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El Comandante Conejo y su pandilla


El Comandante Conejo y los pingüinos se tomaron las calles una mañana de mayo, irrumpieron con un grito adolescente y furioso -somos los hijos olvidados de los excedentes del cobre-, asaltaron la historia, exigieron pase escolar gratuito, PSU gratuita, derogar la LOCE y modificar la JEC. Vilipendiados, no escuchados, amenazados y golpeados, se tomaron sus liceos, crearon una red de solidaridad entre ellos y se hicieron grandes. Los tuvieron que escuchar; entre bombas lacrimógenas, lumazos y guanacos le cambiaron la agenda al gobierno y nos recordaron algo que se nos había olvidado: sin educación no hay futuro.



El gobierno los primeros días de mayo no aceptaba desmanes, no toleraría desordenes en las calles, no dialogaba con estudiantes movilizados. El martes 30 de mayo se sentó a la mesa con los secundarios, mientras en las calles más de medio millón de estudiantes marchaba y se tomaba sus Liceos.



El gobierno debió tomarse en serio, quizá a regañadientes para muchos, que lo del gobierno ciudadano no podía ser solo un eslogan; o se cree que la sociedad civil tiene derecho a expresarse y ser parte de las decisiones que la impactan o de lo contrario este discurso es un mero panfleto.



La respuesta se anunció en cadena nacional: una comisión estudiará la calidad de la educación.



Una comisión al principio integrada por especialistas, después por éstos y por intereses corporativos. Poca sociedad civil. Se trata de un Consejo Asesor de la Presidencia, no un espacio de participación ciudadana, se apuraron en especificar cuando los cabros se habían subido por el chorro, y demandaban que la educación debía ser parte de un debate social, abierto, plural y amplio donde los distintos se reúnan para poner de común y manifiesto los consensos y los discensos. De eso no se trata, les dijeron, y váyanse para la casa luego pues los pueden instrumentalizar.



La virtud del Comandante Conejo y de los miles de secundarios movilizados, fue poner en debate uno de esos temas que nos da pudor analizar descarnadamente, pues reflejan de manera nítida la violencia con que se expresa la distribución del ingreso nacional.



Al negarse a rendir pleitesía a la Corte del Rey, Conejo y sus amigos, vinieron oxigenar la errática y mediocre agenda política, en que se transformó, después que la nación se sacó el Kino o lo que es lo mismo le creció la caja con los excedentes del cobre. Hacienda se asustó con tanto billete en el bolsillo; y reflexionó, mal por nosotros, mejor ahorramos, ponemos unas lucas en algunos instrumentos en el exterior y capaz que le haga caso a la Blanlot, medita nuestro chico listo de Harvard, le prestamos unas monedas a los países pobres a un interés bajo que nos permita no romper el dogma del superávit fiscal.



El Comandante Conejo y los pingüinos, vinieron, digámoslo con todas sus letras a molestar y despertar de su siesta a la autorreferente, autocomplaciente y obesa clase dirigente nacional y eso se agradece.



Se agradece que nos hayan venido a pasar la factura. Si todos hablaron de que este país tenia que derrotar la inequidad de partida, si en eso hubo consenso entre tanta oferta entre diciembre y enero último, entonces por quč poner candado a la caja fiscal cuando ésta tiene lucas de sobra para satisfacer las demandas de los más postergados.



Nuestro error, y no digo sólo el del gobierno, que de manera un tanto obscena se reprende a sí mismo, ha consistido en tratar de mirar la Revolución de los pingüinos, como si ésta fuera la clásica manifestación de pretensiones legitimas o no de algún actor social o la pataleta de turno de algún partido político molesto por la palabra poto en algún espacio publico.



Estos adolescentes se creyeron actores de su propia historia, creyeron, y en muy buena hora, que son protagonistas de su vida y que solo de ellos depende su futuro y que tienen bastante claro que el estado actual de cosas los conduce a la miseria intelectual y económica, de modo que no tienen muchas opciones y más bien no tienen nada que perder: o se mueven o van a parar a una Universidad o un Instituto Superior de dudosa calidad que les ofertará ser profesionales exitosos con 350 puntos en la PSU, burlándose de la inteligencia y el sentido común de ellos y de sus padres, y en ese momento el Estado estará mirando para el techo.



Que nadie se confunda, nuestros adolescentes se hastiaron de estar parados en las esquinas metiendo la nariz en una bolsa de pasta base, se cansaron de Rojo, se aburrieron del lugar común y se creyeron el cuento, son actores de sus propias vidas.



Ahora nos toca a nosotros.



¿El gobierno ciudadano es voluntad real o un eufemismo que no hay que tomar muy en serio?





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Luis Correa Bluas. Abogado. Master en Derechos Fundamentales Por la Universidad Carlos III de Madrid.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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