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Transantiago, la hora de la eutanasia ha llegado


Cuando partió el Transantiago, el 12 de febrero publiqué un artículo en El Mostrador.cl bajo el título «Transantiago: el Titanic ha zarpado». Anuncié allí el desastre que vendría.



Señalé que una auténtica modernización del transporte público de pasajeros debía conseguir: una rebaja en los pasajes, un mejor servicio y una disminución en los tiempos de recorrido. Con el diseño y gestión como estaban, todo conducía al hundimiento. Recibí las peores recriminaciones por mis opiniones, hasta mi lealtad al socialismo fue puesta en duda por advenedizos que llegaron a nuestra organización al olor del poder del 90 en adelante. Dije que me mantenía en mis dichos, aunque me llovieran rieles.



No tenía ni tengo dones proféticos, era simplemente conocer algo del tema.



Era (y es) posible rebajar los pasajes, así el metro de Buenos Aires con tecnología más antigua y, por ende, más cara tiene un valor equivalente a 170 pesos chilenos. Acá todo se encarecería, pues inventaron el Administrador Financiero del Transantiago (AFT), con una tecnología carísima, que al final no funcionó y que sólo que serviría era para darle ganancias a los bancos y a los apitutados de siempre reciclados desde el mundo político.



El servicio no mejoraría. Al otorgar una rentabilidad mínima asegurada, a los empresarios les era mejor no sacar las máquinas a la calle, lo que ocurre hasta el día de hoy. Colapsado el Metro, cada día retira más asientos. El deterioro del Metro, otrora nuestro orgullo nacional, es ostensible no sólo en su andar a los frenazos que a veces nos recuerdan los desprolijos choferes de las micros amarillas, sino que se ha visto obligado a inyectar enormes sumas para intentar mantener a flote el Titanic.



Los tiempos de recorrido aumentarían pues el modelo de troncales y administradores, copiado de Europa, donde la gente vive y trabaja en una misma comuna no se da en Chile donde los pobres van a servirles a los ricos a sus comunas exclusivas y opulentas. Los transbordos se harían interminables, así ocurrió.



Se intentó montar un complejo sistema de gestión de control de flota, de valor exorbitante, labor que efectuaban con toda con toda humildad los planilleros de las garitas y los sapos. Echarle la culpa a Sonda es una verdad a medias, pues ¿quien eligió a Sonda?



El Estado ya ha debido malgastar directamente 240 millones de dólares equivalentes a tres grandes hospitales para cada una de las regiones del país) otra montonera de millones debió gastar indirectamente a través del Metro, como hemos ya dicho. Ahora se piden 170 millones de dólares más, agregados al presupuesto nacional. Esto no mejorara el servicio, sino que simplemente permitirá garantizar las utilidades de los bancos y las empresas extranjeras (colombianas) que se han hecho dueñas del transporte, enviando a la ruina a miles de pequeños empresarios, que hoy día son saqueados por las empresas concesionarias arrendándoles sus micros en 500 mil pesos mensuales.



No podemos permitir el despilfarro de recursos públicos para hacer mas ricos a los ricos, para que enormes masas de dinero se vayan al extranjero. El sistema de transporte público de pasajeros no le costaba un peso al estado. Esta danza de millones irritará aún más a los usuarios de los barrios populares.



El Transantiago fracasó la hora de su eutanasia ha llegado. Es la hora de una empresa de transporte público estatal. Nada hay nada más necio que perseverar en el error. El neoliberalismo con amparo estatal en el transporte público debe terminar.




Roberto Ávila Toledo es abogado y concejal de Cerro Navia (robertoavila82@latinmail.com)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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