir, el cristiano puede tener un rol pasivo, viviendo en la esfera privada los valores del evangelio, ser un demócrata, en cuanto cree en la libre elección de las autoridades, y ser en general un buen ciudadano. Pero el que quiere comprometerse políticamente, tiene que vivenciar la síntesis entre democracia y cristianismo, o sea, ser un auténtico «humanista cristiano» inserto en la sociedad, cuyo objetivo es propiciar el cambio social, en vez de sólo administrar el modelo de sociedad injusta y sin oportunidades reales para la mayoría, que ha sido constatado tempranamente por la Iglesia y los filósofos cristianos.



Todos sabemos que ni Piñera, ni Lavín, ni quienes los secundan y respaldan, se han comprometido de esta manera ni han llevado hasta estas consecuencias su condición de cristianos en política. Su trayectoria, como su oferta actual, no van más allá del acomodo al modelo, con algunas promesas de mejorar su administración y ofertas populistas varias que no van al fondo de la cuestión, porque afectarían los intereses de quienes quieren que las cosas sigan en esencia iguales.



Si fueran efectivamente unos políticos humanistas cristianos, no estarían situados donde están, en una derecha que amparó las violaciones a los derechos humanos y la pérdida del patrimonio social conquistado a lo largo de tantos años, que se opuso tenazmente en su momento a la sindicalización campesina, a la promoción popular, a la reforma agraria, a las políticas de igualdad y tantas otras transformaciones que sí han sido llevadas a cabo por la Democracia Cristiana, como parte de un proyecto humanista integral, de largo plazo, en efectivo beneficio de los pobres y de la clase media.



No hay que dejarse confundir: la convocatoria de la DC se ha situado históricamente, en Europa y en Latinoamérica, en una línea transformadora, que después del fin de los socialismos reales, sale al encuentro del humanismo laico, y en esa «convergencia humanista», que anunciaba el maestro Jaime Castillo, ir desarrollando sistemáticamente, como se viene haciendo en la Concertación, un proyecto político para ampliar las libertades y generar las oportunidades necesarias para un desarrollo integral de las personas en una sociedad más igualitaria y justa.



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Héctor Casanueva. Profesor de Relaciones Internacionales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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