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Juegos Olímpicos, fraudes y engaños

De nada valieron las protestas sosteniendo que efectuar los Juegos en ese país constituía un grave contrasentido, toda vez que, siendo las Olimpíadas la expresión máxima de vida sana, de juventud, de deseo de superación, de honradez y de valores representativos de lo mejor que puede mostrar el ser humano en sana competencia, no parecía adecuado llevar tan magno acontecimiento a un país donde no importa el ser humano como tal.


Por Leonardo Aravena*



Se están efectuando los Juegos Olímpicos en China, el país en que más se violan los Derechos Humanos. Detenta «medalla de oro» en lo que a Pena de Muerte se refiere, con unas 12.000 ejecuciones al año según estimaciones sólo aproximadas debido a la censura, realidad impuesta incluso a los reporteros internacionales que han reclamado desde el comienzo de la justa deportiva.



Los derechos de los chinos se ven afectados, además, por la prohibición de concebir más de un hijo por matrimonio, agravada por la preferencia que sienten por los descendientes varones que ha llevado al desprecio de las niñitas desde que nacen, siendo conocidos los casos de sus cadáveres dejados como cosas sin valor en la orilla de las calzadas, en plena ciudad.



De nada valieron las protestas sosteniendo que efectuar los Juegos en ese país constituía un grave contrasentido, toda vez que, siendo las Olimpíadas la expresión máxima de vida sana, de juventud, de deseo de superación, de honradez y de valores representativos de lo mejor que puede mostrar el ser humano en sana competencia, no parecía adecuado llevar tan magno acontecimiento a un país donde no importa el ser humano como tal.



Llegado el evento debimos resignarnos con la esperanza de cambio. Lamentablemente, la situación, lejos de mejorar, ha empeorado y, lo peor, es que los malos ejemplos son contagiosos. Se sabe que los nuevos edificios mostrando una «cara» moderna en la ciudad, se han construido con grave costo para la población de los «colectivos» en que vivían los pekineses, siendo desplazados en condiciones que no se conocen, pero que es dable pensar que no fueron las más respetuosas. Ya no se ven, de acuerdo a las informaciones, esos barrios de edificios con miles de departamentos pequeños, con baños y cocinas colectivas, en las que comían los habitantes en «puestos» parecidos a los que instalan nuestras vendedoras de «sánguches» a la salida de los estadios.



La mentira y la farsa se han impuesto en el afán de las autoridades por mostrar un país pujante y poderoso. En el empeño de superar a todos no han trepidado en mentir con descaro al mundo. La niña que fue figura central en la ceremonia inaugural, no cantó, sino que lo hizo otra de su misma edad, dotada de bella voz pero sin estampa bonita, mostrable ante el mundo como símbolo de esta nueva China. También fueron adulterados los fuegos artificiales para dar un espectáculo perfecto, inigualable, ejemplo de calidad y de capacidad. No sabemos qué otros fraudes -algunos que ni siquiera sospechamos y de los nunca tendremos noticia- comprobaremos en este evento que parece no conocer las reglas de la honradez y de la limpieza moral.



Es de lamentar la actitud fraudulenta. Lamentable es también que los habitantes de Beijing tengan que «soportar» la realización de las Olimpíadas sin derecho a reclamo alguno ni protección de sus derechos.



Pero es más lamentable que la falta de espíritu y de honradez se contagien llegando a un ciclista que, a sabiendas de sus nulas posibilidades de éxito, no reparó en engañar por más de dos horas al mundo entero y por ilusionar a todos los chilenos, tan ávidos de triunfos deportivos, con una gestión dirigida sólo a mostrarse y a sacar provecho personal de la posibilidad que se le dio para representar al país. El «efecto China» ha llegado hasta nosotros.







*Leonardo Aravena es profesor de Derecho de la Universidad Central y coordinador Justicia Internacional y CPI Amnistía Internacional Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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