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Los guapos


Hace algunos días en esta tribuna, Santiago Escobar hizo una interesante reflexión sobre lo que representa en el imaginario colectivo y popular la muerte o mejor dicho, el ajusticiamiento del «Indio Juan». Un hecho que nos adentra de manera brutal en aquella muerte saturada de bestialidad, de sangre, de odio, como sólo puede ser la muerte de un guapo que muere en su ley, como he escuchado decir a más de un ilustrado consumidor de información ABC1.



Está demás la reflexión acerca de estos guapos, que abundan de manera obscena en las calles y esquinas de los barrios de la frontera poniente de esta ciudad, segregada y dividida a más no poder por la capacidad de pago de sus habitantes; aunque en general concuerdo con ella: los matones del barrio, del curso, son que duda cabe -como diría nuestro sabio y entrañable primo pater de la República, Ricardo Lagos Escobar- los que se han apoderado de nuestras calles y plazas.

Sin embargo, la descripción de aquellas acciones que nos parecen repudiables, pues se apropian de nuestra libertad y alimentan de manera significativa nuestro temor, no bastan en sí mismas para explicar por qué después de 16 años de gobierno democrático debemos tolerar que calles y plazas se hayan perdido para la ciudadanía y estén conquistadas por los muchos indios Juan que abundan el Santiago oscuro, marginal, ese que nadie quiere ver, que todos prefieren estigmatizar y ojalá, ocultar de los encuentros en Casa Piedra.



Es preciso intentar explicarnos el origen de esta violencia. No para pretender una ciudad sin delito, aspiración pueril como sostuvo un destacado profesor de derecho en las páginas de El Mercurio, sino para rozar con alguna meridiana certeza la verdad, el origen de la misma.



Al menos, hay consenso en que como Nación estamos reprobando en asignaturas como la satisfacción de bienes sociales -Educación y Salud-; que hemos fomentado la precariedad laboral y que de manera bastante sólida, la inequidad encuentra un punto de partida en la mala distribución de la riqueza.



Este consenso -que por lo demás se convirtió en un lugar común en las pasadas elecciones- no ha podido traspasar la barrera de la constatación casi visceral de que algo no funciona bien. Que resulta grotesco un país en que sus índices de pobreza material aún son extremos y que la misma se origina, entre varias razones, por una distribución del ingreso nacional fundada en la inequidad y que ésta es aún más violenta, pues es parte del ADN de algunos chilenos, ya que hagan lo que hagan no podrán soslayar la misma, sin una razonable intervención del Estado en la corrección de los mecanismos de promoción social.



Sólo en fase de aproximación, podremos afirmar otro lugar común: no todos los guapos guapean de la misma forma ni por las mismas razones. No todos los guapos secuestran, roban o trafican.



Los guapos más guapos del 2006, aunque no es tiempo de hacer balances, han sido los estudiantes secundarios que salieron a la calle, cansados de discursos, promesas, mesas de trabajo y comisiones que concluían que la educación que le entregamos a nuestros jóvenes -de verdad y para ser muy guapo- no es más que una educación de mierda.



No todos los guapos le arrojan bombas molotov a la Moneda ni menos las lanzarían en Morande 80; no todos los anarquistas, anti globalización y los que están por un trato justo y digno a la reivindicación del pueblo mapuche son terroristas o delincuentes y, claramente, no todos los que tienen una fotografía del subcomandante Marcos quieren incendiar el palacio de gobierno.



Cuando a la protesta social convocada por profesores, médicos, funcionarios de la salud, secundarios y universitarios, se le impide su manifestación argumentando que éstos son lo bastante «naif» como para no controlar a los «encapuchados» -el nuevo tipo penal creado administrativamente- de verdad no estamos adentrándonos a perseguir a los guapos que arreglan sus cuentas entre balas y cuchillos, ni tampoco estamos comprendiendo a estos otros guapos que se están movilizando, lo que es más grave aún, porque son los que se cansaron de esperar que les cayeran los excedentes del cobre.



Algunos han comenzado a dormir tranquilos, hoy tenemos como ministro del Interior a un guapo de guapos, que no permitirá el desorden social; otros guapos y aquellos que no lo somos tanto, hemos comenzado a dormir intranquilos, porque los derechos fundamentales y las libertades públicas están siendo consideradas bienes prescindibles.



La lógica del todo se vale (para preservar el orden social) convierte a la democracia en un ring donde los golpes son sin guantes, sin reglas y sin llorar. Donde las patadas y los combos, claramente, los recibirán los ciudadanos de a pie, los mismos que votamos NO en octubre de 1988 y los que hemos votado por más democracia en estos últimos 16 años.





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Luis Correa Bluas. Abogado.




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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