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Carta abierta al embajador de Japón en Chile


Señor Wataru Ahyachi, embajador de Japón en Chile:



Excelentísimo señor, con profunda congoja le enviamos esta carta abierta para hacerle saber que, al sostener Japón la sistemática matanza de ballenas en los mares del mundo, el país al cual usted tan dignamente representa, salpica como hace un carnicero con su delantal cada día y mancha su honra de nación civilizada frente a la comunidad mundial.



Que vergüenza, señor Ahyachi. Y que tristeza nos produce el ver que un país, padre de espíritus deslumbrantes como son Kawabata, Mishima, o Kensaburo Oé, entre otras miles de figuras universales de la creación y pensamiento, hoy se aproxime tanto a la mísera condición de depredador contumaz al contravenir los sentimientos más íntimos, profundos y consensuados del planeta entero.



Sabemos cuánto importa el Honor (y lo escribimos con mayúscula) al pueblo japonés. Y nos cuesta por tanto muchísimo comprender que hoy, aparentemente, se anteponga el estómago a la Honra. No se trata en caso alguno de desconocer el derecho de cada pueblo a mantener sus usos y costumbres. Y también comprendemos el importante rol que juega la gastronomía en la cultura de una nación. Pero un pueblo que ama la belleza como el vuestro, un pueblo que tanto nos ha enseñado a Occidente respecto a la contemplación de la naturaleza y sus prodigios, no puede permitirse una contradicción tan flagrante.



Así como el canibalismo fue dejado atrás por pueblos harto menos evolucionados que el vuestro, hacemos votos porque cese de una vez por todas la matanza industrializada de cetáceos por las aguas del planeta.



Basta ya, embajador, nuestros nietos merecen una tierra limpia, en paz y equilibrada. Somos hermanos de Japón al compartir con ustedes la vastedad del Pacífico. Su cuenca es nuestro habitat natural común. Es por esto, por esa misteriosa cercanía del océano que nos ilimita, y por el afecto que nos une, que nos resistimos a aceptar que dentro de muy poco los habitantes del globo vean en vuestra bella bandera, en lugar del Sol Naciente, el agujero sangriento que deja el lanzazo explosivo.



Amamos a Japón, sus tradiciones, su arte, su estética. Y por tanto le imploramos interceda ante sus autoridades para que el respeto que el mundo siente por ustedes no siga el camino hacia el desbarrancadero. Aún es tiempo de que su país, que recibió el brutal e imperdonable castigo de la bomba atómica, se transforme en un símbolo de amor a la vida y respeto a la naturaleza.



Es claro que no está en sus manos el resolver este terrible asunto, lo sabemos. Pero sabemos también que no hay una personalidad que ostente en Chile mayor rango que el suyo como representante de Japón. Y por tanto a usted nos dirigimos con respeto. Con todo el corazón le rogamos que lleve a su gobierno el sentir de la gente de estas costas sudamericanas que hace ya más de 50 años hemos suspendido la cacería de ballenas.



Le rogamos con respeto y afecto represente ante sus autoridades el riesgo en que pone el Japón su estatus de país señero y ejemplar. Lo hacemos en nombre de todos los que habitamos esta orilla del mundo, en la ribera occidental de este Pacífico que nos baña y nos hermana.



Basta ya señor embajador. La bandera blanca con el círculo rojo debe seguir representando al Sol Naciente. No el mandil del matarife manchado con sangre de uno de los más bellos animales de nuestro planeta.



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* Antonio Gil es escritor y periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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