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Chávez-Hu Jintao: Un vuelco histórico


Hay momentos, en la historia de la humanidad, que tienen la facultad de cambiar el curso del porvenir. No cabe la menor duda de que durante el siglo que nos acaba de dejar, eventos como la Revolución de Octubre, el avenimiento del fascismo, los campos de concentración, la Unidad Popular en Chile o las dictaduras latinoamericanas impuestas por Norteamérica, entre otros, fueron segmentos decisivos en la orientación de los vectores que determinaron el curso de los hechos que nos llevó al actual paraíso neoliberal.



Uno de esos momentos, que fuera decisivo en la historia del continente americano, fue la instalación de misiles soviéticos en el territorio cubano. Corría el año 1962 cuando los aviones espías de Estados Unidos captaron la construcción de plataformas misileras y la presencia de soldados soviéticos. Inmediatamente la administración del presidente John Kennedy reaccionó instalando un bloqueo naval alrededor de la isla y amenazando con un holocausto nuclear. El Kremlin y la Casa Blanca debieron entrar en negociaciones y Kruschev obtuvo un acuerdo según el cual retiraría sus misiles a cambio del compromiso estadounidense de no invadir Cuba y de retirar sus propios misiles Júpiter de Turquía. El mundo volvía a la paz y la guerra seguiría siendo fría.



Cuarenta y cuatro años después, cuando ya no existe la potencia roja de Moscú y el mundo está controlado manu militari por Estados Unidos, nuevamente un estado de esta América tropical, latina e indomable, pone en jaque de manera seria la hegemonía de la nación del Norte. En efecto, hasta el final del siglo veinte, Estados Unidos constituyó una potencia no sólo militar, sino que también tecnológica y económica.



Con la llegada del tercer milenio, se hace evidente la supremacía tecnológica del viejo continente europeo y de las naciones emergentes de Asia. La industria pesada europea recuperó el terreno perdido después de la Segunda Guerra Mundial y grupos industriales como Renault, Saab, Roll Royce, Airbus, Alsthom o Aerospatiale, entre otros, imponen su superioridad sin mayores dificultades. Por su parte las naciones asiáticas obtienen un crecimiento vertiginoso gracias a una producción cada vez más masiva en los sectores de la electrónica, la electrotecnia y los bienes de consumo en general, con atractivos precios al público de todo el planeta.



Ante estos antecedentes que comienzan a plantear un verdadero peligro para el equilibrio socioeconómico norteamericano, Estados Unidos crea una nueva estrategia militar, terreno en donde su excelencia no arroja dudas, lanzando una guerra contra el terrorismo cuyas características principales la constituye el hecho de que no haya ni vencedores ni vencidos, sólo muertos y heridos. Afganistán, Irak y, recientemente, el Líbano, son ejemplos concretos de esta táctica. Las tropas occidentales continúan en Afganistán sin poder atribuirse otra victoria que la de haber derrocado al gobierno de los Talibanes. Una situación similar se vislumbra en Irak en donde después de varios años de invasión no ha desaparecido el riesgo de guerra civil entre las etnias, manteniendo al país en un desorden que impide la cabal producción petrolera después del fracaso de la estrategia «petróleo por comida», ideada por el gobierno del padre del actual Presidente.



Irak era uno de los principales proveedores de energía de Europa y de China, los dos peligros más inminentes en la guerra comercial para Estados Unidos. Con la invasión norteamericana, en busca de «armas de destrucción masiva», Europa se encuentra pagando sus necesidades petroleras a más de 70 dólares el barril, lo que frena superlativamente su crecimiento económico actual y reduce sus perspectivas futuras. China se enfrenta a una verdadera crisis energética por la falencia de uno de sus principales proveedores y por el alto precio que debe pagar, llegando incluso al racionamiento de la electricidad doméstica.



Nada parecía poder detener el éxito de la estrategia Bush, que permitió al gigante del norte, incluso, acercarse a imponer una reforma de la Organización de Naciones Unidas que le sea absolutamente favorable y convertirse en la potencia indiscutida del momento.



Sin embargo, durante la semana pasada ocurrió el viaje de Hugo Chávez a la República Popular China. Concretamente Venezuela obtuvo el apoyo de uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad para ocupar un puesto en el próximo período en reemplazo de Argentina e importantes tratados energéticos, financieros, tecnológicos y comerciales. Venezuela aumentará progresivamente sus envíos de crudo a China hasta llegar en los próximos cinco años a 500.000 barriles por día, lo que la convertirá en el primer proveedor de la República Popular, mientras que China participará en el financiamiento de la inversión necesaria para explotar los yacimientos del Orinoco, una de las reservas de petróleo más grandes del mundo. Además los venezolanos ensamblarán diez y ocho barcos petróleos con capitales y tecnología china, para continuar después produciendo embarcaciones para la industria petrolera con personal y tecnología venezolanos.



Entre otras cosas, los tratados y acuerdos firmados durante la visita oficial de Chávez a su homólogo chino Hu Jintao del 23 al 28 de Agosto, significan el término del aislamiento energético de China y el término del aislamiento político de Caracas. Estos factores marcan, para Estados Unidos, una crisis tanto o más grave como lo fuera la crisis de los mísiles soviéticos en Cuba. Sin embargo el bloqueo militar o comercial de Caracas es, en el momento actual, tan impracticable como cualquier intento por derrocar el gobierno de la República Bolivariana.



China volverá a proseguir el camino que lo llevará a ser, a corto plazo, la primera potencia industrial y tecnológica del orbe mientras que Venezuela se ha incluido en una alianza estratégica que la convertirá en la primera potencia hispano americana.



Probablemente, después de estos tratados, el liberalismo económico tenga los días contados y quienes persisten en creer que la solidaridad puede más que la competencia, que la paz puede más que la guerra y que la comunidad puede más que el individuo, tengan una nueva oportunidad en estas sufridas tierras después de haber vivido los «cien años de soledad» a los que fueran condenados.



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André Grimblatt Hinzpeter, PhD. Analista Internacional



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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