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Angelo & Raúl


Ayer los cocodrilos se vistieron de gala y se sentaron en la mesa. En la nave central de la Catedral de Santiago, con todo su peso emotivo y simbólico, ejecutaron un acto de impostura perfecta. El arte de la diplomacia es el arte de las omisiones, las elipsis y los silencios. No se le puede exigir a un diplomático que diga la verdad y nada más que la verdad, pero sí que no mienta al descampado. Sólo en la erótica narcisista de la omnipotencia, cuando hay una pizca de más de sensación de impunidad, los embajadores pierden las formas. Angelo, un diplomático proprio vaticano con la piel muy gruesa y seca, ayer las perdió todas. Lo que ocurrió en el templo mayor de la iglesia católica chilena fue sencillamente carnicero, bestial.



Angelo, el purpurado que vacacionaba en Bucalemu con Pinochet, el sigiloso operador que fue fotografiado riendo con un ministro del Interior mientras tres sacerdotes eran expulsados del país, presidió ayer el homenaje oficial a su mayor enemigo. Porque eso fueron, y ambos lo sabían, y de esa pugna shakesperiana supieron todos en los pasillos y las parroquias chilenas. Fueron varios los testigos y muchos los autores que han documentado el episodio de mayo de 1983, cuando un humillado Raúl dejó el cargo de arzobispo de Santiago cerrando con un portazo ante las narices impertérritas de Angelo. Cristalizaba allí, físicamente, una lucha sin cuartel de muchos años.



Nacido en 1907, hijo número 16 entre 19 hermanos de una familia talquina de clase media, testigo y protagonista decisivo en la segunda mitad del siglo XX, cabeza simbólica de la iglesia latinoamericana en el Concilio Vaticano II (el gran momento de diálogo de la iglesia con la modernidad: 1962-1965), Raúl vivió el momento crucial de su vida cuando se plantó frente a Pinochet. ¿Dudó? ¿Tuvo miedo? ¿Cuántos chilenos de todos los pelajes, creyentes y no creyentes, le deben la vida? ¿Cuántos rescataron desde las cenizas, con él, su propio coraje? Creador del Comité Pro Paz, de la Vicaría de la Solidaridad, de la Academia de Humanismo Cristiano, de la Pastoral Obrera, de las revistas Análisis y Solidaridad, Raúl fue extorsionado, amenazado de muerte, despojado del cargo de Gran Canciller de la Universidad Católica, tapado de diatribas por las autoridades y por la prensa. Una tarde lloró: cuando a fines de 1973 visitó a los prisioneros en el Estadio Nacional.



Raúl supo muy temprano que tenía un enemigo, y lo dijo y lo repitió en su círculo íntimo. Mientras vivió el Papa Paulo VI, él llevó las de ganar. Cuando irrumpió Juan Pablo II, le llegó la revancha al Nuncio en Chile entre 1978 y 1988, el comisario que «espiaba» las Conferencias Episcopales y enviaba a Roma informes y listas negras, el clérigo afectado que desde las sombras acabó introduciendo en el Episcopado chileno a una generación completa de jerarcas ultraconservadores, muy inflexibles en lo moral, muy tolerantes con Pinochet (Jorge Medina, Joaquín Matte, Patricio Infante, Javier Prado, Antonio Moreno, Adolfo Rodríguez). Como premio Angelo fue nombrado secretario de Estado, número dos del Vaticano, donde siguió articulando nombramientos obispales (Rafael de la Barra, Cristián Caro, Luis Gleisner, Felipe Bacarreza, Renato Hasche). «En Roma se jactaba de seguir ocupándose personalmente de los nombramientos en Chile», comentaría el periodista italiano Italo Moretti, reconocido especialista de asuntos vaticanos, quien contó además cómo algunos años antes Angelo había tratado de sacarse de encima a Raúl pidiéndole a Wojtyla que lo metiera en Roma en algún despacho.



El hombre de la sonrisa belfa tuvo enfrentamientos duros con Raúl. Uno de los principales, según un relato del sacerdote Agustín Cabré, fue cuando Angelo se opuso tenazmente a la mediación papal entre Argentina y Chile, en 1978, en momentos en que estaba a punto de estallar la guerra, con el argumento de que una gestión de esa naturaleza podría dañar el prestigio del Papa. Finalmente sí hubo mediación, y no hubo guerra, y Raúl encogió los hombros cuando le contaron que Angelo después apareció en la prensa como el «gran gestor» de la mediación triunfante. El truco es conocido. Todavía hoy Angelo tiene fama en Roma de haber sido gran enemigo de Pinochet.



«No sé quién habrá inventado la mentira de que tuvimos roces con Raúl, sé que en Chile no hay mentirosos», dijo Angelo, el miércoles, cuando aterrizó en Pudahuel, y ayer, en la Catedral, estuvo flanqueado nada menos que por Jorge Medina, su belicoso mandadero. Conmovido, le agradeció a Francisco Javier Errázuriz «la invitación a presidir la ceremonia» de celebración de los cien años del nacimiento de Raúl, y se las arregló increíblemente para hacerlo sin mencionar una sola vez la palabra derechos humanos, y todos sonreían, aunque ni sus amigos ni sus enemigos le creyeran ya una sola palabra.



* Pablo Azócar, periodista y escritor


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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