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Chile necesita una nueva derecha


Desde hace tiempo que el gobierno de Bachelet enfrenta un escenario adverso. Primero fue el alzamiento de los estudiantes secundarios, luego vino la crisis del Transantiago y hace no mucho fue la muerte de un carabinero a raíz de la conmemoración del golpe de Estado. Ante esta situación, no parece casualidad que el apoyo ciudadano a la figura de Bachelet ha venido disminuyendo de forma sistemática. De hecho, varias encuestas indican que menos de la mitad de la población chilena aprueba al gobierno de turno.



Sin embargo, diversos estudios demuestran una realidad que usualmente es pasada por alto: la negativa imagen de la derecha. Según los datos del Centro de Estudios Públicos, la mitad de la ciudadanía desaprueba la forma como la oposición desarrolla su labor. Asimismo, sólo un 35% de quienes se definen de derecha aprueban su rol actual como oposición.



¿Cómo se explica esta alta desaprobación de la Unión Demócrata Independiente y de Renovación Nacional? La respuesta es simple: la derecha chilena no ha experimentado una renovación ideológica acorde a los nuevos tiempos. Pese al advenimiento de la democracia, gran parte de la derecha sigue apegada a la figura de Pinochet y se aferra de forma ciega al modelo de libre mercado. De tal manera, la Concertación ha logrado consolidarse como opción gracias a la debilidad de su rival político. Se trata más bien de un triunfo by default que por mérito propio.



El problema de esta situación es que una democracia requiere de partidos políticos dinámicos, capaces de adaptarse a los cambios de la sociedad y de ofrecer proyectos con sentido. De no suceder esto, aumenta la apatía del electorado y la sensación de malestar colectivo. Ir a las urnas se transforma en un mero ritual, en donde la ciudadanía termina votando por el mal menor.



La débil competencia entre los partidos políticos erosiona la calidad de la democracia. Esta última puede ser concebida como un mecanismo de selección entre distintas elites políticas, siendo el electorado quien cada cierto tiempo tiene la oportunidad de escoger entre las ofertas existentes. Cuando las opciones políticas son poco atrayentes, el electorado se retrae y emerge un orden político mediocre. El culpable de esta situación no es sólo el gobierno de turno, sino que también la oposición, debido a su incapacidad de ofrecer una propuesta válida para la población.



La ineficacia política de la derecha chilena es un problema crónico de nuestro país. La última vez que este conglomerado político estuvo en el poder mediante una elección democrática fue entre 1958 y 1964, bajo la presidencia de Jorge Alessandri Rodríguez. Mientras en la gran mayoría del mundo la derecha ha aprendido del pasado y ha sido capaz de ofrecer nuevos proyectos políticos, en Chile sigue existiendo una falta de imaginación y un excesivo conservadurismo. Que mejor ejemplo que la negativa de la derecha en el parlamento a permitir que los chilenos en el extranjero puedan participar en las elecciones.



Donde más evidente se torna la cerrazón de la derecha chilena es frente a las transformaciones culturales del país. Temas eminentemente liberales – como la censura, el divorcio o el aborto – son resistidos por la derecha chilena, de modo que ella sigue pensando en la inmadurez de la ciudadanía y en la defensa de una moral que ya no es compatible con la sociedad de hoy en día.



La Concertación es responsable de una serie de errores y es evidente que cada vez tiene más problemas para ofrecer una propuesta política con sentido. No obstante, la debilidad del sistema democrático chileno de hoy descansa antes que nada en la incapacidad de la derecha para establecer un proyecto plausible para el electorado. Sus eternas disputas entre un bando liberal (RN) y un bando conservador (UDI) no garantizan un mínimo de estabilidad. Por otra parte, la renovación de sus cuadros políticos es igual de deficiente que en la Concertación.



Si a estas alturas la Concertación aún sigue gobernando el país no es porque ella lo haga de maravilla, sino que porque la opción de cambio es simplemente nefasta. Da escalofríos imaginar un gobierno de derecha en donde sus ministros son incapaces de resolver sus conflictos a puertas cerradas y su relación con el régimen militar es – diplomáticamente dicho – dudosa.



La ausencia de una nueva derecha es un problema para la democracia de Chile. Mientras en países como Alemania y Francia se han instalado gobiernos de derecha y centro-derecha que en muchos aspectos ofrecen propuestas interesantes, escasean en Chile los intentos por armar un nuevo discurso político capaz de interpretar a una mayoría electoral fatigada con las caras e ideas de las elites concertacionistas.



Como bien dice el refrán, en el país de los ciegos el tuerto es rey. Ä„Viva la Concertación! O mejor dicho: Ä„maldita derecha chilena!



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Cristóbal Rovira Kaltwasser. Estudiante de Doctorado, Humboldt-Universität zu Berlin
(rokaltwc@cms.hu-berlin.de)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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