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Cobre: garrocha para saltar al desarrollo


El incremento de los ingresos por nuestro comercio exterior, en especial pero no exclusivamente, por el aumento del precio del cobre, bien administrado, debería ser la palanca para que finalmente superemos las «vías de desarrollo». Para lograrlo, tendría que desempeñar dos funciones: estimular la inversión, también en capital humano, y en parte financiarla.



El proceso de desarrollo consiste en invertir el capital acumulado en la producción de bienes con un mayor valor agregado. Ello implica factores de producción más sofisticados, es decir, bienes de capital con tecnología más avanzada y trabajadores más capacitados. El aumento de costos estimula esas inversiones, ya que la disyuntiva de toda empresa no apitutada en un mundo competitivo es innovar o quebrar, la famosa destrucción creativa schumpeteriana.



Ese fue el camino que siguió Suecia, ex profeso, con su política laboral. Una negociación colectiva por sectores en que el salario era determinado por la capacidad de la empresa más eficiente, la que podía pagar más, y la consiguiente desaparición de las que no se adaptan. Y la consecuencia, típicamente socialdemócrata, de desarrollo con igualdad. Hoy, la reacción de China a las crecientes presiones salariales, sociales, ambientales y, en menor medida, cambiarias, es producir bienes con mayor valor agregado.



Ese ha sido el camino de todos los países desarrollados, comenzaron con el telar y ahora están en la nanotecnología. Los emprendedores, junto con finalmente comprender que necesitan de la colaboración de sus trabajadores para bajar los costos de las transacciones, hicieron «con resolución acciones dificultosas o azarosas». Y así pasaron de la Inglaterra victoriana, descrita por Dickens, al estado del bienestar y hoy, en las socialdemocracias nórdicas, a la «flexiseguridad». En otras palabras, el capital se acumuló primero con sangre, sudor y lágrimas y después con cohesión social.



En la coyuntura nuestra de hoy, se suman el aumento de los precios de las exportaciones y el esfuerzo nacional. Para ser más preciso, por una parte, el mejoramiento de los términos de intercambio, o sea, de la relación entre los precios de exportaciones e importaciones, 50% a partir de 1996 y 34% desde 2000. Por la otra, un incremento de la producción (en el caso del cobre, de 1,5, en 1990, a 5,5 millones de toneladas hoy) y el sudor y lágrimas de nuestros trabajadores, como lo demuestra el vital aporte de las temporeras a la agricultura.



Todo ello apenas afectó la cotización del dólar en el largo plazo. Su valor promedio en los últimos diez años ha sido de $ 525, que se encuentra dentro del rango de fluctuación actual. Si se toman los últimos 20 años, la desvalorización es mayor, desde un promedio de $ 560. Con todo, hay que tener presente que en los últimos 10 años corrimos. Mejoraron nuestros términos de intercambio, la producción de cobre tuvo un aumento considerable, como también las exportaciones de alimentos (fruta fresca, salmones, vinos y productos agroindustriales), de US$ 3 a 8,1 mil millones. Y ese proceso sigue inalterable. Entre el primer trimestre de este año y el anterior, las exportaciones de manufacturas (salmones, celulosa, vinos, derivados del petróleo) elevaron su valor en 17,4% (su cantidad física sólo en 4,2%) y el de los servicios, también los no tradicionales (seguros, informáticos y a gobierno y empresas), en 20%.



Por tanto, parte de la explicación de la presunta debilidad de la divisa norteamericana es el éxito del modelo exportador. La otra, es la desvalorización mundial del dólar. En Europa, en 2002, me daban un euro por 90 centavos de dólar; el año pasado, tuve que pagar US$ 1,30. En los últimos 15 días, en una canasta ponderada de euros, yenes y libras esterlinas, el dólar norteamericano cayó 7%. La suma de ambos factores y la consiguiente relación dólar/peso tienen también un efecto positivo, nos amortigua el alza del precio del petróleo y demás fuentes energéticas.



No hay ninguna indicación de que el dólar se recuperará. Hasta ahora, algo se mantiene gracias a la colocación de las reservas de los países en desarrollo que, entre 1996 y el 2005, aumentaron de 0,9 a 2,9 billones (una cifra de 12 ceros), de los cuales 800 mil millones corresponden a China. Y 2,23 billones están invertidos en deuda pública norteamericana. Como se trata de un pésimo negocio, la tasa de interés, 5% anual, es varias veces inferior a la desvalorización del dólar, Beijing comienza a diversificar sus colocaciones, lo que en parte explica el alza del oro, y a invertir el capital que acumuló, con una moneda baja, en su propio país, lo que debilitará aún más la divisa norteamericana.



¿Qué debemos hacer en ese contexto? Evitar, antes que nada, la maldición de los recursos naturales, a saber, una cleptocracia, como la del presidente de Guinea Ecuatorial, que acompaña a Pinochet en el informe del Senado norteamericano sobre el caso Riggs; un gobierno dilapidador, que compra el poder, incluso el internacional, típico del populismo latinoamericano, o un estado rentista, como el Chile de comienzos del siglo XX que desperdició la oportunidad que le dio el salitre.



