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Economía mundial: puzzles, paradojas y preguntas


El reciente informe anual del Banco de Pagos Internacionales (BPI) de Basilea, confirma la situación precaria no sólo de la economía mundial, sino también de los economistas que tratan de interpretarla. El BPI se ha tomado en serio la advertencia anciana de J.K. Galbraith, de no hacer pronósticos demasiado exactos, porque siempre resultan equivocados. Pero se ha atrevido a dibujar un puzzle paradójico lleno de preguntas. Así, el informe resulta bastante más interesante de leer que similares del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.



El puzzle está constituido por lo que en otros estudios se ha denominado desarrollo «atípico» de la economía mundial. Están ahí las diversas piezas: un período bastante largo de crecimiento económico relativamente alto y su alcance, de tal manera que «muchos de los países más pobres han participado de esta creciente prosperidad». La inflación ha retrocedido, y salvo excepciones, ha sido bastante baja. Igualmente, las tasas de interés y las primas de riesgo se han mantenido bajas. Y si bien los desequilibrios financieros internacionales alcanzan cifras récord, no ha habido problemas en financiarlos. Tampoco ha habido últimamente, alguna crisis financiera o cambiaria como habría sido típico de épocas anteriores.



Las piezas del puzzle cuadran, al parecer, perfectamente. Sin embargo, para el BPI su conjunción «es tan extraordinaria que necesariamente suscita interrogantes sobre el origen y, por consiguiente, la sostenibilidad» de sus resultados. No es que se suponga que el crecimiento económico esté a punto de colapsar. Pero el BPI no adhiere incondicionalmente a los que creen que el crecimiento económico mundial seguirá su marcha como hasta ahora. Hay nubarrones en el cielo, que tienen un potencial de tormenta. Igual, el BPI se abstiene de asignarle probabilidades. A tal punto, que al final de cuentas no sabe si proponer medidas precautorias para evitar los desastres previsibles o dejar que ellos acontezcan, para posteriormente recomponer el puzzle bajo nuevas condiciones. Se constata que «los procesos económicos se entienden hoy quizás incluso menos que en el pasado», y al parecer, mejor dejar caer el rayo que administrar remedios equivocados.



Parecería que esta inhibición a formular recetas de acción fuese consecuente con las paradojas económicas actuales. ¿Cómo explicar el gran crecimiento económico global, si hay muchos personajes influyentes que afirman que existe un exceso de ahorros? Si tal exceso existiese, ¿de dónde proviene entonces la demanda que hace crecer la economía global? Otros insisten en constatar el retroceso de las inversiones. Si así fuese, ¿de dónde proviene la oferta de bienes incluso tan alta, que los precios, es decir la inflación, no están subiendo? Y si los riesgos de las inversiones financieras aumentan día a día, cómo explicar las tasas de interés relativamente bajas y la creciente reducción de las primas de riesgo? Si la razón es la política expansiva o «acomodaticia» de los Bancos Centrales, entonces, nuevamente, ¿porqué no hay inflación? A la lista de paradojas constatadas por el BPI se puede agregar muchas más. La teoría económica parece fallar a lo largo y ancho de sus diversas escuelas.



El origen de las paradojas podría estar, sin embargo, muy lejos de donde el BPI y la teoría económica predominante lo están buscando. Algo le está faltando al análisis económico en boga. Y de hecho, a pesar de pasar revista a las cifras astronómicas de capital acumulado por bancos e inversionistas institucionales, de los riesgos implícitos en sus diversas formas de inversión, y del tremendo aumento del endeudamiento de todos los sectores de la economía, a nivel global como doméstico, muchos se olvidan de analizar las contradicciones que esta acumulación lleva implícita. Dejan de mencionar que los bancos y los inversionistas institucionales hoy en día no son sólo parte del «sistema financiero», sino eje central del control de la riqueza de las naciones. Y que por lo tanto, la cada vez mayor divergencia entre el crecimiento real de las economías, y el valor de los títulos que representan esa riqueza, es expresión de la forma como un grupúsculo absolutamente minoritario está haciendo uso de ella para enriquecerse a costa de cualquier riesgo e injusticia.



Hay que reconocer que el BPI intuye que de producirse un vuelco en lo que llama «el ciclo financiero» actual, podría producirse un desastre mundial de proporciones mayúsculas, con una velocidad inusitada de transmisión. ¿Cómo explicar entonces su llamado a no intervenir en este ciclo? Las razones no son teóricas, sino prácticas. Hacerlo significaría poner en discusión la legitimidad de la montaña de riqueza de unos pocos acumulada sobre un precipicio de deudas de las grandes mayorías, y de muchas empresas de las cuales depende su trabajo. Más que las relaciones financieras, eso atañe el conjunto de relaciones sociales de la economía global. Como lo demuestra el informe del BPI, no comprenderlo conduce al entrampamiento en los puzzles y paradojas de una economía global que definitivamente ha dejado de funcionar como antaño.



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Alexander Schubert. Economista y politólogo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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