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La financialización de la economía global


La economía mundial parece estar entrando en un nuevo ciclo. Algunas características centrales del actual modelo de acumulación mundial están demostrando no ser sostenibles. No sólo se trata de que el motor del crecimiento mundial encuentre su combustible en un excesivo consumo de algunos países (especialmente de habla inglesa) y en las exportaciones baratas de China y otros. Detrás de esta tendencia hay fenómenos estructurales que prometen ejercer su influencia más allá de las medidas que pudieran adoptar los países respectivos para disminuir sus déficits y superávits.



Dentro de las tendencias generales más importante está lo que se ha denominado la financialización de la economía mundial. Se entiende por tal la acumulación de un capital flotante invertido en títulos financieros de las más diversas índoles, como son las acciones y los bonos (públicos y privados). Esta es una riqueza virtual montada sobre la real, pero con una valoración independiente de ésta.



Íntimamente asociado a este proceso está la globalización financiera, es decir, la integración de los mercados financieros nacionales en un mercado financiero global. Gracias a ella, tanto las ganancias empresariales y los ahorros privados (entre ellos, de la seguridad social privatizada) como las reservas monetarias de todas las naciones confluyen hacia un solo y único mercado global de títulos financieros, encargado de distribuirlos en el mundo conforme a sus propios criterios de rentabilidad.



La financialización de la economía global ha permitido una grandiosa acumulación de riqueza. En términos de los organismos oficiales, se trataría de una riqueza o «haberes» (assets) monetarios. Pero en realidad, esta es una riqueza ficticia, de papeles sin valor alguno cuando no son transados. Ello quedó demostrado con la crisis bursátil con posterioridad al 11 de septiembre del 2001. En pocos días, la riqueza representada por muchos de estos papeles, especialmente acciones, disminuyó a su tercera parte, borrándose del mapa mundial, casi como por arte de magia, varios billones de dólares de capitalización global.



Millones de personas quedaron expuestos a una pérdida de sus ahorros y sus perspectivas de seguridad social. Sin embargo, gracias a la política de «dinero barato», fue posible evitar el desastre. Básico fue el aumento no sólo de los déficits fiscales en varios de los países desarrollados, como EE.UU., Japón y varios de la Unión Europea, sino también el recrudecimiento de los desequilibrios financieros internacionales entre los países. Es decir, fue necesario crear las condiciones de la cual muchos hoy se están lamentando.



Con el aumento de los precios del petróleo y de muchas materias primas, la demanda por títulos de inversión financiera ha continuado aumentando. Es la única forma en que los países exportadores de esos productos pueden «invertir» sus excedentes, suponiendo que van a estar disponibles cuando los requieran en el futuro. Sin embargo, la oferta de títulos con la calidad requerida comienza a entrar en dificultades. Los inversionistas deben incurrir en crecientes riesgos para mantener las perspectivas de ganancias. Ello está llevando las tasas de interés hacia arriba, quiéranlo o no los Bancos Centrales.



La otra cara de la medalla de este proceso de enriquecimiento, es el enorme endeudamiento público y privado en muchos países del mundo. Ello ha llevado a una disminución de los ahorros precisamente allí, donde el endeudamiento ha sido mayor. Para poner en órbita sus papeles, los agentes de la financialización mundial no han escatimado esfuerzo. Además, han generado burbujas especulativas, primero de sus propios títulos, y después en el mundo real (por ejemplo, vivienda). Así, la financialización ha permitido mantener el nivel de demanda global a un nivel muy superior a la efectiva capacidad de pago de quienes se han estado endeudando.



Estos procesos no sólo están poniendo al suspenso el valor de los derechos adquiridos por una gran masa de ahorrantes por concepto de sus aportes previsionales y ahorros privados, sino también sembrando dudas sobre las perspectivas de la coyuntura mundial. En EE.UU y otras partes, la seguridad social esta desfinanciada precisamente debido a los procesos de financialización. La respuesta ha sido simplemente eliminar una buena parte de estos derechos adquiridos, trasladando la responsabilidad del financiamiento del resto sobre el fisco. Pero para la mayoría de inversionistas de los miles de fondos de inversión que deambulan por el mundo no existe ni siquiera esa débil protección.



Ahora la coyuntura mundial se ve amenazada por la serie de distorsiones que este proceso ha acarreado. La mayor incongruencia se encuentra entre los valores acumulados a través de las diversas formas de financialización, y la capacidad efectiva de la economía real global de satisfacerlos. Bajo el supuesto que la reducción de los gastos de quienes son sus deudores asegura el valor de los títulos respectivos, la financialización está promoviendo un ajuste de los desequilibrios mundiales de carácter necesariamente recesivo. El descomunal resurgimiento de la concentración económica empresarial, los despidos masivos de empleados y obreros, y la sistemática explotación de los bolsones mundiales de mano de obra barata, todo bajo e manto del libre comercio mundial, son los síntomas más destacados.



Lo que se está derrumbando de hecho es la ficción de que es posible mundializar los niveles de endeudamiento sin mundializar las condiciones para pagar las deudas correspondientes. Y frente a esto, no habrá alternativa que mundializar las pérdidas que necesariamente habrán de producirse. Tal como están las cosas, nada hacer suponer que este podría ser un proceso ordenado.



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Alexander Schubert. Economista y politólogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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