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La paz y el derecho a ser uno mismo


En el marco de la celebración de los 25 años de Casa de la Paz nos propusimos «resignificar» el concepto de la paz impulsando un ciclo de seis «Conversaciones para el futuro». El primer evento, conducido por Vicky Quevedo, giró en torno a la relación entre la paz y la diversidad y contó con la participación de destacados panelistas que motivaron la reflexión: Nancy Yáñez, co-directora del Observatorio de Derechos de Pueblos Indígenas; Gonzalo Delamaza, Director del Programa Ciudadanía y Gestión Pública; Enrique Norambuena, presidente de la Unión Nacional de Padres y Amigos de Personas con Discapacidad Mental; y Antonieta Dayne, periodista de Casa de la Paz.



Las exposiciones permitieron evidenciar la paradoja de que para valorar la diversidad es preciso primero haber avanzado hacia la igualdad, de tal modo que la diversidad no sea apreciada desde la mera caridad o la tolerancia hacia un ser considerado inferior, sino como una oportunidad de enriquecer la propia cultura a través de la incorporación de lo que el diferente tiene para ofrecernos desde su posición de relación entre iguales. Es decir, para apreciar la diversidad, es preciso primero haber «emparejado» a las personas, de modo que la relación sea respetuosa y apreciativa, sin miradas condescendientes ni peyorativas. Sin embargo, los medios de comunicación dificultan la tarea al resaltar como «correcto y moderno» el estilo de vida predominante en los países industrializados, dejando al resto como «atrasados» y enfrentados a la disyuntiva de integrarse a la cultura dominante con una mezcla de frustración al sentirse discriminados y admiración por lograr ser parte de ella, o resistirla con rencor e incluso con violencia.



El Estado tampoco contribuye a que la diversidad sea tratada desde los derechos de las personas y la relación sea percibida entre pares. Más bien, las políticas de vivienda, de salud y educación tienden a intensificar las diferencias avivando los entendibles resentimientos: en Chile actualmente coexisten personas que viven como ciudadanos de país desarrollado y otros en niveles inaceptables de pobreza. Ello evidencia que la diversidad constituye un desafío para la democracia, la que requiere asegurar niveles dignos de calidad de vida para todos, a la vez de promover el florecimiento de lo diverso y la convivencia entre personas diferentes.



Para avanzar en esa dirección, es indispensable dialogar con apertura y sincero aprecio por las visiones que enriquecen nuestras creencias. Ante ello, nuestro tradicional miedo a los conflictos no nos ayuda. Más bien nos confirma que cuando se eleva el tono de la voz, las cosas terminan irremediablemente mal, sin lograr establecer el puente del diálogo para superar nuestras diferencias. Tampoco nos ayudan nuestros prejuicios, que nos impiden despejar las barreras para valorar a cada ser humano, sin importarnos su envase.



Necesitamos evolucionar desde nuestra atávica desconfianza hacia lo diferente, la que nos conduce a encapsularnos con personas lo más parecidas posibles. En nuestra cultura el diferente así como el desconocido son percibidos hoy como una amenaza, como un potencial agresor, en vez de un posible colaborador y, menos aún, como una oportunidad para ampliar nuestro bagaje cultural. Por ello, para estar en paz es preciso transformar las reacciones automáticas que nos llevan a rechazar las diferencias y abrirnos a nuevas posibilidades. Sólo así podremos construir un futuro amable para todos.





*Ximena Abogabir es Presidenta de Casa de la Paz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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