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Victoria demócrata: explicaciones y porvenir


En las elecciones de mitad de período presidencial del Congreso de Estados Unidos (todas son uninominales), los demócratas obtuvieron la victoria que
predecían las encuestas.



Para ser mayoría en la Cámara de Representantes, que se compone de 435 escaños que se renuevan cada dos años, la oposición necesitaba agregar 15 nuevas bancas. Del total de los distritos, solamente 35 eran considerados en real competencia, 33 que estaban en manos republicanas y dos en las demócratas.



Según los sondeos, de esos 35 en disputa, tres se inclinaban hacia los republicanos, 12 hacia los demócratas y 20 estaban empatados. Al momento de escribir estas líneas, los demócratas tienen una ganancia neta de 28 asientos, y todavía 10 están indecisos.



En el Senado (se renueva cada dos años por tercios), los demócratas
necesitaban seis nuevas bancas para lograr la mayoría, de entre las 33 que
correspondía elegir. De ésas, nueve se consideraban competitivas, siete republicanas y dos demócratas, de las cuales, según las encuestas, cuatro estaban empatadas y cinco se inclinaban hacia los demócratas. Los demócratas ganaron las seis, además de mantener las dos suyas en disputa.



Además, los demócratas tuvieron victorias en las elecciones de los gobiernos
estatales. De los 36 gobernadores, de 50, que correspondía elegir, han aumentado su número de cargos en seis, y hay uno indeciso. Por consiguiente, se invirtió la mayoría republicana, 28 a 22, a una demócrata, hasta ahora, 28 a
21.



En medio de tantos triunfos, los demócratas comenzaron a recuperar el terreno que habían perdido en el sur y el medio oeste del país, regiones que se consideraban seguras para los republicanos desde la revolución conservadora que inició Reagan en la década de 1980.



Las razones de la derrota republicana son múltiples, entre las que destacan el fiasco de la guerra de Irak, que ahora parece extenderse a Afganistán, y que amenazan con incendiar todo el Próximo y Medio Oriente, una verdadera debacle estratégica, también para el resto del mundo, como cada día más trasciende del generalato norteamericano y británico y lo proclaman las
elites de relaciones internacionales.



La administración además intentó reemplazar la seguridad social por un sistema previsional de AFP, similar al chileno, y bajó los impuestos a las personas con mayores ingresos, una curiosa exportación de nuestros «Chicago boys».



Se agregaron los escándalos económicos y sexuales de algunos representantes republicanos, que se presentaban como defensores de la moral y las buenas costumbres. Y la ruina de la vieja industria pesada (vehículos, acero, máquinas herramientas, etcétera) debido al cortoplacismo y a la competencia de la globalización, más cambios demográficos por la inmigración latinoamericana hacia Arizona, Nuevo México y Colorado y de los jubilados californianos hacia el interior debido al aumento del costo de la vida en la costa oeste.



Mientras tanto, el gobierno se dedicaba a satisfacer las demandas de su base derechista y el presidente, según se rumoreó, ni siquiera prestaba atención a los consejos de su padre, quien lo precedió en el cargo, y es hoy el representante por excelencia de la vieja guardia republicana.



En la elección, además, los demócratas presentaron también como candidatos a veteranos de la guerra de Irak, a políticos que se declaran «pro-vida» y que no debaten los domingos por razones religiosas, a frustrados dirigentes republicanos moderados e incluso al subsecretario de marina de Reagan. Es decir, volvieron a ser la gran tienda multicolor de sus años de gloria.



En las urnas, los independientes y moderados, acudieron en gran número, abandonaron masivamente a los candidatos republicanos y sufragaron por los demócratas. En realidad, la elección fue más bien un plebiscito sobre la administración de Bush y su equipo neoconservador. No hay un proyecto alternativo, salvo el cambio de rumbo; el eterno problema de los multifacéticos demócratas, que llevó a uno de sus dirigentes a declarar: «no pertenezco a ningún partido político organizado, soy demócrata» y a otro agregar «es más fácil organizar a un grupo de gatos».



En ese contexto, a boca de urna, de cada 10 votantes, cuatro declararon que lo hicieron en contra de Bush y dos a favor presidente. Y así se puso fin, al menos por ahora, a una política enfocada hacia minorías movilizables, las bases, al subir inesperadamente el número de votantes no militantes, motivados por su exasperación con las políticas gubernamentales.



Los dirigentes demócratas declararon, al conocer la victoria, que buscarían
entenderse con la Casa Blanca y los republicanos para enfrentar los
problemas del país, en especial la caja de Pandora que la administración
abrió en Irak, en que las opciones, según el senador demócrata moderado
Barak Obama, se reducen a «malas» o «peores». Otros pidieron la renuncia
inmediata de Rumsfeld, el secretario de Defensa, a quien responsabilizan de
la desastrosa estrategia en Iraq. Además, se colgaron, como base de
solución, al trabajo en desarrollo de la comisión bipartidista, nombrada por
el presidente y que encabezan James A. Baker III, quien fuera secretario de
Estado de Bush padre, y Lee H. Hamilton, quien fuera un destacado congresal
demócrata, que explora alternativas de políticas respecto de Irak y que se
espera haga recomendaciones a principios del año próximo.



Nadie tenía muchas esperanzas, debido a la conocida seguridad del presidente que raya en la arrogancia. Y parecía ser más bien una maniobra política de los demócratas para no ser acusados de obstruccionistas. Sin embargo, ante la sorpresa general, en una conferencia de prensa a las 13 horas del día siguiente a la elección, el presidente, en tono sombrío, reconoció su responsabilidad política en el resultado electoral, anunció la renuncia de Rumsfeld y el nombramiento en su reemplazo de Gates, quien fuera jefe de la CIA y que es parte del equipo de Bush padre y de la Comisión Baker/Hamilton, en la secretaría de Defensa.



Este inesperado cambio, la reaparición de la vieja guardia republicana es una buena noticia, y es de esperar que los neoconservadores sean una pesadilla del pasado, como por lo demás ahora cada día más lo piden los políticos republicanos. Con todo, a sólo dos años de la elección presidencial, el bipartidismo tiene pocas opciones, salvo para evitar un desastre como es el caso de Irak. En las demás materias, seguramente habrá un cerrojo.



¿Cuál es la reacción del resto de los mortales? El pueblo iraquí, de todas las sectas, reaccionó con entusiasmo, salvo su gobierno, una buena señal acerca de qué hacer. Para los mercados financieros, también es una buena noticia; les gusta una democracia que interviene poco, como en Estados Unidos, y en
especial cuando hay un gobierno dividido, que hace menos. Y, para los demás, bueno, lo que más nos importa es evitar una catástrofe sin precedentes en el Próximo y el Medio Oriente que nos afectaría a todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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