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Joaquín Lavimori


Algo hay detrás de las movidas de Joaquín Lavín que inquieta a todos. Y al revés que los animales, que cuando perciben peligro se quedan quietos y estudian seriamente la situación, los operadores y analistas políticos de casi todos los sectores siguen actuando como si lo de Lavín fuera una charada, creen en sus propias encuestas, se escuchan a sí mismos, niegan todo, se aferran a lo que les da seguridad.



El paso siguiente de Lavín, tras las descalificaciones -seguramente esperadas- será denunciar a la política y los políticos, formar su propio movimiento «ciudadano», «apolítico», «sano», «meritocrático», «patriótico», «gerencial», rechazará los «conceptos anticuados» de derecha e izquierda y se lanzará a la lucha por el poder con una alternativa que los sabios de turno llamarán populista.



Eso se llama fujimorismo, y ocurre cuando la mayoría de un país siente que está en un callejón sin salida, que el aparato institucional y económico está estructurado para joderlos y que la culpa es de quienes ejercen los poderes. Lavín entonces recordará a todos que cuando él era alcalde Santiago, el agua potable era casi gratis y había piscinas en las fuentes ornamentales, y muchos olvidarán quién realmente es: un fundamentalista religioso, un ex funcionario ideológico de la dictadura militar.



La masa de no votantes en Chile, de los escépticos, de los que encuentran que «todos los políticos valen callampa» está cerca de ser mayoría, o lo es ya. Y mientras los expertos se tranquilizan averiguando qué piensan y sienten los votantes inscritos, Lavín está apuntando su marketing político a los otros, a los indisciplinados y descreídos, a los millones de huérfanos del «modelo» que suplican tener alguien en quien confiar.



Pero del fujimorismo, de cosechar en el desánimo, de atizar sentimientos primarios, no puede salir otra cosa que Fujimori, Yeltsin, Toledo o Collor de Melo, seres inseguros y autoritarios que pierden rápidamente el sentido de orientación y junto con degradarse a sí mismos, degradan a todo el país. Y no sólo no cambian lo que prometieron, sino que agudizan todos los problemas y salen de sus cargos en el oprobio, pero a un costo histórico para sus votantes, los huérfanos.



Por eso aumentan en Chile las advertencias de que se debe oponer al populismo de derecha, que está llegando, una alternativa creíble y democrática, resuelta a responder a las expectativas felices que la propia Concertación algún día representó: salud, previsión, educación, vivienda, transporte, comunicación, participación, justicia. Los pactos de 1989 no sirven para eso, se murieron. Si hasta el ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle demanda ahora una nueva Constitución.



Ecuador, aquel paisito empobrecido en el centro del planeta, ha demostrado en estos días que se puede salir del desencanto, aunque el futuro sea incierto. Chile tiene la ventaja enorme sobre Ecuador de que no somos un paisito empobrecido, sino uno enriquecido, pero con la sensación de que alguien le ha estado tomando el pelo, como el antiguo almacenero que le ponía la mano a la pesa para cobrar de más.



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Alejandro Kirk, periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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