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El alucinógeno de Bush


El viejo Marx dijo alguna vez que la religión es el opio de los pueblos. Hoy podemos agregar que también puede ser el ácido lisérgico de algunos dirigentes mundiales, como es el caso del presidente
George W. Bush. Criado en el pequeño pueblo petrolero tejano de Midland, donde habitan 100 mil personas y existen 250 iglesias, el mandatario estudió en profundidad la Biblia, resolvió seguir los pasos de su padre en la política y se hizo devoto de una de las teorías religiosas más delirantes que puedan existir sobre la tierra: «El rapto».



Los bautistas episcopalianos seguidores de esta afiebrada teoría afirman que el final está cerca. Y, es más, lo esperan con ansias. Sobra decir que se trata de una ansiedad bastante peligrosa tratándose de un sujeto que tiene al alcance de la mano el botoncito del arsenal atómico. Un clic y el mundo entero se va al carajo en cosa de minutos. Pues bien, la extravagante teoría de El Rapto afirma que llegada la hora final del fin del mundo sus seguidores serán llevados por el aire, en cuerpo y alma.



Sólo quedaría pues en el suelo el terno de Bush, sus calzoncillos y calcetines, las colleras y la banderita norteamericana que luce en la solapa. Todos los demás seríamos un charco de vísceras, sangre coagulada y mechones de pelo, mientras Bush y su familia volarían por los aires en gloria y majestad, al encuentro de Jehová. La imagen es como de Los Simpson, que sin embargo alegran los días del inverosímil presidente de los Estados Unidos.



Ojalá se tratara sólo del opio denunciado por Marx, soporífera y apacible esa rara religión de Bush. Se trata en cambio de un alucinógeno de diseño, con efectos altamente peligrosos. Una religión de elegidos, de la que se resisten a hablar sus seguidores. Para ellos el mundo se divide entre los «elegidos» y los «no elegidos»…



«La mano de Dios guía la política exterior norteamericana y me alegro por ello. La agitación en Medio Oriente se hace cada día mayor y yo me alegro, porque cuanto mayor sea el caos, más cerca estaremos de El Rapto», afirma un seguidor de esta secta cuyos miembros serán transportados por el cielo para no sufrir las tribulaciones que caerán sobre el mundo durante siete años.



Eso aparece muy claro para ellos en el Libro de las Revelaciones. Allí se puede leer esto con pelos y señales. Al enterarse de estos importantes asuntos, George W. Bush habría dejado de tomar bourbon como un demonio y de meterse cocaína en la nariz. No sabemos francamente qué es peor. Un
presidente borracho y jalado, en cualquier caso, nos parece menos peligroso que uno atiborrado de esa otra droga fulminante que es la Biblia, leída por gringos ignorantes, en un pueblo fronterizo cubierto de arena rojiza.



Dios nos libre de El Rapto. Dios nos libre de gobernantes elegidos, no por el pueblo, sino por la propia divinidad en la hora del Juicio Final, sobre todo si consideramos que no estamos en el selecto grupo de los que irán volando por el aire en primera clase, atendidos por ángeles vestidos de azafatas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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