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El Estadio Nacional está maldito


Hablo desde la filosofía desde donde se puede ver en la pieza oscura. Miro más allá de mis ojos. No hablo desde la ciencia que sólo puede ver y hablar lo que sus ojos miopes ven en la claridad del día. Miro la otra ascensión desde este lado de la montaña aún sin haber llegado a la cumbre.



He botado al río, quizás junto al ataúd real de Pinochet, la camisa de fuerza de Descartes. Encendí una barricada en Villa Francia con El discurso del método. Sólo es verdad lo que se puede demostrar, ¿la muerte no existe entonces? Qué de ella podemos explicar; nada. Y a pesar de ello dará cuenta de todos nosotros como dio del mismo discurseador.



El universo se desenvuelve de acuerdo a una razón universal. Es lo que los griegos llamaron «logos«. Nada hay de azaroso en él. Lo que así nos aparece no es más que desconocimiento de su particular nexo de causalidad. Desde el más ínfimo átomo a la más colosal galaxia se desenvuelven con una lógica dialéctica precisa de ser y tiempo. Los físicos lo saben muy bien toda acción provoca una reacción perfectamente reactiva y contraria. De ello hablaremos.



Al nacimiento sigue la muerte, la belleza muta en fealdad decadente. Pero esto es todo orden. El ser se desenvuelve en sucesivas y articuladas negaciones. Eso permite al ser aventar el vacío del no ser que no tiene forma y las tiene todas.



Todo crimen, al interrumpir el orden natural de la vida crea una fuerza reactiva en contrario. La justicia restablece el orden cósmico interrumpido por el crimen. La impunidad es todo desasosiego. La impunidad pare la ira, de la cual Séneca anota con razón es de las más turbulentas pasiones, pues llega a poseer a su propio dueño, desata sed de sangre, llama a la ruina, desenvaina las espadas. Cuántas civilizaciones hay bajo la tierra, cuántos cómplices desenvainando mutuas delaciones.



Pero de la ira y del cosmos aún sabemos pocos; pobres mediocres es lo que somos. Pensar que los miles de crímenes cometidos en el Estadio Nacional se transformarían en un simple no-ser. Qué banda de estúpidos somos. La bayoneta no sólo atraviesa la carne sino también el orden universal.



Nuestros ojos miopes. El restablecimiento del logos sería tan sólo cuanto pudieran hacer los familiares, esas mujeres viejas y hermosas; porque en Chile la justicia ha sido cosa de mujeres. Eso es pensar que todo el «logos» somos nosotros, pandillas de mortales cobardes. Nosotros, pinganillas de la justicia en la medida de lo posible.



Restablecer el orden cósmico quebrantado por el crimen no es cosa sólo del mundo de nuestros ojos miopes.



Quien haya vivido, sobre todo intentado dormir en una noche de invierno, que conteste cómo durmió en la casa donde habita un crimen impune. No es alegoría, es pregunta vivencial.



Miles dirán que el aullido de ultratumba enloquecería hasta a un clón de Orwell. No hay paz donde el crimen se amanceba impune. Trate alguien de dormir en Auschwitz



La sangre de los muertos clama justicia mientras tanto no habrá paz, esta no la conseguirá la sentencia prevaricadora ni el acuerdo artero de politicastros de segunda.



El Estadio Nacional está maldito. El «logos» universal nos castigará cada vez que vayamos allí en busca de una alegría. Nos castigará por cobardes, por incapaces de hacer justicia a nuestros propios hermanos.



Por camarines y graderías, por cada lugar, por cada pasillo del Estadio Nacional corre el lamento, la ira y el dolor del martirizado y nosotros exigiendo que cobren un miserable penal.



El Estadio Nacional está maldito, bien maldito. Nada ganaremos jamás allí.





Roberto Ávila Toledo. Abogado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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