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Chile al aceptar la diversidad votó por la cohesión social


La Unión Europea no fue sorprendida por los acontecimientos que sacudieron a la periferia parisina el año pasado. Hace no menos de diez años que el conglomerado ha planteado la necesidad de estudiar contenidos, políticas y mecanismos que conduzcan a una mayor cohesión social. En efecto, las constantes migraciones de trabajadores de todo el mundo del subdesarrollo desde hace 60 años crearon una sociedad que no puede desconocer las múltiples culturas que conlleva esta diversidad de historias y razones.



Cabe notar que muchos de estos migrantes reconocieron en su momento sólo «estar de paso». Hoy, están de paso por tres generaciones. El problema es que esa percepción inicial basada en la quimera de «ahorrar para volver» hizo que cada uno mantuviera relativamente incólumes los patrones culturales básicos de sus países de origen. Frente a esta situación, la Unión Europea ha descartado mejorar la disciplina social sobre la base de la subordinación o la unificación valórica, cultural o teológica.



En Chile, en cambio, la derecha intentando apoyarse en una fracción de la Iglesia Católica, basó la última parte de su campaña en la absurda idea de unificar a los chilenos detrás de un supuesto humanismo cristiano que, por lo demás, se lo autoatribuyó gratuitamente. En un buen gobierno caben todas las religiones, todos los valores y todas las percepciones del mundo que no atenten contra los derechos humanos básicos y universales.



¿Qué tiene que ver la percepción valórica en términos genéricos con un programa gubernamental? La historia demuestra que en nuestro país, como en todas partes, hay, entre quienes confiesan ser católicos los que ayudaron a las víctimas y los torturadores; masones de derecha y masones de izquierda; evangélicos pinochetistas y los que ayudaron a las barricadas.



La política y las definiciones del gobierno pueden coincidir con las propuestas de los líderes de corrientes filosóficas, incluso diversas y en contradicción entre ellas. El gobierno debe velar, promover y proteger los intereses de las mayorías ciudadanas; los pastores por la disciplina valórica de sus feligreses.



Por ello, el Consejo de Europa en 2005 definió la cohesión social como «la capacidad de la sociedad para asegurar de manera perdurable el bienestar de todos sus miembros, incluyendo el acceso equitativo a los recursos disponibles, el respeto a la dignidad en la diversidad, la autonomía personal y colectiva y la participación responsable». Como puede observarse, términos como subordinación -o siquiera objetivo común- fueron descartados luego de profundos debates. Por sobre disciplinamientos autoritarios ha primado el respeto a la diversidad pero, en cambio, no se ha temido incluir un llamado expreso a la equidad y a la necesidad (capacidad en el texto) de asegurar bienestar. En este sentido la definición política que conlleva el debate acerca de la cohesión social coincide con el programa de la Presidente Bachelet y de una amplia mayoría de chilenos.



Al final de cuentas, los chilenos saben que nadie es más agnóstico al votar por Michelle Bachelet ni más creyente al votar por Soledad Alvear, pero, en cambio ambas ayudan a una mayor cohesión social en Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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