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Romper el miedo del poder raccionario: el soplo sureño


Bernarda Gallardo nos incita a leer sus manuscritos y escribir sobre el poder en Chile. Lo hace desde el margen que es un nuevo centro. La socióloga dejó hace tiempo las oficinas de FLACSO en Santiago y emigró a Puerto Montt, donde hace planificación social, redes participativas, lucha contra el infanticidio (el no reconocimiento legal a los niños que nacen y no sobreviven, por ser asesinados o por causas naturales) y hace regionalismo activo. Su libro es elocuente desde el título «Reflexiones sociológicas sobre asuntos públicos». Y la política es la cuestión de lo que nos atañe a todos, la conversación para construir consensos y opciones en una sociedad democrática, al decir de Habermas.



Pero Bernarda Gallardo, allá donde acaba el Chile continental, sabe que el poder sigue pisando fuerte en Chile. De hecho, ella también renunció a un partido «progresista» que acalló a su disidencia con una expulsión stalinista. No lo toleró. Con razón en sus páginas se va a las mareas de fondo del uso autoritario del poder en Chile, al clasismo, al iluminismo que no acepta la participación de verdad, la discriminación y el paternalismo con los pobres, el miedo a las regiones y a toda otredad, el imperio de los aparatos por sobre el compromiso con los movimientos y opiniones que mueven otras agendas.



Nos recordó un texto del poeta y obstetra mapuche Elicura Chihuailaf: «Recado confidencial a los chilenos», que el 99 editó LOM. Elicura vive en Temuco y explica la visión de Azul, el poder creador de la cosmogonía mapuche, la rica tradición de la oralidad y el arte de conversar en su familia , documenta el maltrato a su pueblo bajo el Estado chileno, el arrinconamiento en tierras de mala calidad, y sobre todo, ese enorme miedo a reconocernos como un país con «varias naciones y pueblos». Elicura plantea algo sabio y simple: ponerse en el lugar del mapuche y tratar de entender lo que es ser ocupados. Con agudeza se pasea por los países «desarrollados» y «latinos» que han dado ese paso, de Canadá a Noruega, de Guatemala a Ecuador.



La derecha chilena no tiene nada de liberal y dice no al reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas, rechaza con «chivas» la posibilidad de que tengan posibilidad de votar los 800 mil chilenos en la diáspora por el mundo, ya no quiere la inscripción automática de los jóvenes (posiblemente hasta que alguna encuesta les indique que se inclinan por ellos), y escabulle el simple «perfeccionamiento» que se propone al sistema binominal.



En la Concertación hay más aceptación, aunque algunos «carcamanes» se resisten en sus feudos. Muestra de ello es la forma impresentable con que la Presidenta debió morigerar su proyecto de elección de consejeros regionales, atricherándolo a provincias (¿cómo se creará el sentido de Región?), por listas (desperfilará liderazgos), sin presidente del CORE (el Intendente designado seguirá con todo el poder) y con la prohibición por cuatro años a los CORE para presentarse a parlamentarios (y así el club se quede tranquilo y no se le cuelen eventuales challengers).



Duro el poder en Chile. Duro y miedoso. No se oxigena, no reparte poder, no integra, no se mira al espejo. La izquierda y la derecha unida en un portalianismo presidencialista, homogéneo, centralista y controlador. Hasta Portales, 180 años después, le diría: «ya, muchachos, el país ya está maduro para la democracia».



Bernarda Gallardo se fue a publicar a Puerto Montt, para subvertir el orden: «sí, es posible escribir, editar y distribuir desde la provincia». Y lanzar interpelaciones… Pero con eso no basta. Ella lo sabe. Llegó la hora que se exprese una política más sincera, de redes, que empodere en serio a otros, que promocione sin miedo nuevos liderazgos y el protagonismo de los jóvenes, que regionalice y de cara al Bicentenario, cambie la idea del Chile del miedo, por un patriotismo abierto, cosmopolita, orgulloso de su diversidad de pueblos y regiones. Esta nueva política está naciendo y cultivándose hace rato en muchos lugares físicos y digitales. Un día de estos el poder pondrá su rostro adusto, fruncirá el ceño y descubrirá que ya no puede amenazar y controlar, inevitablemente se cuelan nuevos vientos en las alamedas y plazas de Chile.



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Esteban Valenzuela es diputado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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