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Chile y la ciudad virtual


El día 17 de mayo ha sido declarado por la ONU, en la última cumbre en Túnez, Día de Internet, Día de la Sociedad de la Información y las Telecomunicaciones. El tema, ciertamente, es del más alto interés para nuestro país, aún cuando no siempre la reflexión al respecto haya estado a la altura.



Digamos de partida que, en términos generales, la mirada tecnológica ha sido tenida por una cuestión menor por el pensamiento filosófico desde la antigüedad, salvo honrosas excepciones. Este desdén de la academia por la tecnología como fenómeno central de la cultura humana ya no se sostiene y está siendo revisado por filósofos y antropólogos contemporáneos. En la actualidad, hemos llegado a comprender que el destino humano es indisociable de sus tecnologías. Dicho en términos muy sencillos, las tecnologías exteriorizan nuestras experiencias, son verdaderas síntesis de actos cognitivos y, además, representan un soporte de la memoria.



Al pensar Internet, la red de redes digitalizadas, como una convergencia tecno-científica de la informática, las telecomunicaciones y las tecnologías audiovisuales, podemos advertir el colosal potencial de cambio cultural que está implícita en ella. La cuestión para los próximos años es clara: la cultura en la que hemos vivido sufrirá cambios muy profundos que ponen en juego nuestros puntos de referencia más básicos. Examinemos sucintamente, y del modo más sencillo posible, el alcance de las llamadas tecnologías de la información y la comunicación.



Hasta hace poco, toda la memoria de la humanidad descansaba en sus bibliotecas. Esto ha sido así desde que en Sumeria se inventó la escritura en tablillas. La escritura alfabética ha sido la tecnología de la memoria desde hace unos veinticinco siglos. Pues bien, las nuevas tecnologías digitales están inaugurando la era de un nuevo soporte tecnológico de la memoria, multimedial e hipertextual.



Si pensamos que Internet nos permite comunicarnos con todo el planeta a la velocidad de la luz, desde cualquier lugar, surge una nueva manera de vivir el espacio y el tiempo. Finalmente, el «ciberespacio» está en ninguna parte, desterritorializado e instantáneo.



Las consecuencias de este tipo de cambios inducidos por el desarrollo tecnológico nos lleva a replantear cuestiones de fondo como la educación y el saber, la soberanía de los países, las formas que toma hoy la comunicación entre personas. Es claro que nuestra cultura y nuestras instituciones quedan obsoletas ante esta nueva realidad, y ese «atraso» puede ser fuente de tensiones políticas, étnicas y sociales. Ya se habla de «analfabetismo digital» o «brecha digital» para explicar cómo son los países y élites desarrolladas los que acceden a las nuevas tecnologías, en detrimento de los pobres y débiles.



Como nunca antes, la distancia entre las antiguas y nuevas generaciones de ha hecho tan evidente. Asistimos a la emergencia de un nueva civilización: no se trata de celebrarla eufóricamente, al estilo tecnofílico e irreflexivo de los tecnócratas, pero tampoco se trata de asumir una actitud tecnofóbica. Ante el mundo que se anuncia sólo cabe la serenidad que conjugue el maravillarse ante los logros de la tecnología humana con una reflexión cuyo centro sea, precisamente, lo humano.



Chile, está en un buen momento para enfrentar el desafío Internet, que no es, como muchos parecen creer, adoptar sofisticadas tecnologías importadas, sino y principalmente preparar a nuestra población para el nuevo mundo. La tarea que se nos presenta compromete a todos los estamentos de la sociedad, más allá de cualquier política sectorial. Ha llegado la hora, también, de reflexionar seriamente sobre este tema, otorgándole un papel central en la docencia y la investigación de nuestras universidades.



En los albores de este nuevo siglo, Chile está convocado a esta nueva «ciudad virtual», espacio inédito que no va a suplir como una panacea nuestras deficiencias sociales, culturales y política Sin embargo, sí modifica el escenario en que tales problemas se plantean y, en este sentido abre para Chile y muchos otros países una oportunidad que permite replantear aquellos viejos problemas. Es nuestra responsabilidad, como sociedad, aprovechar esta oportunidad para superar el lastre de la pobreza, la escasa educación y la desigualdad social, entre muchos otros. La red digitalizada pone a nuestro alcance una cantidad inmensa de información, necesitamos pues las mediaciones culturales e institucionales para transformar esa información en conocimiento y ese conocimiento en acciones concretas.





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Alvaro Cuadra. Docente e investigador de la Universidad Arcis


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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