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Los restos del innombrable


A la una de la madrugada pudieron sacar su cadáver. Antes no fue posible. El desborde emocional de los chilenos no lo permitía.



Pinochet soñó que lo enterraran con honores de jefe de estado, con invitados extranjeros, desfiles populares por las calles, banderas a media asta en todo el país, llantos alquilados y auténticos.



No fue posible. Hubo que sacar su cadáver del hospital a la una de la madrugada, tras numerosos ensayos y toda clase de medidas de seguridad.



¿Alguien dijo que no fue condenado? No es así. Su país y el mundo lo condenaron. Y aunque haya filas de pocos miles de sus partidarios para rendirle homenaje en la Escuela Militar, sobrevuela sobre ellos la vergüenza.



No podrá haber en ningún lugar del largo y extenso territorio chileno, un sitio donde reposen sus restos. Donde se puedan derramar algunas lágrimas. Donde sus familiares -en los instantes en que no estén ocupados contando billetes- puedan rezar por él.



El Gobierno informó que la primera medida iba a ser cremar su cadáver y entregar las cenizas a su familia. Así, de paso, queda en claro que ni siquiera su cuerpo perdurará.



Pinochet, en realidad, había muerto hace mucho tiempo. Estaba desaparecido, era «irrelevante», dijeron TVE y CNN. No tenía presencia política y el poder que siempre quiso retener, se le escapó de las manos.



Pinochet dividía a los chilenos. Desde hoy ya es pasado. Su desaparición física es un alivio. Incluso para sus familiares y sus partidarios. ¿Y él, dónde estará? ¿Cómo será su encuentro con sus víctimas?



Augusto Roa Bastos escribió al terminar su monumental «Yo, el Supremo«: «Â…A media noche bajarás a las mazmorras. Te pasearás entre las hileras de hamacas que cuelgan unas encima de otras, podridas por veinte años de oscuridad, sufrimiento y sudor. No te reconocerán. No te verán siquiera. No te verán ni oiránÂ… Lo bueno, lo mejor de todo es que nadie te escucha ya. Inútil que te desgañites en el absoluto silencio».



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Leonardo Cáceres C. Periodista y docente universitario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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