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Protesta y vigilancia ambiental: Claves para la supervivencia de la sociedad


Las amenazas ambientales, que son autoproducidas socialmente por intereses económicos y políticos, y los deseos de mejorar nuestra calidad de vida, se ven enfrentados con un déficit de racionalidad global. Y hoy, más que nunca, la supervivencia de la sociedad mundial se relaciona con debates generados por las comunicaciones alarmantes sobre las condiciones del medio ambiente.



En este escenario, destacan los nuevos agentes sociales que puedan advertir, alarmar y protestar, convirtiendo las decisiones ambientales en temas de agenda pública. Son movimientos sociales disponibles para la protesta y capaces de aplicar sus instalaciones con un motivo contestatario, recogiendo temas que ni la política, ni la economía, ni la religión, ni el sistema educativo, ni la ciencia, ni el derecho reconocería como suyos.



Entre los representantes más visibles de estos movimientos están los ambientalistas, quienes sienten la necesidad de fomentar la conciencia pública sobre las amenazas ambientales, considerando que el espanto de algo apremiante es lo que más provoca pensar en aquello que hay que evitar. Como se sabe, mientras los peligros sean desconocidos, no se sabe qué es lo que hay que proteger. Estos movimientos destruyen el orden que busca mantener la sociedad mundial y rechazan las situaciones en donde algunos, generalmente los más desprotegidos, podrían convertirse en víctima de las decisiones de otros.



Asimismo, las posibilidades y limitaciones de estos movimientos se basan en que son asociaciones que permanecen juntas por las visiones que comparten, más que por haber alcanzado algún fin. A diferencia de las organizaciones formales, no se estructuran en torno a decisiones, sino a motivos que autodefinen como problemas, los que imputan a otros sistemas. Incluso, la efectividad de sus líderes radica en que se desmarcan de compromisos organizacionales, como los miembros de las «bancadas verdes» de los parlamentos o los científicos que protestan contra las empresas que los financian.



Estos movimientos llevan a reconsiderar lo improbable como probable: ¿y si ocurriera?, ¿y si fuera así? Esto conlleva a incrementar las comunicaciones de la amenaza ambiental, con lo que no solo han generado espacios comunicativos alternativos, sino que tienen mayor cobertura en el ámbito local, nacional y mundial. Asimismo, ganan lugares protagónicos provocando formas inéditas de solidaridad social de alcances planetarios. Específicamente, han logrado que personas y comunidades con diferentes perspectivas, se unan y manifiesten en acciones conservacionistas, de descontaminación, protección del ambiente, que traten «ecológicamente» su basura o que prefieran productos naturales, por dar algunos ejemplos.

La expansión de estos grupos se acopla a los nuevos niveles de calidad de vida, que sintonizan con los estratos medios, la intelectualidad universitaria, los contenidos de los mass media y los temas de opinión pública. Y es así como muchos de los temas de la amenaza ambiental han sido incorporados por otros sistemas sociales como de propio interés, iniciándose así sus reformas. Es así que muchos de los nuevos avances tecnológicos minimizan los daños ocasionados debido a la preocupación desencadenada por estos grupos.



A su vez, procesos de este tipo activan contrafuerzas frente a la autoproducción de las amenazas ambientales. Por ejemplo, en los países democráticos, los opositores de turno o fuerzas políticas extraparlamentarias, son los más interesados por los derechos ambientales, mientras que algunas empresas compensan el dióxido de carbono que expelen invirtiendo en proyectos de reforestación. En tanto, se debaten cada vez más los planos reguladores comunales o las propuestas para desafectar áreas verdes con el pretexto de contar con fondos para cuidar las que quedan.



En poco tiempo, la ecología y temas afines pasaron a constituirse en materia de estudios, surgiendo nuevas carreras que dan cuenta de su presencia en los sistemas científico y educacional. Todo esto, responde a la ampliación de sensibilidades con aspectos del ambiente.



En nuestro país, la comunicación de las amenazas ambientales pasa por la notificación del malestar ciudadano frente a los riesgos ambientales, y éste por las oportunidades para la participación ciudadana. Quizás, habría que prestar más atención a la celulosa de Valdivia o a las discusiones sobre Pascua Lama. Más que marginalizar los debates y estigmatizar a sus voceros, debemos apreciar en ellos una contribución a la supervivencia de la sociedad.





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Dr. Marcelo Arnold-Cathalifaud. Director del Magíster de Antropología y Desarrollo (MAD), de la Universidad de Chile




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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