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Nueva plaga urbana: Las antenas de celulares


La contaminación se ha convertido en un problema a escala planetaria, con consecuencias graves para el medio ambiente y la salud humana. Por desgracia en vez de mejorar, en los últimos años, a los contaminantes ya conocidos se ha sumado la contaminación electromagnética, como subproducto del desarrollo masivo de las telecomunicaciones.



Cuando me refiero a contaminación electromagnética o electropolución, hablamos de la contaminación producida por los campos eléctricos y electromagnéticos, como consecuencia de la multiplicidad de aparatos eléctricos y electrónicos que nos rodean por todas partes, tanto en nuestro hogar como en el trabajo. Son radiaciones invisibles al ojo humano, pero perfectamente detectables por instrumentos de medida.



Dada la proliferación incontrolada de fuentes de contaminación electromagnética a nuestro alrededor, son múltiples los científicos de renombre internacional que han mostrado su interés por el tema, advirtiendo del creciente riesgo a que nos vemos sometidos. Entre los efectos adversos publicados en sus investigaciones podemos destacar los siguientes: cefaleas, insomnio, alteraciones del comportamiento, depresión, ansiedad, leucemia infantil, cáncer, enfermedad de Alzheimer, alergias, abortos, malformaciones congénitas.



Dentro de este grupo de contaminantes -entre los que figuran tendidos de alta y media tensión; electrodomésticos e instalaciones eléctricas caseras; instalaciones y aparatos de uso industrial-, destacan las emisoras de radio y TV, así como las estaciones base de telefonía móvil.



Respecto de estas últimas la contaminación es en el nivel de radiofrecuencia y microondas (entre 100 KHz a 300 GHz). Los campos electromagnéticos producidos son pequeños, aunque en la cercanía de las antenas emisoras pueden alcanzarse niveles de densidad de potencia y campo eléctrico perjudiciales para la salud. Además, estas radiaciones tienen un gran alcance y están experimentando un crecimiento exponencial, por lo que afectan a un sector cada vez más amplio de la población.



En definitiva, a nadie le gusta que le instalen una antena celular cerca de su casa, menos aún cuando se trata de inmensas torres, ya sea por su aspecto poco estético, como por el temor a que la radiación emitida los afecte. Además, se deteriora la plusvalía de las propiedades y la calidad de vida de los barrios.



Este es el caso de los vecinos de Reñaca Alto, de Recreo-Agua Santa, en Viña del Mar, que han realizado manifestaciones públicas y con quienes hemos interpuesto reclamos de ilegalidad frente a las concesiones otorgadas y diversos recursos de protección en la Corte de Apelaciones de Valparaíso para impedir la instalación o retirar las torres ya instaladas, como hecho consumado. Este es lo que ocurrió en el paradero 9 de Reñaca Alto, sin consulta alguna a los vecinos ni autorización municipal.



Lamentablemente, en Chile no existe una ley que proteja a la comunidad y que regule la instalación. Ya somos varios los parlamentarios que hemos impulsado proyectos de ley para establecer un marco regulatorio a este problema que se ha convertido en una invasión, una verdadera plaga urbana.



Las normas propuestas exigen permiso de obra, obligan a los municipios a determinar zonas de instalación y dan plazo a las empresas para reinstalar sus artefactos en las zonas autorizadas.



Hay ejemplos como el de Quilpué donde el Concejo Municipal aprobó una Ordenanza para la instalación de torres, antenas y parábolas para cualquier tipo de telecomunicaciones, exigiendo permiso de la Dirección de Obras Municipales.



Tanto la nueva legislación regulatoria, respecto de la cual se ha exigido al Gobierno darle urgencia -lamentablemente con poca recepción hasta hoy-, como el significativo paso de Quilpué, deben ser una clara señal a seguir, en especial, para ciudades importantes como Viña del Mar y Valparaíso, y todas aquellas donde se concentran grandes cantidades de población y donde los riesgos son mayores.



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Rodrigo González Torres. Diputado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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