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Casas de nueve metros en tierra de greda


La gente es responsable de lo que le está ocurriendo, ha dicho la ministra de Vivienda, Patricia Poblete. Lo dijo el viernes 7 de julio en el programa Medianoche de TVN, después de que explotara el tema de las «casas» de 12 y 9 metros cuadrados construidas en Malloa y Machalí. Y lo repitió en una entrevista al diario El Mercurio, el domingo 9.



Es interesante observar cómo el Estado, a través de la principal funcionaria del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, endosa la responsabilidad a ciudadanos de extrema pobreza («gente sencilla» como le escuché decir el miércoles 12 en Canal 13) que no tienen la formación para entender un contrato abultado de tecnicismos. No lo digo yo, lo dijo el domingo 9 el concejal de Machalí José Miguel Urrutia en la radio Promaucaes, la emisora local de la comuna. Durante la emisión del programa «La revista semanal», le pregunté qué características tenían los vecinos del Comité de Vivienda Los Álamos. Sin dar nombres, explicó que entre los postulantes había vecinos que no tenían instrucción básica.



Lo mismo me diría mi amigo Óscar Acevedo cuando me lo encontré en el bus de regreso a mi casa: «Es gente iletrada», dijo Óscar, en defensa de los que próximamente se convertirán en sus vecinos. Y Óscar sabe de luchas contra el Serviu: lleva dos años representando a un grupo de 33 familias que postularon a una vivienda básica y que ahora tienen una deuda con un banco privado



En estos días no sólo me preocupan los dichos de la ministra Poblete. Acá, en Machalí, algunas personas se han contagiado del discurso oficial. El domingo y los siguientes días he escuchado varias veces la frase «la gente sabía». Cada vez que oí este argumento comenté lo que me había dicho mi amigo Óscar («es gente iletrada») y les recordé que los asesores técnicos del ministerio están obligados a orientar a las personas que postulan a una casa social. Y que si no lo hacen ellos, lo deben hacer los funcionarios municipales, entre ellos el director de Obras que otorga los permisos de edificación, y el alcalde, en su condición de representante elegido por votación popular.



¿O es acaso razonable que se haya visado la compra de un terreno impropio para edificar viviendas? Las construcciones de 9 metros cuadrados de Machalí fueron levantadas en terrenos de greda y de vegas, o sea en terrenos blandos. Todo lo que se ha edificado ahí, a pie de monte, corre el peligro de desmoronarse.



¿O es acaso razonable que las calles de la nueva villa no tengan las pendientes necesarias para que escurran las aguas-lluvia? ¿O que las soleras sean discontinuas hasta que se confunden con la calzada? ¿O que los frontis de las construcciones no midan lo mismo? ¿O que existan pilares que sobresalen del radier? ¿O que no haya un sistema de vigilancia que impida los robos de los artefactos y de las cañerías? Esto no lo vi en los planos ni me lo contaron mi amigos machalinos. El sábado 8 lo comprobé junto a Julio Peña, un vecino de la población Salvador Allende de Machalí. Recorrimos los terrenos gredosos, medimos las construcciones, comprobamos los robos.



El lenguaje de la ministra



La ministra Patricia Poblete no sólo ha endosado la responsabilidad y acusado de montaje a los vecinos de Malloa y Machalí. Es interesante escuchar cómo se refiere a ciudadanos chilenos que se sienten defraudados por las políticas de vivienda del Estado. «Esta gente obtuvo su subsidio el 2001, ese programa se está extinguiendo y quedan alrededor de 1.700 casetas en el país que están ejecutándose», declaró al diario El Mercurio el domingo 9 de julio.



Los integrantes del Comité Los Álamos, creado hace doce años en la comuna de Machalí, no tienen nombre para la ministra Poblete. Los dirigentes Julio Reynoso, Karen Correa y Liria Espinoza son, en el lenguaje ministerial, «esta gente». Así, en tono neutro, impersonal, despectivo. El miércoles 12 cambió el discurso y los llamó «gente sencilla». Esa nominación no arregla las cosas. Me recuerda a las organizaciones de caridad; a las damas benefactoras que tienen tanta dificultad para pronunciar la palabra pobre.



Y hay más asuntos de lenguaje en el caso de Malloa y Machalí. Cuando hace dos semanas los medios de comunicación dieron las primeras imágenes de estas sub-soluciones habitacionales, las autoridades del ministerio aún hablaban de viviendas. Pero hacia el día domingo la ministra aclaraba (y seguramente se aclaraba a sí misma) que éstas no eran casas, sino casetas sanitarias. Dijo al diario El Mercurio: «…Si este programa no entrega viviendas sino casetas sanitarias».



Todos los que éramos muchachos y adultos en la década del 80 sabemos qué representa una caseta sanitaria. Las daba Pinochet a las familias que carecían de infraestructura sanitaria básica; las instalaban en sitios donde había una vivienda de autoconstrucción, habitualmente de madera, o en terrenos donde aún no se edificaba una casa. La caseta era un módulo de albañilería de ladrillo, destinado a los servicios higiénicos (un WC, un lavamanos y una ducha) y a la preparación de alimentos (un lavaplatos conectado al agua potable y al alcantarillado). Generalmente, eran emplazadas en los frontis de los sitios. Ya en esa época se trataba de una política de vivienda indigna para las familias pobres: no era una solución integral, sino fraccionada.



«Las personas tenían tan pocas proyecciones, que esta estructura rígida terminaba siendo un anexo de una serie de construcciones que se levantaban hacia el fondo de los sitios. Muchas familias las desmantelaban, sacaban los artefactos, las puertas y los techos para venderlos. Cuando estaba en la universidad me tocó verlo en las poblaciones Huamachuco I y II, mientras hacía la práctica profesional en la comuna de Renca. También lo vi en La Granja, en el sector de Avenida Trinidad, y en Lo Errázuriz».



El testimonio es de Gustavo Vivanco, arquitecto residente en Machalí. «Ahora nos dicen que se siguen entregando casetas sanitarias, pero las que yo conocí, al menos, tenían una puerta que separaba el baño de la cocina».



Todos creíamos que la era Pinochet había terminado, pero las casetas de 9 metros cuadrados, levantadas a pie de monte en terrenos de greda y vega, son un ejemplo dramático de que la década de los 80 aún está aquí.



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Verónica San Juan es periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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