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No hay política decente sin ideas


A propósito de la discusión promovida al interior de varios partidos de la Concertación con el objeto de reelegir a sus autoridades, es común escuchar en la opinión pública e incluso en las bases partidarias la idea de que estas confrontaciones son sólo escaramuzas para dirimir acerca de quien manejará los hilos del poder en los años inmediatos. Esto, por cierto, tiene su atractivo en las compensaciones por el eventual peso de influencias en la dirección del gobierno entrante, como en las responsabilidades que asuman los más cercanos a las directivas en la administración gubernamental.



El Partido Socialista ha fijado las elecciones ordinarias para fines de abril, lo cual es un mérito porque, respetar las fechas electorales, es siempre saludable para la democracia interna de los partidos. Asimismo, han surgido diversos candidatos de las tendencias tradicionales de la colectividad. Para connotados dirigentes la situación es simple y sólo se trata de reconocer -o desconocer- el rol jugado por la actual dirección partidaria en el éxito electoral obtenido en los últimos meses (una presidenta, ocho senadores y 15 diputados) lo que, proporcionalmente, es lo mejor que ha logrado el PS en los últimos tiempos. La mayoría de los candidatos alternativos a Camilo Escalona -que, por lo demás, aún no confirma públicamente su candidatura- no han explicado el alcance de sus aspiraciones; hay otros que sólo mencionan que ya sería tiempo que el PS dejara de tener como únicas alternativas a los senadores Núñez y Escalona; finalmente, hay una corriente que, por momentos se sitúa a la izquierda de la actual mesa directiva, pero que termina siendo confusa porque pareciera personalizar demasiado sus actividades.



Si sólo fuese esto, visto con un prisma estratégico, los resultados electorales en el PS resultan intrascendentes. Cabe entonces preguntarse si el rol de los partidos está reducido a la consecución y administración del poder, de tal modo que las decisiones de políticas públicas se remiten únicamente al marco de lo «políticamente correcto», es decir, las propuestas válidas son las que ganan y la matriz de aprobación es lo que dictan las encuestas flash. Este modo de manejar la política no es nuevo y ha desarrollado una tecnocracia y un instrumental soberbio, especialmente en Estados Unidos. El gobierno de Lagos ha manejado con gran maestría el «retorno» de la opinión pública para modular sus actuaciones. Si bien esto puede hacer perder el sentido estratégico tiene mucha menos importancia para los gobiernos cuyas metas han sido trazadas con anterioridad y que, ciertamente, no deben dar cuenta de lo que no han prometido.



Por el contrario, los partidos son, o debieran ser, la fuente de inspiración -permítasenos esta expresión- de los programas gubernamentales y, por lo tanto, definir los objetivos que el partido somete a consideración de la coalición de la cual forma parte (en este caso la Concertación) es una tarea prioritaria y característica del accionar partidario. En consecuencia, quienes creen que da lo mismo una u otra candidatura a presidente del PS es porque se someten tranquilamente a una lógica instrumental y de un pragmatismo reduccionista.



En efecto, en el PS no podría estar en discusión el más entusiasta y decidido apoyo al gobierno de Bachelet; menos aún la participación en la Concertación; tampoco, el marco general social y democrático que inspira a ésta y que es coincidente con la doctrina socialista.



Sin embargo, en política los énfasis son importantes, sino decisivos y, en este ámbito, es necesario reflexionar y precisar posiciones. Por ejemplo, frente al modelo global hemos enunciado que sería necesario transformar las prioridades actuales de un modelo liberal con compensaciones solidarias a un modelo solidario con incentivos liberales. En ambos casos, hay un sólido componente de mercado y, en cambio, se enfatizan las políticas sociales, los roles del mercado, la forma en la construcción de las políticas sociales.



En efecto, éstas no pueden ser construidas con los residuos que deja la política fiscal sino, a la inversa, debe consolidarse responsable y gradualmente una política fiscal que apunte a reducir la deuda social de Chile. Una relación de coordinación antes que de subordinación entre las autoridades sociales y financieras del Estado es saludable para las correcciones en pos de la equidad que vienen exigiendo todos los sectores de la sociedad. El Partido Socialista -y especialmente algunos de sus dirigentes que participaron en la primera parte de la campaña de la actual Presidenta- estimaron que el debate era innecesario lo cual le hace mal ala sociedad que, en todos los casos, necesita estar informada y tener elementos de juicio para optar por las alternativas que se le ofrecen. Esta oferta de ideas y propuestas es trascendental en el rol de un Partido, especialmente cuando quiere representar a las mayorías que no gozan de los privilegios del poder y del dinero porque, en fin de cuentas, no hay política decente sin ideas.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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