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Apuntes para una izquierda autónoma y desconfiada


Quien lea hoy las declaraciones de los tenores derechistas creería que la Alianza se recicló en la virtud aristotélica. Quien admita la retórica de la elite concertacionista, que sostiene que la única vía para avanzar en las grandes tareas necesarias para que el país acceda al desarrollo social y económico es negociar en el parlamento binominal con la Alianza, está optando por el pantano consensualista.



Para creer en las buenas intenciones de los parlamentarios concertacionistas firmantes del documento «Unir Fuerzas», es necesaria una señal clara de su parte: al menos tendrían que exigir la renuncia inmediata del ministro de Hacienda, Andrés Velasco, y su reemplazo por alguien que se comprometa a invertir los 30.000 millones de dólares de excedentes fiscales en salud, previsión, vivienda social y educación pública.



El bacheletismo (producto de una alianza objetiva entre los sectores escalonistas y los Expansiva boys) encierra una contradicción insalvable: la opción de política económica estructural de corte neoliberal de la elite hegemónica de la Concertación no sólo es un obstáculo a las justas reivindicaciones salariales y sindicales de los trabajadores y a una mejor redistribución de la riqueza, sino que además impide un desarrollo económico solidario y sustentable del país.



Tal cual, el pacto propuesto por el grupo de diputados es interesante puesto que expresa divergencias notables dentro de la Concertación, pero no por eso no desprende un perfume de electoralismo puro y simple. Se les está exigiendo más coherencia política para romper con el mote de «díscolos» o el más severo de «quinta columna» (1).



Una alta dosis de desconfianza le es necesaria a la izquierda antineoliberal. A ambos conglomerados binominales no les queda otra que tratar una y otra vez de fabricar ilusiones, de continuar dialogando ad nauseam entre ellos e incluso espectacularizar los conatos de rebeldía de sus huestes con miras a ganarse el apoyo de tantos y tantas desilusionados con la política hegemónica.



Si se oculta la matriz que le da sentido al régimen postdictadura y se tiende a pisar el palito, es porque no se sacan las conclusiones pertinentes. Ya son muchos los que piensan: Ä„habría que desalojarlos a todos por igual!



Un poco de historia política no anecdótica



Son dos datos históricos íntimamente concatenados con otros los que vale la pena recordar, ya que son imprescindibles para la comprensión de la danza del presente: 1.la dirigencia de la Alianza fue pinochetista en su pasado además de fiel representante de los grandes grupos económicos que acumularon capital vía «manu militari» (Piñera es un sucedáneo); 2. pese a su poder, la derecha fue derrotada políticamente junto con el régimen pinochetista, tanto en la calle como en las urnas, por un amplio movimiento ciudadano pluriclasista. Éste se movió en las aguas de la lucha por reconquistar los derechos democráticos. Y lo hizo en un contexto mundial donde la democracia liberal se había convertido en el caballo de batalla ideológico del Imperio contra un sistema soviético en pana.



Pero ya que en Chile se quiso ir más lejos, las elites concertacionistas se pusieron los galones de la batalla civil, aceptaron las exigencias del pinochetismo y consideraron en nombre de la «gobernabilidad» que había que frenar el impulso democrático y antineoliberal de las protestas. Eso fue sólo hace 17 años. Su olvido constituye toda la diferencia.



La profunda crisis ideológica del movimiento comunista y socialdemócrata europeo y de las izquierdas latinoamericanas de distinto signo no ayudó a profundizar el proceso democrático. Sembró confusión y desconcierto. Hubo una proliferación de residuos ideológicos y de teorías movimientistas que teorizaban la crítica a las jerarquías y al micro-poder pero que, sin perspectiva política programática, conducían ineluctablemente a la apología de la impotencia. Sin embargo, un factor clave en el freno de la energía democrática fue el trabajo político de zapa y de desarme ideológico de las elites concertacionistas y de las numerosas ONG (los Think Tanks de la época) adictas al consensualismo.
Los operadores ideológicos de la Concertación machacaron discursivamente que la derrota del pinochetismo fue una victoria de la estrategia de transición por pacto y acuerdos con el poder militar y civil oligárquico –con ayuda de la Iglesia y del Imperio– por sobre la del hostigamiento armado contra la dictadura de las fracciones miristas y del PC. La ley del silencio acerca de la extraordinaria movilización democrática y antidictatorial que costó tantas vidas se impuso con arrogancia.



Por ejemplo, en el lustro 1985-1990 no faltaron los tribunos del Partido Socialista de Chile que invitados a reuniones del Comité Central del MIR de la época martillaban discursivamente que el triunfo de la Concertación o de la alianza con la DC cancelaría toda perspectiva de una formación de izquierda clasista, popular, democrática y antineoliberal. Una buena cantidad de cuadros miristas, hoy en el PS y PPD, se la creyeron.



