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Los medios y el Chile actual


Cada época se reconoce en una cierta configuración de medios que va delimitando su imaginario social. Así, durante el siglo XX se reconocen, a lo menos cuatro periodos: prensa y magazine hasta los años veinte, luego cine y radio hasta el Mundial de 1962 que inaugura la era de la televisión y, más recientemente la irrupción digital de los noventa hasta nuestros días.



Llama la atención que, al igual que a principios del siglo XX, hoy la concentración en la propiedad de los medios es casi total. Los canales de televisión, la gran prensa diaria, las revistas y no pocas estaciones de radio están controladas y estrechamente ligadas al mundo empresarial que se expresa políticamente ligado al conservadurismo. En pocas palabras: el control casi monopólico de los medios de comunicación en Chile lo ejerce la derecha.



El control mediático ejercido por los sectores más conservadores es un dispositivo central en la conformación del imaginario social en que estamos inmersos y que hoy toma el tinte de una sociedad de consumo. Paradojalmente, los sectores más progresistas de la sociedad chilena han renunciado, en la práctica, a elaborar una política mediática mínimamente consistente. El resultado es que durante casi dos décadas de «democracia», el imaginario conservador lejos de apagarse como algo extemporáneo se ha ido acrecentando en la sociedad chilena.



Si revisamos los «grandes temas» sociales y culturales que han ido instalándose entre nosotros, podemos observar que éstos no han sido, precisamente, aquellos que se esperarían en un país que viene saliendo de un régimen dictatorial: impunidad, derechos humanos, pobreza, exclusión, medio ambiente, salud, educación, vivienda, y un largo etcétera. Por el contrario, los medios de comunicación masivos, prensa radio y televisión, actuando como un soterrado «bloque de oposición», ha impuesto otro itinerario. Una agenda que, casualmente, coincide punto por punto, con los intereses políticos y económicos de la derecha chilena ligada al antiguo régimen militar y a los sectores conservadores de la Iglesia. Así, lo mediáticamente relevante ha sido: la delincuencia y la seguridad ciudadana, la píldora del día después, la corrupción de la función pública y cualquier escándalo o fracaso oficialista del momento.



Notemos cómo, en términos generales, los sucesivos gobiernos concertacionistas, han sido «mediáticamente vulnerables», al punto de corregir sus políticas según los dictados de la prensa y los estados de opinión generados por ésta. El resultado está a la vista: ayunos de medios de comunicación, es tal el desprestigio que recae sobre todo reclamo político, el gobierno y todo forma de pensamiento de izquierdas que en el Chile actual existe un clima hostil y adverso a cualquier pretensión de profundizar la democracia.



Es de lamentar que, hasta la fecha, las políticas culturales de los distintos gobiernos -ciegos al mundo de los medios de comunicación- sólo haya privilegiado demagógicamente el folcklorismo de postal, las retóricas de museo y los carnavales bulliciosos. Cuando en el mundo se impone la voraz hiperindustrialización de la cultura, Chile, con su tradicional provincianismo, sigue sumido en la dictadura de sus propios miedos y prejuicios a los cuales tiene la desvergüenza de llamarles «grandes valores».



Pocas veces antes Chile ha conocido una configuración mediática tan oscura y desoladora. Las consecuencias de largo plazo son inquietantes: el «clima cultural» generado por unos medios que se presentan homogéneos a la hora de tratar la información, hipertrofiando el «entertainment» hasta lo grotesco, tiende a conformar culturas totalitarias de pensamiento único y sociedades elitistas y degradadas, políticamente conservadoras y, en el límite, consumistas, xenófobas y profundamente ignorantes.



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Álvaro Cuadra. Consultor e investigador en Ciencias Sociales

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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