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La izquierda: entre decepciones, trampas y tareas


Habría que reconocerlo, el Juntos Podemos Más no obtuvo la votación prometida y esperada que era de dos dígitos. Traspié no tan serio, pero traspié al fin y al cabo, que obliga a un balance riguroso después de una campaña donde Tomás Hirsch y el programa del conglomerado de izquierda señalaron con claridad las tareas esenciales para construir un país más justo y solidario.



Tal ansiado porcentaje le hubiera dado a la izquierda transformadora la legitimidad indiscutible para representar la opción democrática solidaria y antineoliberal, pese al bloqueo del binominalismo heredado de la dictadura y aceptado durante años por la Concertación.



Nada despreciable hubieran sido los 9 diputados y los 3 senadores si se hubiera aplicado el único sistema electoral válido para legitimar el juego democrático; el de la regla proporcional con un 7,4 del porcentaje obtenido.



Después del rechazo en la cámara del proyecto de reforma del sistema binominal, la derecha, consecuente con su filiación autoritaria, se opuso a modificarlo (lo que era de esperar). Demostración clara de la esencia antidemocrática de la Alianza derechista —en crisis ideológica larvada(1)— y de los incondicionales de Sebastián Piñera. Así como un avant goűt de las preferencias del candidato-empresario, cuyo éxito personal es haber obtenido el apoyo indefectible de las clases dominantes.



Tan sólo una votación parlamentaria del 9 al 12% hubiera puesto al JPM al nivel de las izquierdas con proyectos antisistémicos(2) de otros países y continentes. Sin embargo, pese al porcentaje obtenido —que debe llamar a reflexión, puesto que voluntad política no rima con voluntarismo— la votación lograda refuerza el proceso de reconstrucción, visibilidad y debate de las izquierdas en el mundo en general y América Latina en particular.



Los métodos democráticos y la izquierda transformadora



La participación democrática de los ciudadanos y ciudadanas en la vida política real es uno de los ejes de la construcción de la izquierda en las sociedades modernas. El reciente triunfo contundente de Evo Morales se explica por la voluntad democrática de los movimientos sociopolíticos bolivianos de influir en los acontecimientos de la sociedad andina y transformarse en alternativa de poder(3).



No hay que escatimar esfuerzos para favorecer la participación y el debate democrático en la toma de decisiones. Con mayor razón después de los sucesos de las tres últimas décadas del siglo XX donde los proyectos transformadores sufrieron duros golpes. Y sin olvidar que la confianza de la gente es frágil y se construye con dificultad.



El desencanto de la política democrática y ciudadana acecha tanto a las coaliciones de sello progresista o de izquierda que ejercen el poder, como a los movimientos ciudadanos no partidistas y a aquellas organizaciones que quieren ser alternativas y construirse apoyándose en los movimientos sociopolíticos y las demandas ciudadanas.



Las coaliciones progresistas y de izquierda que logran gobernar viven en carne propia el peso de dos enormes fuerzas: a) las presiones de la telaraña de poderes materiales e ideológicos de los intereses dominantes criollos y globales y, b) la cultura de las prácticas corruptas. Estos son fenómenos de envergadura mundial, facilitados por la «financiación»(4) de la economía planetaria (con sus paraísos fiscales, redes de bancos/empresas globales y movimientos monetarios incontrolables por los Estados) así como por el peso de la institucionalidad de gobernanza global del Imperio.



Cuando la corrupción se implanta, se produce un retroceso en la participación ciudadana, generando ese efecto perverso de apatía política, deseado por las elites dominantes y su cuerpo de privatizadores de la res publica que se expresa en la frase, «son todos iguales, todos mienten, todos roban».



Si una vez en el poder se abandona lo prometido, el efecto es el mismo: el desinterés por la política. El PT brasileño de Lula ilustra bien la desilusión del pueblo de izquierda y el fortalecimiento de las ideologías liberales y conservadoras. Pero al mismo tiempo revela sus antídotos: la organización democrática y sobre todo el control ciudadano de los dirigentes políticos.



En el caso de las fuerzas en construcción, los pasos en falso se asoman cuando se suplanta con directivas centralizadas o arrebatos individuales de los líderes, el debate necesario, amplio y organizado con argumentación de ponencias. En efecto, la actitud de tomar posiciones en comités centrales encerrados entre muros, para más tarde negociarlas con los delegados del conglomerado de turno, es un error de táctica y una mala señal.



El cerco excluyente y el ciclo político virtuoso



Al no aprovechar la coyuntura para llamar a un amplio debate democrático nacional (difícil, pero nunca imposible) con miras a que los ciudadanos-ciudadanas, militantes y organizaciones sociales y políticas definan democráticamente la posición a adoptar, las organizaciones políticas mayoritarias del Juntos Podemos Más terminaron utilizando los mismos métodos y prácticas antidemocráticas y elitistas que habría que evitar a toda costa. Contribuyeron además a consolidar el prejuicio dominante —quizás sin quererlo y para regocijo de los medios adictos— que la política es un asunto de elites dirigentes.

Es una evidencia, la izquierda transformadora aún no ha echado raíces en la sociedad civil. Todavía no es vista como una alternativa por movimientos con potencial transformador tales como el sindicalismo, los intelectuales, artistas, el movimiento estudiantil, de mujeres, de ciudadanos y las organizaciones del pueblo Mapuche.



Es por esto que el apoyo a la candidatura de Michelle Bachelet en una segunda vuelta contra el candidato de los poderes económicos y de la ultraderecha debió haberse discutido en una amplia asamblea democrática, de alcance nacional. Para que quede claro, no sólo en palabras, que hay otras formas de hacer política ciudadana.



