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La máscara mortuoria de Pinochet


Pinochet está muerto y enterrado en vida, pero no olvidado. No para levantarle monumentos en bronce ni pintar retratos póstumos, al menos. Para ello habría que practicar el terrorismo historicopictórico a la francesa, con extraños aires de majestuosidad, al mejor estilo de Jacques-Louis David y su serie interminable sobre el enano maldito de Napoleón Bonaparte. Hoy día el monumentalismo es audiovisual. El plano arquitectónico y el campo de las batallas mentales e ideológicas es cinematográfico, se pare en los estudios de guionistas y se extiende por las líneas de distribución y producción internacionales de la industria cinematográfica, desde Los Angeles, Nigeria o Bombay.



La cadena británica BBC estrenará este domingo 26 en el Reino Unido el filme para televisión «Pinochet in Suburbia». Los anuncios se difunden en la televisión y diarios británicos. Vemos a Derek Jacobi -sí el actor que hacía de repugnante, tartamudo, con feroz complejo de Edipo, acomplejado y acosado emperador Claudio en los setenta- con el cabello y el bigotillo canos de Pinochet en el famoso traje oscuro a rayas de mafioso que el general comprara, presumimos, en Savile Road, días antes de su arresto en Londres en octubre de 1998.



Si podemos extrapolar algo de la sinopsis divulgada por la BBC, en el plano de lo simbólico, el filme explota la iconología con que Pinochet intentaba borrar su pasado de militar duro y abrazar su futuro de civil en su figura autocreada de senador vitalicio, politólogo e historiador, y que inmortalizó el fotógrafo Steve Pyke en los retratos que hizo del dictador para la revista The New Yorker días antes de su arresto en Londres, en octubre de 1998.



Que Dios libre a los senadores de las naciones libres del mundo ir vestidos a la Pinochet vitalicio, con la perlita en la corbata dorada y en el anular izquierdo «el anillo fundido con el oro del botín amasado en la guerra», como describiéramos con Renato Cristi ese segmento de la iconología esperpéntica del dictador poco después de ser testigos del escamoteo de imagen. ¿No eran ese repertorio de trajes ingleses, corbatitas de seda, perlas cultivadas y el empleo de viejos códigos pictóricos (la mano sobre la mesa, la disposición corporal de los monarcas europeos, el ojo saurio, etcétera) pruebas e indicios tácitos de los botines amasados en sucios fajos de dinero por la familia Pinochet?



Mucho se ha escrito y se va a escribir sobre la historia de la Dictadura en Chile, pero pocos intentos se han hecho de analizar el control social que ejerció por medios simbólicos -aunque puede que me equivoque. La Dictadura empleó desde el bombardeo de La Moneda, pasando por la primera cadena pública de televisión -esa de los lentes ahumados del general-, hasta los estúpidos eslóganes del «Vamos bien, mañana mejor», métodos clásicos de control que se basaban en la autoridad y el poder simbólico. La Junta gobernaba, pero también hacía teatro: desde el clásico, retransmitido desde el ahora irónicamente arruinado edificio Diego Portales -con el aparato augusto de los héroes sentados en el escenario, los salones azules, el cortinaje, el escudo patrio-, pasando por las comedias o teleseries de José Toribio Merino, hasta las burdas intervenciones de los publicistas del régimen que parían eslóganes francamente malos, que era como vocear en la vega central que la Dictadura estrenaba otra serie de enredos y entremeses.



Sabemos que la operación de blanqueado de imagen fue -para usar un término de armas- un verdadero tiro por la culata y a la luz del frustrado blanqueo de cuentas bancarias, una operación imposible e inútil. Pero aún en la cuna de Shakespeare, deberíamos cuestionarnos qué suerte de Pinochet fraguó Curson Smith en el guión de la película. ¿Será el Pinochet en el devenir histórico, un personaje en bajada cuyos bajos cimientos morales terminan por hacerse trizas y surgen los cadáveres y la corrupción desde un fosa dantesca? ¿O sólo veremos al Pinochet maquillado, un poco más blanco, prisionero de la trama de tribunales, lores, políticos, activistas y piqueteros, personaje ideal para tomarse un té de Ceilán con la Thatcher en la casa de Virginia Waters y animar una cueca inglesa, algo mucho más parecido al movimiento de una ópera de Händel?



Con todo, fuere lo uno o lo otro, ya ni siquiera la línea argumental de que Pinochet modernizó la economía chilena podrá usarse para la cirugía plástica en el rostro histórico del dictador. Veremos, pues, quién modela la mejor máscara mortuoria en vida-muerte del dictador y, por qué no, tras su muerte-muerte



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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