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El hades concertacionista


Preguntarse por la Concertación de Partidos por la Democracia en estos difíciles momentos, es inquirir acerca de su sentido y misión. Pues los partidos y las coaliciones son sólo parte de un todo que es Chile. A él se deben. Por eso, los actos de corrupción duelen tanto, pues ponen en entredicho la esencia misma de la recta política: el Bien Común o el interés general de la Nación entera. Pues quienes ejercen la corrupción utilizan recursos públicos para fines particulares: peculio personal, interés fraccional, dividendo partidario, beneficio corporativo o lucro empresarial.



Nos desgastan las malas prácticas inducidas por un método electoral inicuo, que hace competir a los miembros de una misma coalición. Nos enojan la creciente incapacidad de renovar un proyecto de futuro compartido. Entonces, no resulta difícil explicar que el desaliento cunda entre nosotros y que, por momentos, parezcan tener razón quienes dicen que lo que nos une es el poder sin más. Sin embargo, y a pesar de estos oscuros meses de feroz crítica de la política, de los políticos y de la coalición de gobierno, hay algo que nos impulsa a valorarla. Hasta aquí, no surten mayor efecto los cantos de sirenas que piden un nuevo referente que quiebre con el actual y busque en la centro derecha y en los desencantados un nuevo aliento político-electoral.



Creo que parte de la explicación a esta actitud se encuentra en que el pasado aún no ha pasado, y tanto sus luces como sus sombras siguen proyectándose sobre el presente y el porvenir. Recordábamos la semana pasada que Ulises enfrentó los cantos de sirenas. Pero nos los escuchó justamente porque sabía muy bien de donde venían: del Hades. Del mundo oscuro de los muertos, que permanecen vivos entre nosotros y que nos hablan de lo aprendido en el pasado.



Mi hipótesis es simple. Mirando en dirección al Hades, el núcleo de la Concertación tiene aún muy presente el horrible daño que causó a la democracia chilena la división entre socialistas y democratacristianos. Se trata de una verdad conocida, pero no por ello debe ser silenciada ni olvidada.



Don Patricio Aylwin nos recuerda que inicialmente formó parte de un grupo de jóvenes estudiantes universitarios que no sabía como canalizar sus inquietudes sociales y políticas. Cuenta que «en enero de 1946, Clodomiro Almeyda invitó a algunos de este grupo al fundo de su madre, en Coelemu. Ahí nos reuníamos todos los días en un bosquecito que quedaba en un cerro, desde donde se veía el mar por un lado y la cordillera nevada por otro. Todas las mañanas hacíamos deporte y después de almuerzo nos instalábamos a debatir. Al segundo o tercer día, dije: ‘Estamos perdiendo el tiempo. No nos van a admitir como cuerpo en ningún partido. Yo me siento más cerca de la Falange que del Partido Socialista, porque soy católico y creo que mi misión está ahí. Y creo que lo lógico es que ustedes entren luego al Partido Socialista. Y ojalá algún día podamos ser aliados’. Ä„Por Dios que costó tiempo!».



Tiempo y sangre costó. Pues los que eran amigos, terminaron separándose dolorosamente. El punto de quiebre para Salvador Allende fue la campaña presidencial de 1964. La campaña anticomunista que corrió paralela a la oficial de don Eduardo Frei selló la separación definitiva entre estos dos que eran amigos. Diana Veneros, en su libro sobre Allende, recuerda que a pesar de la prohibición de hacer campaña, la noche anterior a la elección presidencial de 1964, programas radiales emitieron un mensaje grabado por Juana Castro, hermana de Fidel Castro; que señalaba lo siguiente: «Serán invadidos los templos y profanadas su imágenes (Â…) Chilenos: el enemigo acecha; lo tienen en sus propias puertas». Fue tal el impacto de esta campaña, que la noche de su derrota Salvador Allende no concurrió a felicitar a don Eduardo Frei, rompiendo así la noble tradición del abrazo entre el vencedor y el vencido.



El punto de quiebre para la Democracia Cristiana fue, quizás, el asesinato de Edmundo Pérez Zujovic. Patricio Aylwin recuerda cómo había visto a éste y a Salvador Allende bajándose de un bote, tras haber remado juntos por Algarrobo. Eran amigos, nos dice. Años después, la Democracia Cristiana estaba convencida de que la campaña de prensa contra el ex Ministro del Interior DC había terminado por apuntar con el dedo y dirigir el gatillo de quienes lo habían asesinado. Y por ello, siempre se dudó de la efectiva intención de investigar la conspiración que había llevado a su asesinato.



Sé que puede resultar extemporáneo e, incluso, inoportuno, este doble recuerdo. Pero es bueno refrescar la memoria cuando empieza a levantarse ensordecedor el discurso anticoncertacionista. Por justificada que sea nuestra propia molestia ante nuestras miserias políticas y morales, resulta indispensable recordar que construir una mayoría política y social, como es la actual coalición de gobierno, costó mucho y se fundó en dolorosísimas lecciones que le costaron muy caro a Chile, a su democracia y su pueblo. Ulises esquivó a las mortales sirenas pues sabía muy bien de donde venían.



Pero lo anterior no basta, pues el impulso vital para soportar el hastío y las desazones cotidianas sólo puede venir de la esperanza que reporta un proyecto de un mundo mejor. Ulises esquivó las sirenas porque bien sabía que a Itaca iba. ¿Lo sabe la coalición de gobierno?



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Sergio Micco, cientista político, vicepresidente de la Democracia Cristiana

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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