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La vieja derecha de siempre


Una de las características de este año de gobierno de la señora Bachelet no radica en sus luces, que las tiene, ni en sus sombras, que también las tiene. Lo singular de este periodo ha sido que la oposición de derechas ha mostrado sus colmillos. Ya no estamos ante una derecha culposa que aceptó a regañadientes esta idea de democracia, ni siquiera frente a esa derecha sonriente, cínica dirían algunos, dispuesta a los acuerdos.



La derecha hoy se siente hiperventilada. Las razones le sobran, por más de medio siglo ha sido incapaz de ganar una elección presidencial legalmente, y hoy, por vez primera, presiente una posibilidad cierta. Es verdad, faltan todavía algunos años, no obstante los numerosos desaciertos del oficialismo han servido de fundamento a una bien orquestada campaña mediática. El resultado está a la vista: la «chusma inconsciente», como la llamó el primer Alessandri, ebria de consumismo e impredecible cual ninfa veleidosa, se ha dejado seducir por los cantos de sirena de una derecha astuta y zalamera.



A esta altura, resulta innegable que la Concertación ha contribuido fuertemente en este cuento de lobos y caperucitas. Quizás el reclamo más radical que se le pudiera representar al conglomerado de gobierno es que abolió la política en Chile. En efecto, durante cuatro periodos ha desplazado «lo político» inherente al reino de la libertad, por las golosinas varias, propios de una administración entendida en el dominio de la necesidad. De suerte que, al igual que el Viejito Pascuero, cada gobierno abre su chauchera y ofrece a cada cual lo suyo.



Lo que la derecha es incapaz de hacer es, precisamente, política. Su destino, ligada al dominio y a la administración del capital, la convierte en minusválida a la hora de pensar y proponer un destino político para un pueblo. Sin embargo, en el reino de la necesidad, la derecha en cualquier lugar del mundo se mueve como pez en el agua.



Sea en Francia, Estados Unidos o Chile.



La vieja derecha, curtida tras tanto desencanto, veterana de tantas batallas en las que olvidó su infancia ilustrada, democrática y republicana. La misma veterana que hoy proclama el liberalismo económico, pero se olvida del liberalismo político. La misma derecha centenaria es la que hoy vuelve a sentir los rubores de primavera postmenopáusicos y se maquilla alegre para las próximas elecciones de presidente. Ante este pretendido «regreso» de la derecha de siempre, no nos parece ocioso pensar la contingencia nacional desde los vértigos postmodernos y reclamar lo único que nos ha sido sistemáticamente negado desde hace décadas en este país: la política.



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Álvaro Cuadra. Investigador y consultor en comunicaciones / IDEES

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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