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La acumulación espuria de reservas


Durante los últimos años, las reservas internacionales han crecido de manera casi espectacular. Su monto supera los 5,5 mil millardos (trillones), equivalentes a más del 10 por ciento del Producto Mundial Bruto, y a más del 35 % del total de las importaciones mundiales de bienes y servicios. Todo esto pareciera reflejar un desarrollo muy positivo de la economía mundial, ya que las reservas se concentran, cada vez más, en los países con economías menos desarrolladas en términos relativos. Su «cojín» de seguridad frente a potenciales flujos de capitales desestabilizadores habría aumentado. Pero de hecho, en esta acumulación de reservas también se reflejan graves desequilibrios estructurales de la economía mundial, que hacen espuria la tan mentada seguridad.



El desarrollo económico de los países menos avanzados basado fundamentalmente en las exportaciones, ha llevado a la creencia, que la acumulación de reservas internacionales es signo de éxito. Si una nación exporta más de lo que importa, no hay duda que va por buen camino. Al revés, las naciones con altos déficits en cuenta corriente parecieran estar condenadas a sufrir un deterioro de sus condiciones económicas. Por eso, hoy China aparece al lado del sol, y los EE.UU al lado de la sombra.



Valga recordar que no siempre la teoría económica oficial planteó así las cosas. La reconstrucción de la economía mundial después de la II. Guerra Mundial, bajo el sistema de Bretton Woods, suponía un desarrollo más o menos equilibrado del comercio entre las naciones y, por tanto, requerimientos muy bajos de acumulación mundial de reservas. Además, no visualizó, de manera alguna, que fueran los países más retrasados los que las acumularan. Todo lo contrario: Dada su necesidad de cuantiosas importaciones en bienes de capital, básicos para su propio desarrollo, se visualizó un mecanismo de transferencia de capital precisamente para cubrir los déficits del comercio exterior de los países más pobres. Que ellos acumularan grandes reservas, a todas luces aparecía absurdo.



Todo esto cambió cuando la burocracia del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional comenzó a insistir en las políticas neoliberales de fomento de las exportaciones. Aunque estas, en términos del desarrollo, no tuvieron éxito alguno durante varias decenas de años, contribuyeron a fomentar regímenes cambiarios y políticas fiscales cada vez más favorables a crear mundialmente estructuras productivas exportadoras. La suposición básica, aunque no explícita, de esta estrategia, era que el crecimiento mundial de las exportaciones debía ser más o menos equilibrado. Pero de hecho, no lo fue. Hoy, se puede hablar de una capacidad mundial de exportación excedente, que se manifiesta en los graves desequilibrios actuales en cuenta corriente y en la acumulación de reservas por parte de países estructuralmente pobres.



Como efectivamente se producen fuerte superávits comerciales, a estos países no les queda otra que exportar los capitales respectivos. De lo contrario, las monedas nacionales se revalorizan, haciéndoles perder competitividad. En síntesis, las ganancias del sector exportador obliga a los países supuestamente «exitosos» a exportar los capitales que se generan gracias a su «éxito». Y ello es así, independiente del régimen cambiario, fijo, en el caso de China, y ultraflexible en el caso chileno.



Más allá de perverso, este régimen es manifiestamente contradictorio. Pues las reservas se constituyen con la compra de papeles de valor de los países deficitarios (con EE.UU a la cabeza), cuyo precio puede desvanecerse por motivos totalmente ajenos a las economías acreedoras. Al final de cuentas, muchos países habrán exportado el valioso trabajo de su mano de obra y, claro, una buena parte de sus recursos naturales, para quedarse con el recuerdo de una riqueza que pudo haber sido, pero que lastimosamente, se podría esfumar tan rápido como la inesperada acumulación de reservas.



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Alexander Schubert. Economista y politólogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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