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Recuperar la voz de la educación, desde el movimiento estudiantil


«Podemos con cada gesto ganar nuevos ámbitos y con cada palabra agrandar la esperanza». He recogido estos versos de Miquel Martí i Pol, para pensar algunos significados del gesto del actual movimiento estudiantil y escuchar su voz esperando germine la palabra.

Esta palabra denuncia la pérdida de la voz de la educación, esbozando ciertas claves para su recuperación. Tomaré la acepción del término recuperar que alude a ‘volver en sí’. Mas, ¿En qué consiste este ‘volver en sí’, o, recuperación de la voz de la educación? ¿Quiénes y a través de qué mecanismos han usurpado esta voz? ¿Cuál es la voz que se ha enmascarado? ¿Por qué es necesario recuperar esta voz?

El filósofo Jorge Millas destaca el papel de la educación en la conformación de la sociedad democrática, expresada en su finalidad de formar al ciudadano para la democracia y habilitarlo para eliminar la pobreza, entre otros. Palabras inspiradoras para recuperar la voz de la educación. Se trata de un ‘volver en sí’, oteando en su carácter humano y constructor de humanidad. El devenir de la civilización muestra que es admisible acercarse al cumplimiento de este propósito en un ambiente democrático, donde la esfera pública está abierta a la participación; un espacio político, donde la polis somos todos y su destino depende de nuestras acciones y reflexiones. Participar, tomando la parte que nos corresponde en el espacio común, es condición necesaria para la vertebración del espacio público, así como, la comunicación y el conflicto constituyen sus condiciones de posibilidad. He aquí una de las fortalezas del movimiento estudiantil, denunciar un debilitamiento de la democracia en lo educativo y, a su través, mostrar el déficit democrático de nuestra sociedad.



Mas, ¿cómo ha podido enmascararse esta voz de la educación? Toda política educativa aparece, entre otras, en una normatividad jurídica que es su base de sustentación legal. El movimiento estudiantil ha recordado que las políticas educacionales de los Gobiernos de la Concertación, en lo fundamental, han mantenido la normatividad jurídica heredada de la dictadura. Ilustrativo de ello, es el principio de subsidiariedad del Estado y su manifestación en el rol de un Estado subsidiario, aún vigente.

Salta a la vista, la pregunta ¿en qué medida esta normatividad jurídica, permite, hoy, cumplir con el auténtico carácter moral de la educación y se ajusta a los valores jurídicos de justicia, bien común y seguridad jurídica?

Sostengo que esta continuidad del sistema normativo del tiempo de dictadura y, especialmente, del principio de subsidiariedad del Estado, es un mecanismo relevante a través del cual se ha usurpado la voz de la educación, generando el terreno fértil para la desigualdad educativa.



Lo anterior, no significa desconocer el valor de la existencia de una educación pública y de una educación privada, de una laica y una religiosa, más al contrario, es plantear que la educación pública, aquella que se realiza con los fondos públicos, que es de todos y para todos, es un bien público y amerita una atención preferente y directa del Estado.



¿Cuál es esta voz educativa, usurpada o enmascarada? La educación es una práctica social, cuyos significados, además de los otorgados por la acción de los sujetos, están social, histórica, ideológica y políticamente constituidos. Lo anterior, permite destacar el papel de la ética en la educación y restituir su carácter moral. Esta es la voz, propiamente, educativa y a la que debiesen supeditarse el conjunto de elementos y factores que hacen a la complejidad de la educación.



La normativa jurídica señalada, ha favorecido el resurgimiento de tendencias tecnicistas que, desestimando nuestra tradición educativa, han intentado supeditar, su carácter ético a una racionalidad instrumental, fundada en una supuesta neutralidad de la ciencia, detrás de la cuál podría esconderse la lógica del mercado. Baste atender, por vía ejemplar, al uso de ciertas nomenclaturas, extrañas al carácter de la educación, que suplantan el lenguaje propiamente educativo, constituyéndose en una jerga que se instala en el espacio educativo, confundiéndolo, con la amenaza de reemplazar a la ética por recetas tecnocráticas. Que los alumnos sean llamados, a veces, clientes, los profesores y académicos, recursos humanos, la relación enseñanza-aprendizaje quede reducida al desarrollo de competencias, la institución educativa aspire a ser competitiva, eficiente y eficaz, la vocación devenga en desempeño docente y el cumplimiento de la innegable función de las instituciones educativas, se resuma en el eslogan de ‘calidad total’, constituyen algunas manifestaciones de un lenguaje eficientista, propio de la empresa industrial y militar, y no de la institución educativa.



¿Por qué es necesario recuperar la voz de la educación? El movimiento estudiantil ha mostrado una arista del estado de la educación, ello puede ser una excelente oportunidad para generar algunas condiciones para el fortalecimiento de la democracia. Tarea, en que debiésemos tener la valentía de revisar la normatividad jurídica que sustenta nuestra actual política educativa y contemplar, críticamente, si ella permite cumplir, hoy, con los derechos fundamentales, los valores que los sustentan y con los cánones de un Estado democrático. También debiésemos revisar la relación entre la libertad de enseñanza y el derecho a la educación, planteado en nuestra Constitución, y discutir, por ejemplo, ¿Cuáles serían las condiciones mínimas de educabilidad, hoy, para la existencia de la libertad de enseñanza? Todo ello recogiendo la valiosa tradición de la historia de nuestra educación, sus enseñanzas respecto de una auténtica educación de calidad, ejemplo paradigmático de lo cual es el Estado Docente que, sin duda, se contrapone al Estado subsidiario.



En la conmemoración de los cien años de nuestra vida independiente, se desarrolló «La Polémica del Centenario»; distintos sectores de la sociedad denunciaron la crisis de la educación y se reunieron a discutir asuntos fundamentales, tales como: ¿A quién le corresponde el derecho a educar, a la familia, a la iglesia o al Estado? ¿Quién debiese controlar la educación? ¿La educación debiese ser laica o católica? , y, ¿Qué orientación debiese tener el liceo humanista e intelectual, o, profesional y técnico?, entre otros. Propongo, en la antesala del Bicentenario, inaugurar una «Polémica del Bicentenario», que permita des-velar el contenido de la crisis de la educación, conditio sine qua non para el fortalecimiento de una educación y una sociedad democrática. Este es el auténtico contenido de una EDUCACIÓN DE CALIDAD, y no aquellos significados que, manifiesta o solapadamente, quieren otorgarle ciertas visiones tecnocráticas. Podremos, ciertamente, con cada palabra agrandar la esperanza. Esta es mi voz.





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María Angélica Oliva. Profesora. Magíster en Educación. Candidata a Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, Universidad de Valencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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