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La invasión de los bárbaros en América Latina


Es común escuchar que en América Latina las brechas entre pobres y ricos son inmensas. Las estadísticas de las Naciones Unidas que corroboran este decir están a libre disposición. Países como Brasil y Chile suelen encabezar el top ten mundial de los índices de desigualdad y, comparado con los otros continentes del mundo, América Latina es la región más desigual del planeta.



A partir de esta constatación suele afirmarse que lo propio de la historia y actualidad de América Latina es la existencia de una cerrada casta de poder, la cual proviene de un reducido número de familias y se educa en ciertos establecimientos de elite.



Es en este sentido, que varios analistas hablaban en los años 60 y 70 sobre la oligarquía. Mediante este concepto se quería enfatizar que en Latinoamérica el poder radicaba en una clase terrateniente, la cual monopolizaba la riqueza y determinaba el rumbo cultural, político y militar de la sociedad. Gran mayoría de los altos cargos dependían de una pequeña elite latifundista y por ello que la reforma agraria era un proyecto no sólo de índole económica, sino que también cultural y política. Repartir tierras equivalía a menoscabar el origen del poder oligárquico.



Hoy en día despierta el tema de la desigualdad social un creciente interés y, por lo tanto, vale preguntarse si en América Latina siguen existiendo las oligarquías. ¿Es cierto que quiénes gobiernan los países de la región provienen sólo de una reducida casta o impera cierto grado movilidad social? ¿Cómo explicar que en Bolivia llegue un indígena al poder y que en Chile lo haga una mujer? ¿Acaso Hugo Chávez u Ollanta Humala son representantes de la alta sociedad venezolana y peruana respectivamente? Estas preguntas pueden ser resumidas de forma provocante en una incógnita mayor: ¿Es posible plantear que una invasión de los bárbaros recorre América Latina?



Para evitar posibles malentendidos cabe indicar que la palabra bárbaro proviene del latín antiguo barbărus y se ocupaba para señalar aquellos pueblos que invadieron el imperio romano y luego se fueron expandiendo por la mayor parte de Europa. En el habla cotidiana actual se utiliza el término ‘qué bárbaro’ para revelar sorpresa, así como también se ocupa el concepto ‘bárbaro’ para demarcar grosería o tosquedad. En consecuencia, la noción de bárbaro revela tanto asombro como falta de gusto. Por ello es que quien no maneja los códigos culturales que son considerados como válidos (por ejemplo: comer con tenedor y chuchillo o ir con corbata a un evento importante) es catalogado de bárbaro, ya que su falta de cultura llama la atención.



Pero volvamos a nuestro continente y a la invasión de los bárbaros. Los cambios recientes de Latinoamérica revelan una relativa apertura social, la cual es recibida por algunos con alegría y por otros con preocupación. Mal que mal, varias de las nuevas figuras políticas del continente están lejos de ser fieles representantes de los sectores privilegiados. Esto implica que los rasgos oligárquicos de las sociedades latinoamericanas están sufriendo un retroceso no solo simbólico sino que también fáctico. Que indígenas, jóvenes, homosexuales y mujeres vengan ganando presencia en la opinión pública es un ejemplo de ello.



Nótese que esta no es la primera invasión de los bárbaros que recorre el continente. En Chile ni Ibañez del Campo ni Pinochet eran fieles representantes de la alta sociedad y en Argentina personajes como Perón o Galtieri tampoco. Y pese a que contaban con las armas, no lograron establecer sus patrones culturales y estéticos como hegemónicos. Por lo mismo es que en Latinoamérica los sectores privilegiados siempre han mantenido una relación ambivalente hacia los cuerpos militares. ¿O acaso en democracia los Generales suelen ser invitados a los matrimonios de la alta sociedad? Intuyo que no.



Que personajes como Ibañez del Campo, Perón, Pinochet o Galtieri hayan llegado al poder revela que no todos los líderes latinoamericanos provienen de las clases altas. A esta lista cabe agregar a Stroessner en Paraguay, a Velasco Alvarado en Perú y a otros tantos. Nombres más nombres menos, la conclusión es clara: hay que tener cierta precaución frente a la frecuente afirmación de que en América Latina se da una simple reproducción de las elites en el poder.



De tal manera, los golpes militares latinoamericanos deben ser comprendidos como quiebres en la tradicional formación del poder en dos posibles sentidos: los grupos dominantes se alían con bárbaros para mantenerse en el poder (por ejemplo: Pinochet) o los grupos dominantes simplemente se desmoronan y son reemplazados por los bárbaros (por ejemplo: Perón).



La historia de América Latina está marcada por una invasión de los bárbaros que suele ser obviada. Para comprender esto basta revisar la historia reciente de países como Francia o Inglaterra. En ambas naciones existe un sistema de generación de elites a través de universidades exclusivas (Cambridge y Oxford en Inglaterra así como las Grandes ÄŒcoles en Francia), de modo que tradiciones y valores burgueses se mantienen a lo largo del tiempo con escasa variación. De hecho, cuesta imaginar que en alguno de estos países un bárbaro (por ejemplo: un hijo de inmigrantes) llegue a ser presidente.



De lo aquí planteado no hay que deducir que los países latinoamericanos son más igualitarios y meritocráticos que los europeos. Lo que sí se puede concluir es que las elites de nuestro continente son mucho más lábiles de lo que suele pensarse. Desde este ángulo, América Latina está viviendo en nuestros días una transformación cultural y simbólica significativa. Los nuevos liderazgos de la región son un claro ejemplo de esta novel lucha hegemónica. Basta ver los artículos periodísticos al respecto, donde se tematiza el no uso de corbata por parte de Evo Morales o donde se discute cuántas veces Michelle Bachelet se dirige de forma directa a las mujeres.



Para cerrar cabe tocar un último punto: ¿América Latina está viviendo una invasión de los bárbaros o de los civilizados? Pues que indígenas, mujeres o pobres lleguen al poder puede ser visto como el despertar de una nueva sociedad, más democrática, igualitaria y tolerante. En este sentido, la idea de la invasión de los bárbaros debe ser válida para quienes piensan con las categorías tradicionales de la alta sociedad. Quienes en cambio adhieren a los valores progresistas deben sentir que se trata de una invasión de los civilizados. La vieja preocupación de Domingo Faustino Sarmiento parece tomar en nuestros días una particular validez: ¿civilización o barbarie? ¿Y usted de qué lado está?



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Cristóbal Rovira Kaltwasser (rokaltwc@cms.hu-berlin.de)
Estudiante de Doctorado, Humboldt-Universität zu Berlin

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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