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Electricidad en las costillas, los pies en la tierra


Sobre la agresión que sufrieron los jugadores de la selección chilena sub 20 a manos —pies, lumas, pistolas eléctricas y gases paralizantes— de la policía de Toronto, el presidente del fútbol chileno declaró lo que le señalara un oficial: que así tratan a los delincuentes allá. La policía explicó su intervención en razón de evitar una pelea con hinchas argentinos. Por suerte. Si se esfuerzan a tal punto para impedir una, vale preguntarse qué nivel de violencia alcanzarán las peleas allá.



Pero, a pesar de las informaciones contradictorias al respecto, parece desmedida la reacción de la policía. Incluso, si algunos jugadores hubieran querido efectivamente agredir a alguien. Sería casi de sentido común no dar palizas a delegaciones extranjeras y en un evento cuya información sale a gran parte del mundo. No hablo de entregar inmunidad a los invitados. Sólo que controlar exaltados, parece ser diferente de aporrear a un grupo de «delincuentes» y retenerlos. Menos en el «pacífico» y «civilizado» Canadá. Tierra de gringos, pero de los buena onda. Donde hasta el Liberalismo funcionaría amigablemente.



Tal vez se puede elucubrar que en Canadá, los facinerosos han de ser generalmente de piel oscura, de donde los guardianes del orden sólo hicieron su trabajo cotidiano. Que la poca popularidad del fútbol en esas tierras, no hacía muy importante el Mundial ni menos a la delegación en cuestión (de haber sido jugadores de patín hielo, les hubieran pedido autógrafos y hasta sacado fotos con ellos). Tampoco puede descartarse que la colonia chilena los tenga hartos —mucha bandera, camisetas rojas, cueca, ceacheíes y empanadas que «repiten»Â— y vieron su gran oportunidad de tomar revancha. O, por último, que en realidad es tan tranquilo el país, que de una vez por todas querían probar su hasta ahora virgen material represivo. Aceptémoslo y démosle crédito a ese fascista que todos llevamos dentro: no debe haber nada como relamerse con el dulce sabor del abuso de poder y la brutalidad policíaca.



Más allá de las humildes hipótesis aquí expuestas, todos sabemos que no hubieran tratado así ni a los más agresivos equipos ingleses, alemanes o suecos. Como ya se ha dicho bastante, todo apunta a un claro caso de racismo. A los «indios» y «negros» latinoamericanos —que no respetan las reglas, lo hacen todo mal o a medias, incultos, flojos y ladrones—, sí se les puede golpear. El gel y las cadenas de oro, sólo los hacía más parecidos a lo que, tal vez en el imaginario de un policía canadiense, debe ser un maleante.



En todo caso, lo más curioso del episodio me parece la reacción en Chile: se aceptó su carácter racista. Curioso porque en la propaganda ideológica y en la publicidad comercial (que hoy por hoy han llegado a ser lo mismo), se insiste en otra imagen. Como somos todos blanquitos, con una economía modelo en la galaxia (y más allá) y positivamente diferentes del resto de América Latina, es obvio que somos yunta de los blanquitos originales. Entonces, el alegato nacional viene a comprobar una doble falacia: no somos ni tan blancos, ni Chile un país tan importante, conocido ni menos respetado. El maltrato a conciudadanos por parte de la policía de inmigración española, vino a dar otra prueba.



Esta pésima experiencia de los jugadores chilenos, ¿servirá para abrir los ojos y ventear mentes? ¿Los choques eléctricos recibidos en Toronto servirán de una especie de electroshock colectivo? ¿Pondremos los chilenos los pies en la tierra y dejaremos de lado el chovinismo y los cuentos de hadas que se los creen muchos, pero los viven muy pocos? Es más, ¿podremos ver nuestro propio detestable racismo contra los pueblos originarios o los inmigrantes peruanos? ¿Se entenderá que «defender» el honor patrio mancillado diciendo cosas como «creen que todavía andamos con plumas», es hacerlo con una afirmación altamente racista?. Como usar «indio» a modo de insulto o burla. Como decir en medio de la transmisión de un partido del propio Mundial sub 20 —»con mucho respeto» eso sí—, que en fútbol atacar desordenadamente se califica de «ataque de indios».



Entonces, si uno lo piensa bien, ¿por qué tanto drama si cotidianamente en nuestro propio país cometemos actos similares?. ¿No hay que tener acaso mano dura con la delincuencia?. No pocas veces jóvenes infractores de ley o cualquier muchacho de una zona pobre, son tratados por la policía de modo parecido al mostrado por sus colegas canadienses. Maneras muy diferentes a cómo se relacionan con jóvenes de barrios acomodados. En Chile es una realidad diaria la discriminación por grupo socioeconómico, apariencia física y modo de hablar. Y una realidad fundada en una particular ideología sobre las diferencias entre las personas: la «gente», la «clase media emergente» (antiguos «siúticos») y la «gente de escasos recursos» (léase «rotos»). No somos iguales. No debemos serlo.



¿Qué pensaría Ud. de un joven con el fenotipo de algunos jugadores de la sub 20 corriendo por Ahumada?. Indudablemente un lanza, ¿no?. No se sienta mal. No es su culpa, ni tampoco la del joven. Es culpa de la distribución del ingreso y de las oportunidades socioeconómicas en Chile. Tradicionalmente en nuestro país ese reparto responde a los colores: a más blanco más dinero, cosas y «decencia». A más moreno, menos o nada. Los genes y el consecuente fenotipo, son marcas de posición social. Es decir, en Chile el clasismo se funde con el racismo. No sólo por estética se explica esa marea «ruzia» en las féminas criollas. Es también una cuestión simbólica. La constatación de nuestra realidad en colores, no nos hace malos. Lo reprobable sería maltratar o discriminar a alguien por su color de piel, lugar de residencia o forma de hablar.



Lo más paradójico del clasismo y el racismo, es que siempre el o la clasista y el o la racista, podrán a su vez ser mirados por sobre el hombro por otros u otras. Siempre hay alguien con más dinero, cosas, «decencia», más «blancura» o todas las anteriores. Si ya es muestra de miseria intelectual ser clasista y/o racista, lo es también de la ignorancia y el absurdo: está probado que el género humano proviene de África. En otras palabras, nuestro pasado común es negro o todos somos descendientes de negros. Es más, el carácter dominante de ese conjunto de rasgos, implica la tendencia irreversible de la humanidad a «oscurecerse». Vaya fina ironía de la naturaleza.



Finalmente, no puedo terminar sin insistir en rechazar la imperdonable conducta de la policía de Toronto. No sólo fueron racistas y violentos. También violaron la ley pareja, esa que no es dura. Si tratan así a los «delincuentes», ¿por qué no le tocaron ni un pelo a tanto dirigente FIFA que andaba por allá?



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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