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Bendita corrupción


Producto de mi costumbre de revisar libros, me topé con uno titulado: «La Corrupción», de Jorge F. Malem, profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Al revisarlo Ä„oh sorpresa! encontré entre sus páginas argumentos para sostener las hipótesis del libro, que señalaban que la corrupción tenía aspectos positivos.



No estamos solos, no somos los únicos, hay buenas ideas circulando. Es mi primera conclusión, luego de conocer la bibliografía existente en el mundo sobre el tema y que cita el autor.



Hay quienes piensan que la corrupción juega un papel modernizador en la sociedad en general y en la burocracia en particular. Quienes se aproximan a esta tesis dicen que corrupción y modernización están íntimamente relacionadas. De acuerdo con esta tesis, los efectos modernizadores pueden examinarse según el impacto que tengan en el desarrollo económico, en el cambio en las instituciones administrativas y en la integración social.



Estos argumentos se apoyan en observaciones, más, por supuesto, el consabido y necesario matiz:



La primera es que permitiría superar los inconvenientes ocasionados por un entramado legal e institucional poco claro originados en una legislación errática, en ocasiones ambiciosa, que otorga poderes a los funcionarios. Esta situación no sólo permite que las burocracias se transformen en centros incontrolados persiguiendo sus propios intereses a través de la institucionalización de la extorsión y del soborno, sino que este mismo procedimiento permitiría que quienes se ven necesitados de trámites, puedan superar los inconvenientes precisamente a través de la corrupción.



Se esgrime un segundo argumento asociado a «aceitar la máquina». La función de estos pagos consiste en agilizar, no por la vía normativa sino por la vía de los hechos, dichos trámites. Téngase presente que al funcionario se le estaría solicitando que cumpla con su deber, pero que lo haga con celeridad haciendo ahorrar esfuerzos al administrado. Entonces, a cambio de ello, éste le recompensa generosamente.



Otro de los argumentos, es que permite a los miembros de minorías ejercer influencia en la burocracia, actividad que no sería posible de otro modo, dado el peso numérico que tendrían. Unos intercambian poder político por dinero. Otros, dinero por poder político. Pero en ambos casos se vende algo público en beneficio personal. Así, la corrupción se transformaría en un instrumento que posibilitaría la cohesión social al margen de la pertenencia a un grupo minoritario.



En contraposición a estos beneficios, no conviene olvidar que esta misma corrupción ha producido en más de una oportunidad efectos destructivos para el Estado. Ha ocurrido que tales prácticas han generado problemas de convivencia en la historia en distintas partes del mundo, que si se trajeran a colación harían perder sentido a esta asociación entre dicho fenómeno y cualquier noción adscrita a la «modernización».



Que el pago de engrase cumple funciones benéficas, tampoco resulta del todo convincente. Quienes se acostumbren a recibir pagos, pueden asumir como estrategia la demora ex profeso con el fin de generar la necesidad de esos pagos. Habría un incentivo para fomentar entonces la realización de las conductas que se querrían evitar.



Por otra parte, si bien grupos de personas de una minoría pueden obtener ventajas, en el largo plazo los conductos corruptos, lejos de favorecer la integración, producen una reafirmación del sistema vigente. Un corrupto no es precisamente un reformador social. Más aún, en un ambiente corrupto éstos obtienen fuertes incentivos para realizar estas acciones sostenidamente y, de ese modo, seguir alcanzando los beneficios de su posición privilegiada.



Ahora bien, si la corrupción no está asociada a la modernización, como pareciera ser, y se entiende que modernización es jibarización del Estado y así hay menos corrupción, habría que agregar, para no sacar partido, que países inmersos en la privatización, dentro de la doctrina del Estado Privatizador, no han alcanzado necesariamente un descenso significativo de la corrupción. Identificar la contraparte -el Estado de Bienestar– con corrupción parece ser, pues, algo apresurado.



Concluyo que esta revisión nos da luces justamente sobre lo que no hay que hacer o fomentar, si queremos atacar la corrupción. He usado la ironía, creyendo, según el método socrático, que puede ser útil. Tal vez ésta nos ayude a poner de manifiesto nuestras debilidades e ignorancias y de allí surja de nosotros mismos la claridad que nos permita superarlas.



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Pedro Tejo. Profesor de Microeconomía de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Central de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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