Dentro de esas maldiciones, por desgracia, se encuadra la preferencia de la gran mayoría para que ese capital se gaste en solucionar los problemas inmediatos. Como también, la proposición de los exportadores y la derecha para que se invierta en el extranjero. El gobierno hasta ahora se niega, pero tiene US$ 1.910.000 en certificados de depósito o intermediados por el Banco Estado en Nueva York, según el Director de Presupuestos, quien nos aseguró que «la ciudadanía tiene que tener la total seguridad de que estos recursos por ningún motivo sufren los vaivenes del mercado», sin mencionar la tendencia a la baja del dólar en euros, yenes, libras esterlinas, yuanes, etc



El camino prudente, en consecuencia, es cuidar la salud de la ponedora de los huevos de oro e invertirlos en desarrollo. Como lo han hecho Canadá y Australia, que transformaron la abundancia de recursos naturales en una bendición.



En nuestro caso, el cobre es básico. Por desgracia, Codelco no fue prolija cuando convino venderle a Minmetals, China, concentrados durante 15 años. Ese acuerdo le permitirá a esa contraparte desplazarnos como primer productor mundial de cobre refinado el año próximo. Y mientras menos valor agregado tengan nuestras exportaciones, el concentrado es el escalón más bajo, tendremos menos poder de negociación y China más, correlación que comienza a preocupar a la Unión Europea y Estados Unidos. La geopolítica, sobre la base de la desconfianza occidental de China, que ahora incluye la geoeconomía, no se limita al petróleo.



Por cierto, los convenios a largo plazo, como las ventas a futuro, son prudentes para asegurar una inversión. Phelps Dodge, una empresa norteamericana, utilizó este segundo procedimiento con el mismo fin, pero solamente por tres años, y el precio del mercado superó el pactado. Sin embargo, lo hizo en parte para construir en Arizona una planta con un innovador procedimiento para tratar los concentrados, «concentrate leach», que baja el costo en quince centavos de dólar por libra. Entre tanto, Codelco archivó el proyecto para construir una planta tradicional de refinación, cerca de Mejillones, con una capacidad de 1,13 millones de toneladas, por problemas de energía. Poco antes, Codelco archivó también la construcción de un parque eólico en la vecindad de Chuquicamata porque tenía un rendimiento de 5% por año, que consideró insuficiente, cuando todo Chile creía tener asegurado el gas natural importado a bajo precio.



Como todos sabemos, los grandes problemas del desierto de Atacama, que produce 3 millones de toneladas de cobre, una quinta parte de la producción mundial, son la falta de energía y agua. Las soluciones, son obvias: plantas desalinizadoras de agua del mar, energía solar (por algo se construyeron grandes observatorios astronómicos en las cercanías) y eólica (todo pampino puede certificar que el viento sobra). La fuente de financiamiento, como de plantas de «concentrate leach», es también obvia, siempre que abandonemos el concepto de que 100 dólares en «potato chips» es igual que 100 dólares en «computer chips».



Sin embargo, todo ello no es suficiente. No entiendo, p.ej., porque se investiga en EE.UU., Gran Bretaña y Australia el uso medicinal del cobre, y no en Chile. Sus efectos antibacteriales y esterilizadores se usaron antes que se identificaran las bacterias, entre otros, por Hipócrates, egipcios, aztecas y persas. La farmacéutica moderna lo sustituyó, entre otras medicinas, por antibióticos, pero el abuso de éstos, creó las superbacterias, y el interés de la medicina volvió al cobre. Ahora se lo investiga para combatir la propagación del estafilococus áureo, de otros contagios hospitalarios y de la influenza (entre ellas, la gripe aviaria en los gallineros), como también, sus propiedades antiinflamatorias, que combinadas con ibuprofeno, aumentan la eficacia de éste y disminuyen las úlceras en los pacientes de artritis. E incluso para combatir el cáncer.



También podemos, con facilidad, fabricar vinagre balsámico, la materia prima del de Módena (salvo el tradicional, que es excepcionalísimo) es vino blanco chileno barato; sustituir el caviar de esturión, que está en veda, por el de trucha, que es excelente, e incrementar la fabricación de salmón ahumado de primera calidad. Además, debemos invertir en biotecnología y bioetanol; aumentar los fondos de capital de riesgo; capacitar y educar a la población toda, en especial en ciencia e ingeniería. Y no veo porque no podemos invertir en investigación, desarrollo e innovación, como lo hizo Finlandia, y ese es el secreto del éxito de Nokia, que comenzó como empresa maderera, en un país de 5 millones de habitantes, que logró su independencia del Imperio Zarista solo en 1917, que tiene un clima durísimo y un idioma que solo entiende su población.



Este es el momento para transformar el rendimiento de nuestros recursos naturales en una fortuna para todos. No dejemos que un siglo más tarde de nuevo se nos escape la oportunidad que nos dio el salitre. Usemos el cobre como nuestra garrocha para saltar al desarrollo.



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Iván Auger. Consultor internacional.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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