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Transantiago: fracaso comunicacional


El Transantiago es un proyecto que pretende implementar una red de transporte en el Gran Santiago, en este sentido, es una buena idea que va en el camino correcto. Sin embargo, son tales los desaciertos, las torpezas e improvisaciones que hoy asistimos a las nefastas consecuencias de un proyecto mal concebido. Entre las muchas deficiencias que evidencia el proyecto, se advierte una muy feble estrategia comunicacional que redunda en un vuelco dramático de la llamada opinión pública contra el Transantiago y sus iconos: un fracaso comunicacional.



Es cierto que los medios de comunicación, dejados al arbitrio del mercado por iniciativa de la propia Concertación, representan en conjunto un «eje de oposición» al gobierno, tanto en lo que se refiere a prensa escrita como a canales de televisión. Esto explica en parte el vuelco de la opinión pública contra el Transantiago, especialmente el talante tendencioso e irrespetuoso del que han hecho gala algunas estaciones de televisión ligadas a poderes económicos e ideológicos muy claros.



No obstante, en un universo mediático hostil como en el que está inmerso el actual gobierno, la exigencia de preparar estrategias comunicacionales consistentes se vuelve un imperativo. El clima adverso a propósito del Transantiago sólo pone en evidencia la «vulnerabilidad mediática» de este gobierno: el «poder de los medios» es capaz de aprovechar con fines políticos los frecuentes errores en que incurren los funcionarios y personeros oficialistas.



Los resultados están a la vista, la población metropolitana, y por extensión del país, ha sido arrastrada a una sensación de «crisis» y «malestar» permanente que redunda en una crítica frontal al actual gobierno. No se trata, por cierto, de una «crisis ciudadana» sino de una «crisis de consumidores»: el servicio de transporte por el cual se paga no cumple con los estándares de calidad mínimos.



Si bien se puede alegar que el Transantiago pertenece, en rigor, a la empresa privada, que dicho sea de paso ha mostrado todos los vicios del empresariado chileno y ninguna de sus virtudes; lo cierto es que ante los ojos de la opinión pública es una responsabilidad directa del gobierno, personificado en la Señora Presidenta. En pocas palabras y dicho brutalmente, la ecuación en el sentido común de la masa consumidora es clara: el gobierno es responsable del actual caos en el sistema de transportes de la capital.



Lo que acontece con el Transantiago demuestra cómo los medios de comunicación, en la actualidad, poseen la capacidad de «fabricar el imaginario» y con ello moldear la subjetividad de millones de personas. Lo que debía ser un proyecto de modernización para abaratar costos, mejorar la calidad de vida y dar un paso hacia el futuro, se ha convertido en una pesadilla cotidiana para la gran mayoría de la población. Aunque resulta evidente que hay un fundamento real para el «malestar» derivado de una implementación defectuosa, la explicación del «clima» generado a este respecto es responsabilidad de los medios de comunicación.



Ni la añeja figura de un gran deportista ha sido capaz de atenuar la molestia de la masa. El «clima» creado en torno al Transantiago puede que sirva a espurios intereses políticos de corto plazo, pero no facilita en nada lo que debiera importarnos a todos: tener en Santiago un sistema de transporte público que sea menos contaminante, más amable y al servicio de la gran mayoría.





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Consultor e investigador en Ciencias Sociales

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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