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Jecar Neghme, la impunidad lo mataría de nuevo


Conocí a Jecar Neghme Cristi a comienzos de los años ochenta, el estudiaba Historia en el Pedagógico de la Universidad de Chile y yo derecho en la misma casa de estudios.



Las cárceles chilenas estaban abarrotadas de presos políticos, los exiliados constituían una legión, se detenía y torturaba sin cargo legal alguno, no había prensa independiente, Internet no existía, el poder judicial no prestaba amparo a víctima alguna, y la dictadura asesinaba cotidianamente opositores en falsos enfrentamientos, las cosas no podían estar peores.



Llegó a nuestra facultad y se presentó como integrante de la Unión Nacional de Estudiantes Democráticos, UNED, los asistentes éramos muy pocos pues se había invitado sólo a opositores de la más estricta confianza. El soplonaje era cosa seria, algún tiempo después yo seria arrestado por carabineros encabezados por un oficial que era estudiante de mi misma facultad y que actualmente recibe beneficios como supuesto exonerado político. Es probable que para adquirir tal condición haya invocado los perjuicios que a sus bototos le causaron nuestros inmisericordes cuerpos amarrados.



Escuchamos a Jecar cuyos planteamientos se confrontaban con la dictadura militar en toda la línea.



En un país que llevaba años hablando a susurros y con un soplonaje desatado, me sorprendió el coraje de este dirigente, que visto desde la perspectiva de los años era un muchacho como yo, de recién pasados los veinte.



A pesar de mi edad yo ya tenía experiencia en la lucha antidictatorial, y el coraje no me había faltado nunca, pero aquí sentí algo especial, no por mi, sino por el compañero de tan firmes convicciones.



Quien forma parte de una estructura clandestina como yo lo hacía en el PS sabe que su vida e integridad física en gran medida dependen de su propia prolijidad, de su inteligencia y determinación. Sin embargo, un opositor público a una dictadura feroz como la nuestra está entregado a su suerte, al mero capricho de la represión.



Sentí admiración y respeto por Jecar, yo que no sólo había resistido la dictadura sino que también la había atacado. Por eso lo de J.W. Cooke, de que lo importante no es la resistencia sino el contraataque.



La lucha nos llevó por caminos distintos, pero siempre que nos veíamos nos saludábamos con afecto. Este aumento luego de una jornada de protesta en que huimos juntos de la policía que a garrotazos las emprendía en contra de los opositores. Una muchacha pasó junto a mi, la sangre que le brotaba a borbotones de su cabeza no la dejaba ver, por ello huyó sin ver que lo hacía en dirección a otros carabineros, otro garrotazo, quedó en el suelo inconsciente y luego le arrastraron a la micro. Si eso le ocurría a la vista de todos es de presumir lo que le esperaba en la indefensión de un calabozo.



Hay un edificio de rejas verdes que está en Agustinas entre Estado y San Antonio. Tres manifestantes buscamos refugio allí, la determinación que da el peligro y lo enjuto de la juventud, nos salvaron del brutal apaleo que otros recibían. Con la velocidad del rayo y la plasticidad de un contorsionista nos metimos por las formas rectangulares que tenía la reja. Parecía imposible pero los tres pasamos. La reja estaba cerrada y la policía que nos pisaba los talones busco presas más fáciles. Pasado el susto nos reímos a carcajadas porque todos pensábamos que el otro no iba a poder pasar y hacíamos bromas sobre como nos habíamos transformado en culebras. El tercer manifestante también esta muerto, cayó bajo balas policiales, era hijo del folklorista René Largo Farías, este último también asesinado en situación más que extraña.



Jecar era un joven serio y estudioso, concurría habitualmente a la biblioteca nacional. Allí, con tácita complicidad, y sabiendo que cada uno andaba en lo suyo, casi no hablábamos de política, en los intermedios que íbamos a fumar un cigarro al pasillo del segundo piso, conversábamos sobre los cambios que la biblioteca debía tener.



El padre de Jecar, de su mismo nombre, militante socialista y profesor de la Universidad de Chile en Valdivia, había sido fusilado por militares a los 32 años luego del golpe militar.



Con Jecar hijo llegaron antes, tenía 28 años de edad cuando lo asesinaron en calle Bulnes a pocos metros de la Alameda. El crimen lo cometieron cuando menos seis oficiales del Ejército de Chile adscritos a la Central Nacional de Informaciones, policía política de Pinochet. Caminaba desarmado y sólo por esa cuadra oscura, se acercaron y le acribillaron, fue un homicidio claramente alevoso, es decir a traición y sobreseguro.



El dictador había perdido ya el plebiscito y ha surgido la hipótesis que este crimen cometido el 4 de Septiembre de 1989, pudo estar motivado por el afán de estos oficiales de adjudicarse el dinero de que se disponía institucionalmente para operaciones como esta. El Código Penal chileno considera como agravante calificatoria el actuar por premio o promesa remuneratoria.



Han pasado casi veinte años desde el crimen y aún no hay sentencia de término. Se condenaron a seis oficiales en primera instancia y en segunda la Corte de Apelaciones de Santiago rebajó de tal manera las sanciones que ningún condenado de confirmarse la resolución pasaría un solo día en al cárcel. La causa se encuentra en la Corte Suprema para su última revisión procesal.



Creo que es de mínima justicia, de sentido común elemental, que la sanción por un asesinato no puede ser simplemente tener que ir a firmar un libro una vez al mes durante algún tiempo.



Si esta situación de virtual impunidad se llegara a consumar creo que sería como matar al joven Jecar Neghme Cristi de nuevo. La vida humana debe valer en democracia más de lo ínfimo que valía en dictadura.



Roberto Ávila Toledo. Concejal por Cerro Navia

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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