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Populistas


Cada 20 de septiembre ocurre en Chile algo asombroso: sucede siempre la misma noticia. Está instalado como manual de uso o ley del tránsito, y este año no fue la excepción. «Impecable presentación»; «marcialidad y gallardía»; «FFAA exhibieron tradicional bizarría y disciplina»; «soberbia presentación», etcétera. La letanía se repite con inexorable puntualidad. Sea La Nación o El Mercurio, la información principal, por sobre cualquier otro acontecimiento de Chile o del mundo, es desde hace casi un siglo la misma: la «brillante Parada Militar» del día anterior. Siempre en el mismo tono decimonónico y edulcorado. A nadie parece sorprenderle que hoy, en pleno chaparrón del siglo XXI, con «globalización» y revolución tecnológica y todo, se mantenga con tan rigurosa fidelidad esta curiosa tradición secular.



Para que a alguien le sorprenda, antes tendría que haberse preguntado, por ejemplo, qué demonios es la famosa globalización. Si uno se lo pregunta a cualquier chileno -letrado o no letrado-, de seguro se encogerá de hombros, y te dirá vagamente que se trata de internet o algo vinculado a los negocios, y como mucho mencionará con orgullo los tratados de libre comercio firmados entre distintos países. Pero si tú le pides que te cuente dos ideas concretas, sólo dos, sobre esos tratados, digamos en qué se traducen realmente en términos prácticos, cuáles áreas involucra y cuáles no, o cuál es la diferencia entre uno firmado con la Unión Europea y uno firmado con China, por ejemplo, ninguno o casi ninguno podrá responder con propiedad. ¿Por qué? Porque no lo sabe realmente ni siquiera la gran mayoría de los empresarios.



¿No nos habían dicho, además, que la globalización suponía intercambios intensos entre países, mayor conocimiento mutuo, multiculturalidad?



Chile ha sido uno de los países más refractarios del mundo a esa diversidad y pluriculturalidad que teóricamente debería estar diseminándose por doquier. Aquí los viajes se han masificado bastante, y hay una elite para la cual visitar otro país es cosa de todas las semanas, pero muy pocos podrían decirte si Perú o Bolivia son algo más que las ruinas que visitaron, o las rutas turísticas que siguieron, y probablemente no podrán darte ni un solo indicador concreto sobre cómo funciona en esos países la educación, por decir algo, y ni hablar de pormenores tan básicos como el sistema político. Los chilenos viven obsesionados con los chilenos. Punto. Se trata de una sociedad en fase intensa de narcisismo adolescente más o menos onanista. Los chilenos se autoexaminan el día entero, y transitan sin mediación de una autoimagen de grandeza y omnipotencia total a una de autocompasión, masoquismo y vergüenza. Y esa fijación consigo mismos se convierte, como contraste, en una fijación con Chávez. No existe otro país del mundo tan obsesionado con Chávez.



¿Qué se quiere decir, hoy, cuando se dice «populista»? ¿A quienes abogaron por el uso de asambleas del pueblo en la última república romana? ¿A Charles de Gaulle, que reivindicó públicamente el término? ¿A Perón en Argentina, a Obregón en México, a Vargas en Brasil? ¿A Mussolini, por último, a Hitler? No, señores, nada de eso. «Es sorprendente que hoy, en América Latina, a cualquiera que critique el modelo económico neoliberal, independientemente de las herramientas de análisis que utilice, se le tacha como populista»: lo dice uno que no tiene nada tiene de izquierdista, el Nobel de Economía y ex vicepresidente del Banco Mundial Joseph Stiglitz. Y en Chile el adjetivo se emplea de un modo todavía más restringido y preciso: es, sencillamente, sinónimo de Chávez. Como mucho, además, de Evo Morales, y ahora Correa en Ecuador (a Kirchner le colgaron el mote durante un rato, cuando puso casi un billón de dólares sobre la mesa para liberarse del FMI; ahora lo tienen en capilla).



Si esta versión peyorativa de la expresión «populista» supone una asociación con demagogia, oportunismo, caudillismo o comportamientos políticos destinados a impresionar a la galera, ¿no son todos los políticos de hoy unos «populistas»? ¿No es esta casi una condición, actualmente, para estar en política activa? ¿No son expresión de populismo desaforado las promesas de los candidatos durante los períodos electorales (una hipérbole es Piñera), unas promesas que ni siquiera se les ha pasado por la cabeza que alguna vez tengan que cumplir? Pero no. Los únicos «populistas», aquí, son aquellos que tienen siquiera remotamente algún tufillo izquierdista. Punto.



Es este el truco de la prensa, el abuso del lenguaje, la intoxicación informativa, como quieran llamarle.



Viene ahora el ex jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos Alan Greenspan y denuncia en un libro el «populismo económico», referido por cierto sólo a quienes critican el famoso modelo. Viene, también en estos días, Alejandro Toledo, uno de los Presidentes más mediocres que padecido el Perú, y asegura estar a la cabeza de un «movimiento anti-populista». ¿Qué quiere decir en su jerga? Resulta que quiere decir una sola cosa: antichavista. Aseguró que a su «cruzada» (empleó textualmente esta expresión) se habían sumado los ex Presidente de Brasil Fernando Henrique Cardoso y de Chile Ricardo Lagos. Al día siguiente Cardoso aclaró que él no es parte de ningún tinglado de esa naturaleza. Lagos no ha dicho nada. Porque nadie se lo pregunta, y no es cierto, y si es cierto no me acuerdo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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