En aquella época eran los últimos estertores del pinochetismo los que servían de espantapájaros (los boinazos y los ejercicios de enlace) a toda tentativa por satisfacer las demandas ciudadanas que chocaban con la rigidez del régimen político y del modelo de regulación por las fuerzas del mercado (neoliberalismo). Bien lo sabían los estrategas concertacionistas (democratacristianos y socialistas-PPD-PRSD) de la desmovilización popular y democrática programada. Había que aplanarle el camino a la gestión tecnocrática y neoliberal del régimen político postdictadura de la cual han hecho gala las administraciones Frei, Lagos y Bachelet.



Cabe señalar que en lo que se refiere al MIR, no fueron precisamente los conflictos personales entre los dirigentes los que explican la disolución del partido de Miguel Enríquez. Fueron los coletazos subjetivos de los errores de análisis y de conducción estratégica de sus direcciones que impidieron su reconversión en la lucha democrática y antineoliberal.



La militancia mirista constató frustrada que la estrategia antidictatorial había sido errónea. Además de los costos en vida de muchos cuadros, las formas clandestinas de organización y lucha les había impedido desarrollar los reflejos políticos y preparar los virajes necesarios para implantarse en las fuerzas sociales, en la lucha democrática e ir contra la corriente de la desmovilización social planificada por los transitólogos. Así fue como valiosos militantes, de tanto romper cercos, terminaron perdiendo la brújula.



El poder de la ideología sobre las conciencias



A la primera derrota de la estrategia de las fuerzas antipinochetistas y antineoliberales se agregaría la resaca subjetiva y tendría un impacto transversal en la Concertación misma. Creer que otro mundo más ético, solidario y humano, alternativo al dominado por las fuerzas del capital y del mercado con sus efectos colaterales de destrucción social y ecológica del planeta es imposible. Por supuesto, el peor desarme es el desarme intelectual.



Una interpretación simplista de las corrientes filosóficas posmodernistas en boga sostendría la tesis del derrumbe de todas las certezas. La llamada Tercera Vía del sociólogo británico Anthony Giddens y los trabajos de Ulrich Beck decretaron el fin de la política del conflicto y la emergencia de un mundo «más allá de las izquierdas y las derechas». Las tesis de Giddens que alimentaron la neoliberalización de la socialdemocracia europea (el laborismo británico de A. Blair y su apego a los neoconservadores) le darían un barniz académico a la aceptación sin condiciones del capitalismo neoliberal y de la democracia «dialógica» o formal (2).



Barajemos solamente un argumento en contra. El rearme militar y teórico de los neoconservadores norteamericanos en la década de 1980 se haría con no más de dos o tres principios considerados por ellos como certezas: la «superioridad de los valores de la democracia liberal», la «superioridad militar y tecnológica» de los EE.UU. y la «superioridad de los valores del mercado y del individuo» por sobre todo otro tipo de organización social.



Conclusión: cuando la izquierda pierde sus certezas se imponen las «certezas» (habría que decir intereses) de las fuerzas del capital, del poder militar y de las oligarquías dominantes.



No hay práctica que no se acompañe de discurso por muy esotérico que éste sea. Por lo que al abandono de los ideales de la lucha por la igualdad de muchos miristas, socialistas, comunistas y mapucistas se agregaba también como apéndice un seudo análisis teórico de cuño filo-marxista que vaticinaba un largo ciclo de expansión capitalista global (de Kondratieff) que cancelaba toda posibilidad de transformación socialista a corto plazo. Además, había que declararle la guerra al Estado de Bienestar o de «compromiso»; desmantelarlo, puesto que el modo de regulación «fordista» entraba en crisis. El mercado debía mandar o «regular».



Ah, y había que aceptar la mutación impuesta por la globalización capitalista: transformarse en emprendedores, asumir riesgos, «responsabilizarse» y seguir por el sendero luminoso del capitalismo global cristalizado en las empresas High-Tech del bucólico Silicon Valley.



La visión jacobina del socialismo o de «asalto a las Bastillas», de las maoístas «guerras populares» o las más sandinistas «todas las formas de lucha» fueron incapaces de hacer frente al nuevo período de movilizaciones venideras por la igualdad, la ecología y los derechos democráticos reales. Por lo que muchos cuadros de la izquierda no comprendieron lo que los estudios acerca de los capitalismos avanzados mostraban: qué es en períodos de crecimiento capitalista donde los asalariados y los ciudadanos tienen mejores condiciones para luchar para reorganizar sus fuerzas por mejores condiciones de vida, para derribar los enclaves de la derecha fundamentalista con el fin de democratizar la sociedad y por la obtención de bienes públicos esenciales. Bien lo saben los trabajadores subcontratados del cobre.



Lo contrario es creer en la tesis pre-marxista de que el miserabilismo es el fermento de la conciencia política y social de los asalariados.



Las nuevas certezas (una media docena) o «juntos pero no revueltos»



Entre los 80-90 la sociología de A. Giddens y A. Touraine repitió sin cese que los trabajadores ya no eran clase con potencial de cambio y que habían perdido «centralidad» en el capitalismo posmoderno. Aunque la evidencia muestra que no hay aumento de la riqueza sin trabajo asalariado explotado (basta con ver lo que pasa en China) y que son todos los trabajadores del cobre por igual quienes producen gran parte de los excedentes económicos que podrían servir para sacar a chile del pantano neoliberal. Además, la clase obrera y los trabajadores no disminuyen en número sino que aumentan.



