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La globalización financiera


El Gobierno de Chile acaba de anunciar que comenzará las negociaciones con Colombia para firmar un Tratado de Libre Comercio. La Presidenta Michelle Bachelet también informó que se estudia esa posibilidad con Ecuador y Perú. Es decir, América del Sur será ahora el objetivo de la economía chilena, que en los últimos años ha logrado acuerdos comerciales con Estados Unidos, Europa y Centro América, siendo el país de la región con más TLC firmados.



Varios gobiernos creen ver en este tipo de tratados la posibilidad para generar crecimiento y desarrollo, pero lo cierto es que no ha sido así en el caso chileno, porque los únicos beneficiados con los TLC siguen siendo los grandes grupos económicos, lo que ha profundizado las brechas sociales que la globalización financiera propicia.

Globalización financiera es el nombre de las transformaciones que han afectado el funcionamiento de las finanzas en las últimas décadas. Se trata de cambios profundos, asociados estrechamente a la liberalización de los sistemas financieros nacionales y a la integración internacional.



Este ámbito de la globalización tiene dos caras. Las transacciones se han incrementado espectacularmente, al mismo tiempo que la economía mundial se ha desacelerado. Asimismo, los flujos de inversión extranjera directa han tenido un crecimiento exponencial en los últimos años, pero la liberalización financiera no ha ido acompañado de igual dinámica en la esfera productiva.



Mientras tanto, se han acentuado los movimientos de capitales. El comercio promedio diario en el mercado de cambios global ha aumentado de 15 billones de dólares en 1973 a 1.300 billones en 1995. Pero de esas transacciones, sólo un 3% tiene que ver con el pago de operaciones de comercio exterior, es decir, orientadas a financiar actividades productivas.



A su vez, tras el complejo proceso de alianzas, fusiones e intercambio de acciones entre empresas para operar en los mercados globales, existen unas 35 mil sociedades multinacionales con más de 150 mil filiales, que acaparan la tercera parte del comercio internacional. Como resultado, se produce el desplazamiento de las actividades productivas hacia las áreas geográficas que presentan más ventajas, como menores costos laborales, incentivos fiscales y relajadas normas ambientales, entre otras.



A la par de todo lo anterior, la pobreza mundial aumenta dramáticamente. Según datos de la Cepal, en América Latina, mientras la pobreza alcanzaba en 1980 al 35% de los hogares, en 1990 llegaba al 45%. O sea, pasó en una década de 135 a 200 millones de personas.



Por otro lado, el hambre a nivel mundial sigue multiplicándose. Según datos de la FAO, para 1997-1999, existían en el mundo 815 millones de personas en estado de desnutrición, de los cuales más del 90% vive en países subdesarrollados. Esto quiere decir que los recursos disponibles no están siendo dirigidos a aumentar la estructura productiva de las economías, de tal manera de producir bienes que aumenten el bienestar de las personas, sino a incrementar la «burbuja financiera» alimentada por la enorme rentabilidad de estas operaciones.



Año a año los recursos naturales se van transformando en papeles y documentos financieros, mientras las inversiones, en vez de orientarse a la producción de leche, pan o vestuario, se destinan a obtener ganancias. En eso consisten las burbujas financieras, en hacer crecer artificialmente la riqueza, en inflar números y cuentas. El problema es que esto se hace en desmedro de los recursos naturales y de la producción real, lo que significa menos disponibilidad de alimentos y trabajo, es decir, más pobreza, desempleo y hambre.



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Marcel Claude, economista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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