Pareciera que hay que romper cercos para liberar la voz de los sin voz. Darle en el futuro continuidad a la presencia de la izquierda en el corto período de cuatro años. Preparar la actividad de sus organizaciones y presencia en el debate público para la primera mitad de gobierno donde habrá que desmenuzar las medidas propuestas por la Concertación, así como impulsar a lo largo de todo el mandato las iniciativas progresistas de su izquierda indecisa y las políticas propias, pero con movilización social.



Y por supuesto, recordarle a la futura Presidenta su compromiso con la lucha por la igualdad de géneros; la necesidad de pasar en ese plano de la retórica a los actos, de promulgar una ley sobre la equidad salarial (entre trabajadores y trabajadoras) y frente a los contratos. Puesto que toda actriz-actor central, aún en un campo de fuerzas blindado por las alianzas partidarias, es libre, ya sea de patear el tablero o de armar otro juego.



Si bien hoy no queda otra que darle un voto crítico a la candidata de la Concertación, el desafío de la izquierda transformadora consistirá en aprovechar el nuevo período para demostrar los límites y contradicciones de las políticas del bloque en el gobierno —vergonzosa en materia de política exterior— y construirse desde abajo y en los movimientos sociales, contribuyendo a dotarlos de autonomía.



El Movimiento por la Consulta y los Derechos Ciudadanos, cuyo presidente es Edgardo Condeza, ha desarrollado, además de una interesante reflexión acerca de las condiciones de existencia de una democracia, una serie de iniciativas ciudadanas tendientes a asentar el eje de la democracia en su esencia misma: la expresión de la voluntad popular mediante el ejercicio del plebiscito. La futura Presidenta de la República podría promover la idea de celebrar un plebiscito acerca del sistema proporcional para la designación de representantes. Sería la solución ideal para desembarazarse del binominalismo excluyente, fetichizado hoy por la ultraderecha.

A partir del tercer año, la tendencia dura dentro de la coalición gobernante será la inefable lucha por el poder con su seguidilla de golpes bajos entre las elites de las diversas fracciones partidistas. La Democracia Cristiana reclamará su derecho a gobernar para amainar su crisis interna, puesto que demasiadas voluntades de poder ansiosas de protagonismo existen en su seno. La derecha hace aspavientos pero se reunifica fácilmente; allí donde los poderosos intereses mandan, los valets se subordinan.



Estos cuatro años pasarán volando. Ya serán dos décadas de gobiernos donde la estabilidad macroeconómica y los avances puntuales generan actitudes autocomplacientes y triunfalistas pero no garantizan condiciones ganadoras para construir un Chile de logros compartidos por las mayorías. La Concertación no ha sabido preparar al país para enfrentar los desafíos de las sociedades del conocimiento. En el ámbito de la educación pública el retraso es flagrante. Allí donde la brecha entre los que saben y los que no saben no cesa de profundizarse, hay y habrá una fuente de nuevas desigualdades(5).



Para el 2009 la Izquierda tendrá, nuevamente, pero creando condiciones inmejorables, la tarea de construir con debates y llamados a la unidad en la acción de manera amplia y democrática, una candidatura y lista unitarias. Para que no se repitan los círculos viciosos de la vuelta de lo mismo, con su coro de letanías de la impotencia y de negros presagios apocalípticos. Para que la memoria política resista, y no se olvide de que en las segundas vueltas, la Concertación conserva las mismas políticas que se critican en las primeras.







(1) Obligada a vender un sustento ideológico diferente de la fría ideología de la mercancía, el lucro y el capital, la derecha piñerista se viste con los ropajes de un indefinido y vago «humanismo cristiano». Como las clases dominantes necesitan un suplemento de alma (un sentido a la existencia) no dudan en apoyarse en el cristianismo de fondo conservador, pero colocándole el adjetivo humanista en un intento por llenar artificialmente el vacío de pensamiento creado por sus intelectuales orgánicos que sólo saben cuantificar.



(2) Según Immanuel Wallerstein, un movimiento es antisistémico cuando constata que ni la libertad ni la igualdad pueden concretizarse en el sistema existente y que es necesario operar transformaciones profundas para que esto sea posible (Ver p. 36, Le grand tumulte? Les mouvements sociaux dans l’économie monde, La Découverte, 1991).



(3) «Sin duda alguna Evo Morales, desde su posición de indígena aymará, y orgulloso de su origen, rechazando al mismo tiempo el indigenismo «etnicista» supo congregar en torno a él a mestizos, clases medias e intelectuales» (Trad.libre. Maurice Lemoine, carta de Le Monde Diplomatique a sus suscriptores, 22-12-05).



(4) «La globalización financiera se presenta hoy como una de las dimensiones principales del proceso de globalización y de interpenetración creciente de las economías nacionales (Â…)Lo esencial de las operaciones financieras consiste en un ir y venir incesante, de naturaleza especulativa entre las monedas y los diferentes instrumentos financieros. Este dato no tiene nada de sorprendente: «El riesgo de un predominio de la especulación se acrecienta a medida que la organización de los mercados financieros progresa», afirmaba Keynes». Dominique Plihon, Le nouveau capitalisme, La Découverte, 2005. Si Pinochet pudo robar como lo hizo es debido a las facilidades que tal sistema ofrece a todos los que trafican armas, drogas, influencias y lavan dinero.



(5) Un especialista en problemas educacionales como José Joaquin Brünner da el grito de alerta: «Es inaudito, en efecto, que una sociedad civilizada disponga de dos sistemas separados para sus niños y jóvenes, parecido a un régimen de apartheid». La Tercera, 24-12-2005.




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Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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