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Reinventando nuestra educación


Todavía continuamos preparando niños para ser dóciles y dominar el aprendizaje de memoria, convencidos de que los niños tienen que ir al colegio a practicar sinónimos y antónimos para los exámenes estandarizados. Nuestra educación está más interesada en delimitar el comportamiento que en encender la llama del aprendizaje para toda la vida.



El nuevo mundo del trabajo busca creatividad, individualidad, espontaneidad y flexibilidad mientras que las Comisiones educacionales nos dan más de lo mismo durante los últimos 100 años. Es decir, uniformidad, estandarización y brutal aburrimiento en unos lugares, pensados por expertos torturadores, llamadas aulas. Una verdadera línea de montaje al estilo de la era fabril, orientada a formar gente que piense igual y que pase por terribles pruebas estandarizadas como la pesadilla llamada PSU. Clases administradas en forma de pequeñas dosis de aburrimiento destilado.



Es absurdo y anti natura ser obligado a sentarse confinados con gente de exactamente la misma edad y clase social. Todo esto separa a los niños de la inmensa diversidad de la vida y de la sinergia que esto produce. Es absurdo ir de celda en celda al toque de la campana cada día de nuestra juventud en una institución que no permite ninguna privacidad. Quizá la forma sea realizar actividades de caridad, teniendo aventuras reales y buscando mentores que les pudieran enseñar lo que realmente quieren saber.



No se trata de que los niños hagan lo que quieran, se trata de guiarlos para ser decididos, perseguir sus sueños y hacer cosas que marquen la diferencia para cada uno. Cada alumno aprende a ritmos distintos y de modos diferentes. Asignarles números o notas a los niños constantemente, permite discriminar cuantitativamente aspectos totalmente cualitativos.



Un factor que contribuye a extender la insatisfacción de los profesores es la increíblemente escasa naturaleza intelectual que poseen los colegios. Las ideas se rompen en fragmentos llamados «temas», los temas en «unidades», las unidades en «secuencias», estas en «lecciones» y las lecciones en «tareas para casa»; todas esas piezas prefabricadas hacen que las aulas resistan la embestida de profesor más entusiasta. Ellos se deben limitar a hacer que los niños avancen, casi mecánicamente, por las secuencias instructivas que aparecen prescritas en los «planes de estudio» cuya base viene del Ministerio de Educación. El Estado no tiene el poder para estandarizar a los niños, pero lo hace, como si aún estuviéramos a inicios del siglo pasado.



Crecer para convertirse en un adulto feliz es más complicado ya que los puestos de empleo y trabajo se hacen más vagos y efímeros. La gente joven no puede seguir contando con un futuro cómodo y predecible y no puede esperar que una serie concreta de habilidades y competencias aprendidas en el colegio sean suficiente garantía para asegurarles una carrera segura y duradera.



La estabilidad en el mundo del trabajo ha muerto, de modo que la «educación» debe «educar» para un futuro desconocido, ambiguo, incierto y muy cambiante.



Esto significa enseñar medios para hacer buenas preguntas más que memorizar respuestas conocidas, una idea que el sistema escolar tradicional chileno no es capaz de meterse en la cabeza y que los métodos tradicionales de evaluación no están preparados para enfrentar el futuro que ya es como mañana a las 4 de las tarde.



Los grandes profesores son grandes aprendices no «dispensadores de conocimiento» Necesitamos urgentemente una nueva educación para enfrentar este siglo. La actual esta agotada.



Gardner habla de las inteligencias múltiples: lógica-matemática, lingüística, espacial, musical, kinéstica, interpersonal e intrapersonal, pero el sistema educativo chileno se centra en 1, la lógica matemática y la lingüística. Las otras son relegadas a un segundo término, hasta que dejas la universidad y entonces, en la vida real, cuando estás intentando luchar en este mundo, te encuentras con que todo apunta más bien hacia esas otras cinco inteligencias de las que nunca nadie se preocupa de hablarte y menos de enseñarte a desarrollar.



Los profesores son considerados como «expertos» que «poseen la respuesta» y quieren que los estudiantes las repitan como papagayos. No es lo mismo aprender a los 55 años, a los 28 años o a los 8 meses. Tampoco si se es mujer u hombre.



Las aulas son lugares anormales, a menos que sueñes con una carrera como funcionario de prisiones. No tienen nada, pero nada que ver con el mundo real. Hay demasiada rutina y repetición.



Los suecos se encuentran entre los mejores clasificados en todos los análisis comparativos internacionales sobre educación. Ä„Pero no empiezan el colegio hasta los siete años! Y además no pasan muchas horas en el colegio, pero lo hacen extremadamente bien. Y, sin embargo en Chile, seguimos convencidos de que, si tenemos doble jornada será estupendo y alcanzaremos a los suecos y los coreanos.



El duro mundo real no da respuestas con alternativas «correctas» y «erróneas». La vida real NO ES UNA PSU, es una búsqueda de preguntas cada vez más sofisticadas. Y, si no, pregúntese a si mismo si su vida ha sido así. No hay respuestas.



Parece que para lo único que el «sistema educativo» chileno realmente sirve es para lograr que grandes cantidades de seres humanos no lleguen a estudiar cosas que realmente les podrían haber apasionado.



Pero hay grandes cantidades de colegios estupendos, directores estupendos y profesores estupendos; desgraciadamente, no sólo no logran «infectar» a las demás escuelas, si no que por lo general son suplantados por timoratos intentos de cambiar las cosas.



Los buenos profesores comparten un rasgo en común: su trabajo transpira un fuerte sentido de identidad personal.



Necesitamos profesores entusiastas personas que ayuden a sus alumnos a creer en ellos mismos, para conseguir entusiasmo, fascinación y magia.





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Fernando Vigorena Pérez. Ingeniero Comercial y Master en Administración de Empresas-MBA. www.fernandovigorena.cl












  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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