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Los Juegos Olímpicos se disputan sobre un tablero político


Con los Juegos Olímpicos 2008, China se vuelve normal. Y lo que pareciera ser un eufemismo, es la realidad desde la perspectiva de los problemas. Estos juegos son una oportunidad, tanto para China como para el resto del mundo, de acercarse a la realidad de este gigante con menos ambigüedades y sesgos.



El país es casi universalmente criticado por la conducta del Estado en Derechos Humanos, pero a la hora del arqueo monetario y de la visibilidad mediática que otorga la tribuna, casi nadie chista ni se arruga. Los juegos no se tocan. Los derechos humanos, en el espectáculo portentoso de los Juegos Olímpicos en Beijing, forman otra pieza en su dramática trayectoria de tráfico político. Se acude a ellos cuando conviene.



En este sentido, estos juegos se convierten en los más politizados de la historia precisamente por lo que no se dice. En época de Guerra Fría clásica la contienda parecía ser más directa. Debido a una serie de situaciones por las que atraviesa China, el país huésped, y las potencias occidentales que compiten con ésta por la supremacía internacional, el problema se omite. Siendo la oportunidad política única para presionar al régimen chino con el tema de los DD.HH., el momento es inadecuado frente al panorama económico mundial, y considerando las situaciones que se cruzan en otras áreas geográficas donde hay que negociar: Irán, Corea del Norte, Myanmar, Taiwán, OMC, Zimbabwe, Sudán, Asia Central, entre otros.



Simultáneamente con este evento, China se ve amenazada por varias situaciones externas e internas. La interna es el deterioro de los indicadores sociales, y sobretodo la decadencia de los servicios de salud y educación, dos áreas de progreso incuestionable en la revolución maoísta. Se posiciona así entre el desencanto de la utopía socialista y el paradigma de la globalización.



La externa es la inserción de China en el espacio político de las potencias con todos los riesgos y ventajas que ello lleva. EE.UU. está a punto de sellar una alianza estratégica de cooperación en varias áreas con India – especialmente la nuclear-, que aunque resistido en la propia India, en el largo aliento se ve lógico para Occidente para no dejar Asia a merced de una alianza entre China y Rusia. Al final de cuentas, India es más permeable a la seducción colonial occidental; el «menos asiático» de los países en la lectura de Rudyard Kipling, E. M. Forster, y otros próceres de la escritura colonial.



También comienzan a aparecer más públicamente acciones terroristas, que siempre se detectaron, pero que esta competencia olímpica ha forzado su divulgación. Se trata de la zona más desprotegida y vulnerable de China, la provincia de noroeste, Sinkiang, que tradicionalmente ha sido un bastión de penetración extranjera. Islámica en su mayoría, muy despoblada para los cánones chinos, se presenta como una amenaza donde confluye el problema interno de una nacionalidad y los intereses extranjeros para irrumpir en China con brotes de desestabilización.



Pero hay más que juegos y derechos. Aparte de su régimen burocrático autoritario y un sistema político monopartidista y autocrático, el desafío de China al ser observada por cientos de millones de espectadores durante los eventos deportivos, es verse obligada a exponer una cara que se asemeja a un país común de Occidente, o de cualquier otra zona geográfica.



Esto tiene que ver con la gente descontenta por las desigualdades, los delincuentes urbanos y rurales, el empleo precario, la alta polución, los problemas institucionales y de gestión y en fin, la desesperanza en gran parte de la juventud. En una información recogida personalmente en 2000 en Beijing, un funcionario de la ONU me hablaba de problemas futuros en China. De los servicios sociales, especialmente salud y educación, debido a la demanda por el crecimiento económico, de lo inevitable de la privatización de estos servicios y de problemas en la legitimidad de las estadísticas oficiales. No se imaginaba cómo sería China en 10 años, augurando más bien un desastre.



Y bien, estamos a casi 10 años y no hay tal desastre. En medio del imponente éxito comercial, por cierto hay problemas, aunque es una ironía que China, ese gran disidente del sistema socialista soviético, hoy día mantenga y fomente el capitalismo más descarnado, bajo una estructura institucional que el observador convencional tiende a llamar «dictadura comunista». En rigor, lo de dictadura podría pasar, lo de comunista no resiste análisis. China 2008 representa hasta ahora, algo que está al margen de las «profecías» de George Orwell, tampoco entra en el puzzle de los socialistas desencantados alistados en el neoconservadurismo, y está desafiando los arquetipos.



Estos juegos, -hay que enfatizarlo-, ocurren en el inicio de otro periodo de profundas reformas. Las últimas transformaciones en China, pertenecen a decisiones de un colectivo dirigente que no ha manifestado rupturas mayores desde la revolución cultural (1965-1968), encabezada por su líder ideológico Yao Wen Yuan, y la reacción a este proceso en 1976, manejada por Teng Hsiao-p’ing; (1904-1997). Desde 1976, se inician las reformas económicas para insertar a China en el mercado planetario, experimentando durante estos 32 años, tanto en la elite del poder como en la sociedad, una cohesión poco común.



Ahora con el Presidente Hu Jin Tao, se inicia otro gran proceso, esta vez al parecer menos dramático y convulsivo que los anteriores, aunque todo está por verse. Se le considera un «ortodoxo reformista». En este sentido, ha postergado las reformas políticas de apertura del régimen político, sin embargo ha iniciado un plan de profunda renovación y modernización institucional en el Estado y sus funcionarios.



El portentoso espectáculo de máxima seguridad de estos juegos olímpicos hay que situarlo en la perspectiva de amenazas múltiples a la estabilidad del gigante asiático, que no obstante también refleja un clima de tensión global.



Al otro lado, en Bolivia, los rumores de golpe de Estado y de un país que se descalabra, proveniente de los medios de derecha, hace recordar épocas de pletórico «reinado» republicano en EE.UU., de los 80 por ejemplo. En medio de la euforia olímpica, Bolivia vivirá este domingo un evento político fundamental – el referéndum revocatorio- «que significará un quién es quién», como lo señala ajustadamente el periodista Augusto Peña desde Bolivia.



Los juegos ocurren en un mundo con diferentes zonas de tensión y naturalmente el efecto de sus actividades deportivas permitirá cubrir desaguisados y apetitos políticos. La maquinaria neoconservadora implantada en la Casa Blanca, hace todo lo posible por afirmar las claves de control antes de finalizar el actual mandato en noviembre.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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