¿El movimiento sindical en su conjunto y los partidos como el PC, la DC y el PS no debieron haber generado un movimiento de solidaridad con los trabajadores subcontratados del cobre para doblarle la mano a Velasco y a Codelco?



Hágale la pregunta siguiente a los socio y a los neo liberales: ¿Y si todos los trabajadores decidieran no ir a trabajar durante una semana, qué pasaría?



Pregunta hipotética o vieja hipótesis de trabajo. Antes que la «economía» se derrumbe interviene el Estado. No el de Derecho. El otro; el cara dura, aquel de las bandas de hombres armados. Como Jano, el Estado tiene dos caras.



¿Y qué opinan los militantes de la Democracia Cristiana que dicen apoyar a los trabajadores de la impostura de su equipo de estrategas que le paga cursos, talleres y asesorías a un futurólogo-prospectivista-neoliberal y ex servidor de la dictadura como Sergio Melnick?



Dos claras tendencias se están dibujando en el campo de la izquierda transformadora: una que comienza nuevamente a ilusionarse con un pacto con sectores concertacionistas y la otra que quiere aunar voluntades para la reagrupación de fuerzas a partir de las propias, con debates acerca de una estrategia antineoliberal para Chile (lo más probable es que el PC esté tensionado por las dos). Esto es, por el momento, movilizarse por la salida de Velasco del gabinete y recuperar el dinero de todos -depositado en manos de los grandes operadores (muchos «hedge funds» o jugadores de alto riesgo) que controlan el sistema financiero mundial- para invertirlo socialmente en Chile.



Soplan nuevas brisas y sólidas certezas se instalan para quedarse en la izquierda transformadora y democrática. La primera de ellas se refiere al carácter del régimen político, puesto que se trata de incluir en nuestros análisis que el campo de la política está marcado por el conflicto y por las relaciones de fuerza y poder entre los que defienden el neoliberalismo dentro y fuera de la concertación y nosotros, que queremos una sociedad justa y solidaria; la segunda, hay que abocarse prioritariamente a reorganizar las fuerzas de la izquierda antineoliberal en un frente más amplio que el Junto Podemos para presentar un programa y candidaturas de trabajadores, mapuche, jóvenes, mujeres, pobladores e intelectuales para las próximas elecciones municipales y parlamentarias-presidenciales; tercera, las luchas de los trabajadores y asalariados se enfrentan a las regulaciones del capitalismo neoliberal, dato que obliga a potenciar el movimiento sindical; cuarta, es necesario una nueva Constitución política-democrática (está en construcción un movimiento social que lucha por ella); quinta, que la ecología es el reto del futuro por lo tanto es un conflicto político y que asumirlo plenamente implica bregar por ecosistemas sanos y armoniosos oponiéndose a las prácticas productivas empresariales depredadoras; sexta, es con movilización social que se podrá lograr cambiar el sistema binominal por uno proporcional y obtener sistemas educativos, provisionales y de salud eficientes para todos.



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(1) Antonio Cortés Terzi en La Nación, jueves 26 de julio de 2007.
(2) En su libro «En torno a lo político», Editorial FCE, 2005, Chantal Mouffe, profesora de Teoría política en el Centre for the study of democracy en la University of Westminster en Londres, libra una vibrante crítica a las concepciones «antipolíticas en boga que se niegan a reconocer la dimensión antagónica constitutiva de ‘lo político». Con respecto al trabajo de A. Giddens, Chantal Mouffe se pregunta: «¿Cómo deberíamos evaluar las propuestas políticas de Giddens? Él afirma que su objetivo es contribuir a la renovación de la socialdemocracia, pero resulta claro que esta supuesta renovación consiste básicamente en hacer que el proyecto socialdemócrata se resigne a aceptar la etapa actual del capitalismo». Chantal Mouffe, en un lenguaje directo, sin comparación con los escritos excesivamente abstractos de su esposo Ernesto Laclau, continúa: «Esto constituye un movimiento drástico ya que el objetivo de la socialdemocracia siempre ha sido enfrentar los problemas sistémicos de desigualdad e inestabilidad generado por el capitalismo. Sin embargo, al decretar que no existe alternativa (al capitalismo) Giddens se siente obligado a renunciar a esta dimensión supuestamente obsoleta». Y citando a Hall, Chantal Mouffe fustiga: «La estrategia de largo plazo del nuevo laborismo es: ‘la transformación de la socialdemocracia en una variedad particular del neoliberalismo de libre mercado». Páginas 66-67. Es evidente que la lectura del libro de Chantal Mouffe tendría que ser una lectura obligada de quienes siendo concertacionistas se reclaman aún de los ideales de la socialdemocracia y de la izquierda.



* Leopoldo Lavín Mujica, Profesor, Département de philosophie, Collčge de Limoilou, Québec, Canadá.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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